Fotografía obra de Juan Mattey. Fuente original Flickr
He evitado este momento a toda
costa, huyendo, fingiendo demencia. Al fin estoy acá, frente a un reflejo que
ya no reconozco como mío. Podría intentar decir algo que justifique la tragedia
que se ha venido dando; como sea, aún no estoy condenado, no es tiempo de
redactar epitafios desesperados. Mi nombre es Dante y algo debo de hacer con
este infierno.
Mis amigos siempre me han dicho
que soy dramático, yo respondo que me gusta vivir con pasión. En el fondo
lo acepto, soy muy dramático, pero la vida en sí misma es un drama teatral así que es lógico
que nos contagiemos. Por eso un día estás bien, tranquilo, confiado, sin buscar
mucho más allá de lo que tienes solo porque crees ser feliz. Justo ahí llega el cambio, alguien
se va, ocurre una decepción, nos saluda la muerte o lo que sea. El mundo deja de
ser el mismo. Mejor dicho, sigue siendo exactamente igual, tú eres el diferente.
El café pasa a ser una bebida más, los sueños ya no quieren ser soñados, la
magia se pierde al igual que la capacidad de volar. Dejas de creer en las hadas.
Ya ven todo el drama que han
debido soportar mis amigos en los últimos tiempos. Para ellos uno se convierte en el que
tiene un problema, el que necesita compañía. Se evitan ciertos temas de
conversación para no hurgar en la llaga y se hace lo posible por hacer que la
cosa no se vea tan grave. Gracias a dios por los amigos. Gracias a la vida por
lo que nos dejan. Gracias a ellos también por soportar. Sin embargo los amigos también tienen cosas que hacer, habrá días en los que no estarán. Uno llegará a casa y
solo estará un gato con los ojos muy abiertos que maúlla por comida. La soledad
y el despojo se cuelan. Desde la cama solo ves siluetas nostálgicas y paredes
que deberían ser pintadas.
Un sábado en la noche como este puede ser la cosa más triste del mundo. Quizás
el problema no sean los espacios vacíos sino lo saturado que uno está en ellos.
Pensamientos, recuerdos, reconcomios. Cada martirio susurrando al oído. Rabias,
jaquecas y ganas de llorar para no perder la costumbre. Huir siempre parecerá una
mejor opción, irse una mañana cualquiera al apartamento de los abuelos en la
playa o a la casa de los conocidos en el campo. Allá, estando lejos de ese «uno
mismo» que ha dejado en la urbe, lograr desvanecerse hasta fusionarse con el universo.
Esto no me va a matar, supongo
que solo ha sido un día duro. Sin pensamientos felices, sin amigos, sin
apartamento de playa o casa de campo. Tampoco está la claridad de dejar de
escribir confesiones infantiles. Es como la llamada que haces y te arrepientes
de haber marcado en el momento en el que te contestan. En ese momento es muy tarde, te toca
hablar, desahogarte. En fin, hay que aceptarlo, la vida cambia y da golpes. Mejor
disfrutarla cada que se pueda.
Como dije al principio, podría
intentar decir algo que me salve, ahora pienso que sí lo haré. Es una especie de
pacto, promesa o juramento de sangre que me hago: continuar adelante. Es tonto en
esencia pero la idea me trae un poco de tranquilidad. Mi nombre es Dante, no como
el tipo de la comedia sino como el del chiste que te ayuda a olvidar las penas. Creo que más allá del drama he encontrado un refugio.