-¿Encontraste la botella?
-No, ¿segura que no nos la
tomamos la otra noche?
-Segura. No seas terco y busca
bien.
-Siempre lo hago, solo así logré
encontrarte, ¿no?
En sus labios rojos aparece esa
forma curva en la que yo me pierdo. Me gusta verla así, contenta por alguna
tontería que digo de repente. Se nos ha ido el invierno entre canciones,
reuniones con amigos y abrazos para espantar la soledad. Estamos muy lejos de
casa, pero tenemos en el otro un nuevo hogar. En ella me refugio mientras
afuera todo se siente lejano y extraño.
Encuentro la botella de vino en
el sitio en el que me dijo que buscase la primera vez, eso es algo que no le
diré por supuesto. Esta noche no invitamos a nadie, solo estaremos nosotros
mirándonos, haciendo otro tipo de amor, uno más complejo.
-¿Dónde estaba la botella?- me
pregunta.
-Al final del mundo y un poco más
allá.
-¿Por qué eres tan intenso, mi
pana?
-Porque la vida lo es y yo soy
una representación de ella.
-¿Entonces yo que soy?
-¡JA! Tú eres la intensidad en sí
misma- respondo sonriendo-, y la cosa más bonita que haya visto.
Parece tan lejano aquel día en el
que partimos del laberinto en el que se había convertido nuestro país. Llegamos
juntos, nos adaptamos juntos, nos cuidamos juntos en las gripes. Yo le hago té,
ella me hace café. Yo le tomo fotografías cuando está desprevenida. Ella me
regala libros que voy guardando en mi corazón. Si la cuestión de emigrar es algo
muy difícil, ciertamente a su lado es sobrellevable. ¿Esa palabra existe? No lo
sé. Existe quien la ha pronunciado y para él todo es posible.
-Pondré música, ¿Qué quieres
escuchar?- le pregunto.
-Nada, es mejor escucharnos o
quedarnos en silencio, esa es una buena canción- responde con ojos brillantes.
-¡Ah! Luego soy yo el intenso.
-Sí lo eres, pero ya tu mundo es
el mío también- sentencia.
Y se abren las puertas del cielo
para este tipo con suerte. De qué forma merezco tanto como para que ella me
diga semejante cosa. Si para mi ser parte de su mundo es declararme un
ciudadano feliz. Alcanzando metas, yendo al cine, teniendo miles de noches como
esta. Noches en donde se alineen las estrellas y ella se ponga ese vestido que
me embriaga más que el vino. Hacerla reír y que si en algún momento quisiera
llorar lo haga, yo estaré aquí para que lloremos los dos. Mientras seguimos en
este país del eternamente siempre, porque ya el del nunca jamás quedó atrás.
-¿Se acabó el vino?- pregunta.
-Eso parece- respondo.
-¿Se acabará tu amor?
-¿Se acabará el tuyo?
-No huyas de las preguntas, solo
respóndelas.
-El amor no se acaba, se
transforma, se desdobla, pero no deja de existir.
-Podrías olvidarme.
-Para olvidarte necesito
recordarte, y al hacerlo, reconocer lo increíble que se sintió tenerte. No
sería capaz.
-¿Estarías condenado?
-Para siempre.
-Entonces ahora sí coloca música
y sácame a bailar. Quiero aprovechar mientras aún seguimos.
Empezamos a bailar una canción
lenta. Besa mi cuello. Yo me abrazo a su espalda oliendo su cabello de flores.
El tiempo se detiene cuando mágicamente comienzan a estallar afuera los fuegos
artificiales. Ya son las 12 de la noche y qué maravilloso se ha hecho este 31
de diciembre. Cuando muere un año y comienza otro, yo solo siento que seré
inmortal si esta mujer continúa aquí bailando conmigo. Así esté lejos de mi
tierra, así nunca vuelva. Ella seguirá siendo mi caribe, mi tepuy verde, el
tricolor que quiero izar a donde quiera que vaya.