Fotografía obra de Juan Mattey. Fuente original Flickr
El fondo del fondo es el piso de
mi cuarto. Frío, duro, infinito. Aquí he dormido las últimas noches y he pasado
los últimos días. Aquí he conocido que la peor parte de mí mismo es el instinto
de autodestrucción. Me acaba desde adentro, poco a poco, contundente. Me acaba
usando mi propia voz en susurros, incitando a lastimarme. Llegué buscando
salvación, me alejé del mundo, de mi familia, de mis amigos, de cualquier cosa,
y me encerré. Quería huir, estar solo. No contaba con que yo sería mi peor
compañía.
Acuarelas en la pared, libros en
el estante, ropa colgada, zapatos en el suelo; ya nada de esto es mío, nunca
más. Lo único que realmente me pertenece es una memoria precisa con los malos
recuerdos y olvidadiza con los buenos; un álbum de fotos en el celular que soy
incapaz de borrar; y este corazón que pronostica sufrir un infarto por las
dosis de tristeza que sufre. Ese es mi inventario hasta ahora. No quiero nada
más, tampoco creo que lo merezca.
Como dije, volví a este sitio por
redención pero lo único que he encontrado son nuevas quimeras. Sé que el cuarto
no es el problema. En el pasado fue un imperio de alegrías y victorias, un
confidente de esperanzas y de sueños bonitos. Ahora es otra cosa. A veces las
paredes me parecen más lejanas por tanto silencio. En otras, se achican que
puedo inundarlo todo con mis lágrimas.
A veces voy hasta la cajita que
guarda mis tesoros, es decir, las cartas que huelen a perfume. Entonces vuelvo
a caer al suelo. Es ese instinto masoquista que ya mencioné el que hace que
quiera leerlas y a releerlas. El golpe de la melancolía resulta tan fuerte que
aparecen espantos con ojos brillantes y maquillados. Vienen a jalar mis pies
cuando intento dormir, a susurrarme cuan mal estoy, cuánto anhelo siento en
vano.
No dejan de parecerme curiosos
los procesos depresivos. Siempre habrá un nuevo record. Este es el mío, estar
encerrado en este cuarto recordando, recordando, recordándola… Y sintiendo cómo
desvivo. Quiero cambiar, sé cuán dañino es esto, pero no sé cómo, qué hacer o cómo
dar con un poco de alegría entre mi propia autodestrucción.
Mi mamá vino esta mañana a
visitarme y me recomendó unirme a un grupo de autoayuda. Es una buena idea, así
lo haré si sus miembros no tienen problema en venir a reunirse acá. Yo no
pienso salir. Por ahora no puedo ver otro cielo que no sea este techo.