Migrando atrás


Fotografía obra de Alberto Rojas. Fuente Original: Caracas Shots

Algunas veces el pesimismo me viene a buscar en forma de pasado. Es que en la crisis de nuestras vidas los buenos recuerdos son un insumo importante, un artículo de primera necesidad. Como si de verdad todo hubiese sido perfecto o al menos no tan malo. Ese pasado es un holograma que no dejamos de idealizar, de alterar y condicionar a conveniencia con tal de que parezca feliz ante lo que vivimos hoy.

Las salidas nocturnas que ya no podemos repetir, los viajes a la playa que tampoco podemos hacer, los logros que alcanzamos, y tanto más y tanto menos. Nos vamos haciendo viejos, crecemos, cambiamos, pero seguimos recurriendo al loop de una memoria que se repite a sí misma para poder continuar adelante.

Y así trato de hacerlo yo. Salgo a caminar por mi barrio, el monte alto y seco, la basura desbordando las aceras, los semáforos rotos, el asfalto lleno de cráteres. Y ni un transeunte feliz, todos siendo ánimas de un purgatorio en el que ya nadie da los buenos días. Con deconfianza en los ojos, con tristeza en las manos. Sigo caminando un poco más hasta llegar a una esquina en la que dos niños descalzos, sucios y sin camisa, se pelean por un frasco con pega de zapatos. Seguramente lo hacen porque, al no tener recuerdos guardados de los cuales sostenerse, la sustancia al menos les permite imaginárselos. 

Más adelante solo consigo más arena en el suelo, más sonidos de pájaros que anuncian una tormenta que no termina de llegar. ¿Quién nos quitó el destino prometido? Y respondo que fue el alcalde, el gobernador, el presidente. Y siento que tengo razón aunque luego vuelva a pensarlo y concluya que ese destino se fue voluntariamente, que nadie lo arrebató. Por eso es que recurro a obviar la realidad que me rodea, a volver atrás en donde había ilusión hacia el presente. Allí me refugio, me aíslo y no hago nada por cambiar nada; es una forma de emigrar que no necesita pasajes.

Vuelvo a la casa con el periódico de este domingo. Antes traía más páginas, tenía más suplementos, era mejor. Antes era mejor, digo en voz alta y me dan ganas de llorar. Como si me hubiesen quitado algo muy mío, la esperanza, quizás. La crisis de nuestras vidas es así, no deja de ser tragedia cuando ya es un melodrama.

Por eso recordamos lo que ya tantas veces recordamos: ese país en el que había lo que ya no hay, cuando éramos felices y no lo sabíamos. Puras frases que ya me saben a mierda pero que no discuto porque son ciertas. Ahora que estoy metido en las víceras de este apocalipsis criollo, entre matanzas, pandemias, hambre y crueldad, voy hasta el porche y casi puedo ver a un niño jugando en la calle. Entiendo que también se trata de una visión de mi pasado, con seguridad esa alegría no la tendrá mi hijo en el futuro.