Una gran fiesta


Fotografía obra de VARL Audiovisual

Hoy es un día distinto, a primera vista parecería igual a los anteriores, a los más comunes, pero siento que no es así. Hay algo diferente en los colores de mi cuarto, en el movimiento de las hojas de los árboles afuera de la ventana, en los sonidos de la ciudad que me llegan; algo diferente en ese tipo de detalles. Y me pongo a pensar en qué será, en por qué sería especial este jueves tan jueves, y solo encuentro pistas confusas sobre mí mismo. 


Se me hace tarde, debo trabajar. Estoy sentado en el borde de la cama y siento que hay un abismo enorme de aquí al suelo, no debería tirarme. Sin embargo hay que salir, no puedo  faltar, soy camarero en un restaurante y las propinas no están mal, me sirven de mucho. La cuestión es que cada noche, al llegar a casa, desvivo un poco al percatarme que soy un tipo infeliz. Creo que actúo en una obra de teatro independiente sin mucho público ni buena crítica. ¿Y qué es lo que quiere mi personaje, qué desea conseguir? Eso no importa, aunque parezca cruel, los sueños de los ciudadanos comunes suelen ser decomisados y puestos en los objetos perdidos.

Y me pongo a pensar en el pasado, en las cosas que he hecho en la vida, en lo que la vida me ha venido haciendo a mí. Recuerdos del colegio, del divorcio de mis papás, de los partidos de fútbol. Recuerdos de las pérdidas, de los encuentros, de las promesas y los corazones rotos. Cuánto se puede ir recogiendo en el camino y al final qué nos llevamos, qué recuerdos escogemos para la memoria o qué decidimos cambiar o eliminar por completo como un mecanismo de autoprotección.

Antes, cuando era más joven de lo joven que soy ahora, le tenía valor al destino. Si a los 15 años pudiésemos tener cargos públicos la humanidad sería indetenible; en esa etapa todo es más sincero, confuso, vertiginoso. Con el tiempo se nos endurece la concha de los sentimientos, nos volvemos desconfiados y escépticos hasta que un día al despertar empezamos a hacernos preguntas buscando creer.  
  
Pero yo ya no tengo 15 años, no puedo seguir tanteando en la oscuridad, rogando suerte para encontrar algo. Intuyo que esta mañana se desconfiguró mi registro, que prefiero pensar de otra forma, tener ilusiones que me duren más que las  4 horas para dormir de noche. Sentir que no soy una sombra que se desliza entre otras sombras. Que tengo nombre, que soy sustancia libre y autentica, que puedo llegar a viejo con buenas historias para contar.

Entonces la idea llega sola: hacer una reunión en mi apartamento, invitar algunos amigos, los pocos que me quedan, y comprar pizza y cervezas para brindar por nosotros, porque estamos vivos y somos la última esperanza de un futuro mejor. Ese sería un comienzo, un buen cambio, una gran fiesta.