Nuestro problema fue el tiempo.
Ese que a veces parecía ir muy rápido y otras muy lento. Ese que apuraba situaciones para las que no
estábamos preparados y que por eso no disfrutábamos, luego las hacía parte de
una memoria acostumbrada a extrañar el pasado. Pero tú fuiste un pasado mejor,
no perfecto, lo sé, pero mejor. Una madruga juntos, unas manos tocándose antes
de despedirnos, mensajes kamikazes que buscaban estallar en el corazón del
otro. Esas y muchas otras imágenes en las
que no suelo pensar para no hacerme daño. Sin embargo, ahí está el tiempo
girando para matar nuestros recuerdos. Tú en la gran ciudad, yo en este
desierto. Tú cantando bonito, yo intentando explicar con letras lo que no dije cuando
debía.
El tiempo fue nuestro problema o,
tal vez, el destiempo: te enamorabas de mí cuando yo no de ti, y me enamoraba
de ti cuando tú no de mí. Y en esa desincronización se nos fueron los mejores
años de nuestra vida, esos en donde vivíamos cerca y podíamos querernos
libremente. El tiempo fue nuestro problema y eso lo veo desde este futuro en el
que un nosotros no existe, como si fuese parte de un mundo que pasó por
un cataclismo y yo, desde el posapocalisis de mi vida, lo descubro en los libros
llenos de polvo. Si pudiese pedirle algo al tiempo sería dejarme hablar
contigo, no para explicarte nada, sino para el reloj se detenga cuando tus ojos
me vean otra vez.