Garzón, por favor


Me gusta verte leer, la forma en la que te concentras y te deshaces del mundo, todas esas cosas imperceptibles para otros, me gustan. Te alejas volando y vuelves por algunos segundos para cambiar la página, para subrayar una frase. Mientras haces detener el tiempo en este café de la Alameda, un sitio tan viejo que tiene todos los años del propio Chile, o que al menos huele de esa manera. Y ahí estás tú y ahí estoy yo, dos jóvenes jugando a ser adultos como ocurre cuando se tiene 19 o 20 años. La verdad es que sí, ahora que lo pienso detenidamente, no sé qué haces aquí, en un sitio olvidado de Dios en el que solo hay abuelos comunistas buscando alguien a quien contar una historia. Qué haces con las piernas cruzadas, sin apenas tomar tu té, sin prestar atención al entorno. Pero sobre todo, qué haces sin voltear a verme. No lo hiciste ni la primera ni la segunda ni las siguientes veces en las que ambos hemos estado en este local. Yo me limito a no cambiar nada, a conformarme con todo. Pero quiero que me veas, quiero que me salves. Mientras afuera el país cambia y se desdobla, yo sigo aquí esperando al garzón.