-No es un hasta luego, es un adiós-


   

Fotografía obra de VARL Photography.

Mi cuerpo se estremece y se abren los grifos de agua que hay en las pupilas. Así es esto del romance: te sube a las alturas de la gloria para luego dejarte caer. Yo caigo literalmente pero justo en la tristeza, aquella que me abraza con fuerza y me susurra al oído: «Estas solo, no hay nadie contigo», y yo la escucho, presto atención a cada palabra que de su boca sale.


Son las tardes que vivimos junto a esa persona, los verdugos.  Son y serán las sonrisas recordadas los jueces que dicten la cantidad de dolor que yo deba vivir en carne propia. ¿Por qué debe ser así? ¿Por qué las cosas no pueden ser diferentes? Llegan preguntas como estas y todo porque sé que no volveré a ver su rostro como lo veía en aquellos días en los que los lazos del destino nos unieron para luego separarnos. Como si esta clase de decisiones las tomase un niño pequeño que se divierte al causar sufrimiento a los mortales.

Hoy peno no por hambruna o guerra, por ninguna maldad material. Mis desdichas se ven producidas por algo peor, algo indescriptiblemente más malo: ella me ha dicho adiós y no ha volteado atrás ante mis suplicas y socorros desesperados. Así sufrimos los hombres, por las decisiones tomadas por una mujer. Por eso es que me siento solo, porque en un día cualquiera ella me ha dejado abandonado mientras mis “¿Qué fue lo que hice mal?” quedan en el aire.

-Lo siento. Por todo lo malo. Por lo que hice o dejé de hacer-  le grito antes de su partida.

Pero ella parece no escucharme más. Me frustro ante todo aquello, ¿Cómo podría yo llegar a pensar que el que nos separemos es lo mejor para ambos? No puedo, eso sí que no podría entenderlo. Para incremento de mi propio karma, siento muy en el fondo una extraña alegría. He alcanzado ese punto horroroso en el que confío en que su bien es el mío propio. No, un momento, ahora que lo vuelvo a pensar me siento ridículo. No hay bien para mi Ser en este abandono. Solo siento un vacío, uno que se hace cada vez más profundo. Yo terminaría entonces, para el final del día, sin tener ningún órgano en mi interior. Todos habrían sido tragados por ese agujero negro que se forma en donde antes estaba mi corazón y que comenzó en el momento en el que ella dijo: “quizás nunca nos volvamos a ver”. Que tonto soy al volver a llorar. Ahora lo sé, el amor pasional que uno reconoce como el verdadero, fue otro de los males contenidos en la manzana que Adán y Eva probaron. Pero es uno de los males más malos y en tal cosa no hay redundancia. Él llega como salvador y a medio camino se vuelve traicionero al dejarte solo.

No puedo sentirme peor. Los colores parecen más opacos y mi boca se seca a cada minuto desde que ella me ha respondido:

-Te seguiré queriendo pero esto ya no continuará más…

Que frase más mentirosa. No podría odiarla por esto, ¿Cómo podría hacerlo después de tanto amor sentido, de tantos “te quiero” y palabras  cariñosas? Yo la amo aunque jamás se lo haya dicho. Así es esto, a este mundo venimos a sufrir, supongo. Lo supongo hoy aunque ayer mismo haya jurado que uno pasaba por  este planeta para amar. Me dolerá más que nunca su ausencia. Una que quizás no sienta completamente porque el fantasma de su recuerdo vagará por mi mente, por mi casa, por mi vida, por toda la eternidad. Yo reviviré ese fantasma constantemente, mirando sus fotos, su belleza, sus ojos que no soltaron ni una lágrima cuando su boca se despedía.

Cruel destino, ahora te hablo a ti:

-No eres ni la mitad de bueno sin su calor. Sin esas noches en las que su conciencia descansaba segura en mi pecho, haciéndome sentir que yo era el más afortunado y virtuoso de todos. Tampoco son más agradables las salidas al parque, aquel en donde podrán seguir los mismos árboles y la misma fuente de agua, pero no estarán ni su cabello largo ni sus risas ante mis tontos chistes. Su risa… ¿Cómo no podría mencionarla? Fue su risa la que hizo que no lloviese esa tarde de abril.

Ocurre lo más curioso, todo conspira para que yo me sienta más triste y solitario aún. Para que yo no pueda acceder a ese lado de mi mente en donde se esconde la alegría. Todo porque ésta era liberada por cosas simples como sus caricias en mi cuello, aquellas que no volverán tampoco jamás. De esta manera al prender la radio toda canción me trae recuerdos, unos que no podré revivir ni siquiera buscando otra mujer a la que pueda amar. Porque es también ese otro detalle: podré llegar a querer muchas otras e incluso llegar a amar alguna de éstas, pero nunca igual que a ella. Lo que ocurrió con mi Dulcinea es y será único en su clase, por esa razón se convierte en el compendio de cosas que no se podrán volver a sentir de igual manera dos veces en la vida. Todo lo ocurrido me dejó marcado con un hierro caliente justo en la frente. Cualquiera que se tome el tiempo de observarme cuidadosamente se daría cuenta de lo obvio: la sombra de mi amada continuará conmigo por toda la eternidad, cada día, hora y minuto.

Tal vez ella haya muerto esa noche por en ese maldito accidente de carro, pero yo la siento igual de viva en mi corazón a pesar de su adiós. Justo ahora está diciéndome que no siga llorando y me toma de la mano mientras yo escribo este pedazo de desahogo.

Es una extraña y triste coincidencia que el profesor haya dicho aquella tarde la acertada frase de: “El amor es una acto de liberación hacía con la otra persona…”