Fotografía obra de Génesis Pérez
De ante mano pienso que esto es
una pérdida de tiempo. Sin embargo, ya me encuentro solo y viejo, lo mejor será
entonces que empiece a hablar antes de que se me olvide lo que iba a decir:
Nunca me arrepentí de nada, nunca tuve ataques
de conciencia por si lo que hacía era bueno o malo, si realmente me agradaba o
no. Hoy en día cambió de cara la moneda, me arrepiento de no haber hecho lo
anterior. Acepto que, para mi propia desgracia, no viví con plenitud
alguna. Ni siquiera aprecié el tiempo
que me fue obsequiado desde el principio. Quizás me cegué buscando otras cosas
que parecían más importantes, como tal vez lo seria ganar dinero. Ya en este punto ¿de qué vale el dinero si no tengo buenos
recuerdos acumulados en los cuales perderme? Solo llegan a mi mente momentos de
desesperación, instantes de tristeza y soledad desolada, jornadas de trabajo
constantes que al final (y después del sacrificio dado) no trajeron nunca una
recompensa real y verdadera. A estas alturas del cuento ¿a quién puedo yo
echarle la culpa por el destino que me tocó? Si yo mismo fui el que decidió
tenerlo. Nadie me puso nunca una pistola en la cabeza para obligarme a que
actuase de cierta manera. Toda elección fue llevada a cabo por mis propios
deseos.
Cometí errores que, ahora
comprendo, fueron imperdonables. Entre los muchos estarían algunos tan
traumáticos como no haber disfrutado realmente el comerme una manzana o no
haber volado un papagayo desde el techo de mi casa. Eventos así de maravillosos
pasaron por mis ojos incontables veces y yo nunca insistí en hacerlos eternos
en mi conciencia. Mientras mis amigos llegaban hablándome de cuentos de amor en
los que ellos eran los protagonistas, yo ni siquiera intentaba imaginar si
pudiese llegar a conquistar el corazón de mi propia doncella. Éste supongo me
debió esperar pacientemente hasta cansarse de mi demora y decidir irse lejos.
Si me pusiera a nombrar todas las
cosas de las que me arrepiento de haber hecho o haber dejado de hacer, creo que
las hojas de las que dispongo serían muy pocas. Fueron grandes y pequeños los
eventos por los que preferí optar y de los que jamás recibí ni un vestigio de
felicidad. Ante algo así lo que se entiende por trágico me empieza a parecer
poco, pequeño y no tan malo.
Justo ahora empieza a llover como
si el cielo sintiera pena por la tristeza que genera mi espíritu. Desde la
ventana veo en la lejanía un árbol grande y con florecitas amarillas.
Seguramente él es más viejo que yo y a
pesar de eso de seguro ha vivido plenamente todos sus años. Por eso es que
creció tanto y por eso es que es capaz de dar sombra al que debajo de él se
ponga, porque siguió su corazón y lo que éste le insinuaba que hiciese. Nunca
debió actuar con la idea de conseguir gloria o riquezas, sino porque sentía
alegría y paz al hacer lo que le gustaba. O bueno, eso es lo que creo.
Una vida como la mía es triste
más no vacía. A mí se me concedieron las mismas actitudes que a los demás,
simplemente no supe dirigirlas en pos a lo que mis anhelos me gritaban. Sentado
en esta silla he logrado entender muchas cosas. Me he dado cuenta de que la
vida es un constante círculo vicioso al que estamos ligados. Por ejemplo,
comenzamos usando pañales y en muchos casos, morimos también con ellos.
Solamente que para ese segundo acto ya nos encontramos con la piel arrugada y
no suavecita como en el primero. Al final son los pañales una de esas cosas que
estarán siempre presentes.
Me acabo de tomar las pastillas:
un cuartico de una amarilla, la mitad de una azul, y una completa que es
blanca. Se supone que dependo de ellas para mantenerme respirando, tal y como
si fuesen éstas salvavidas con mayor poder que las ganas por continuar viendo a
un ser querido. Así se terminan por dar las cosas al final de nuestros días.
Más irónicamente aun, esas mismas pastillas que se supone deberían salvarme
terminan por embobarme más y me tumban a dormir obligadamente.
Miro constantemente hacia atrás y
me pregunto ¿Qué habrá pasado con mis amigos? Con ellos viví muchísimas
aventuras con las que terminé creciendo sin percatarme. Lástima que nada de eso
le bastase a mi voluntad malcriada que tenía ese gran afán por “avanzar”, como
yo proclamaba en aquellos días al hecho de simplemente no apreciar lo que
recibía de los demás.
Solo me queda desear que eso de
reencarnar sea cierto. Si es así y existe la posibilidad de que yo pueda tener
otra oportunidad, volveré a este mundo con la mente fija en una meta: sentir
cada instante vivido, actuar con toda la alegría posible. Tú que estas aún con
chance de seguir en esta tierra, aprovecha lo que tienes, trata de nunca llegar arrepentirte y disfruta
de cada manzana.