Mi cuerpo se estremece y se abren
los grifos de agua que hay en las pupilas. Así es esto del romance: te sube a
las alturas de la gloria para luego dejarte caer. Yo caigo literalmente pero
justo en la tristeza, aquella que me abraza con fuerza y me susurra al oído: «Estas
solo, no hay nadie contigo», y yo la escucho, presto atención a cada palabra que de
su boca sale.
Son las tardes que vivimos junto
a esa persona, los verdugos. Son y serán
las sonrisas recordadas los jueces que dicten la cantidad de dolor que yo deba
vivir en carne propia. ¿Por qué debe ser así? ¿Por qué las cosas no pueden ser
diferentes? Llegan preguntas como estas y todo porque sé que no volveré a ver
su rostro como lo veía en aquellos días en los que los lazos del destino nos
unieron para luego separarnos. Como si esta clase de decisiones las tomase un
niño pequeño que se divierte al causar sufrimiento a los mortales.
Hoy peno no por hambruna o
guerra, por ninguna maldad material. Mis desdichas se ven producidas por algo
peor, algo indescriptiblemente más malo: ella me ha dicho adiós y no ha
volteado atrás ante mis suplicas y socorros desesperados. Así sufrimos los
hombres, por las decisiones tomadas por una mujer. Por eso es que me siento
solo, porque en un día cualquiera ella me ha dejado abandonado mientras mis
“¿Qué fue lo que hice mal?” quedan en el aire.
-Lo siento. Por todo lo malo. Por
lo que hice o dejé de hacer- le grito
antes de su partida.
Pero ella parece no escucharme
más. Me frustro ante todo aquello, ¿Cómo podría yo llegar a pensar que el que
nos separemos es lo mejor para ambos? No puedo, eso sí que no podría
entenderlo. Para incremento de mi propio karma, siento muy en el fondo una
extraña alegría. He alcanzado ese punto horroroso en el que confío en que su
bien es el mío propio. No, un momento, ahora que lo vuelvo a pensar me siento
ridículo. No hay bien para mi Ser en este abandono. Solo siento un vacío, uno
que se hace cada vez más profundo. Yo terminaría entonces, para el final del
día, sin tener ningún órgano en mi interior. Todos habrían sido tragados por
ese agujero negro que se forma en donde antes estaba mi corazón y que comenzó
en el momento en el que ella dijo: “quizás nunca nos volvamos a ver”. Que tonto
soy al volver a llorar. Ahora lo sé, el amor pasional que uno reconoce como el
verdadero, fue otro de los males contenidos en la manzana que Adán y Eva
probaron. Pero es uno de los males más malos y en tal cosa no hay redundancia.
Él llega como salvador y a medio camino se vuelve traicionero al dejarte solo.
No puedo sentirme peor. Los
colores parecen más opacos y mi boca se seca a cada minuto desde que ella me ha
respondido:
-Te seguiré queriendo pero esto
ya no continuará más…
Que frase más mentirosa. No
podría odiarla por esto, ¿Cómo podría hacerlo después de tanto amor sentido, de
tantos “te quiero” y palabras cariñosas?
Yo la amo aunque jamás se lo haya dicho. Así es esto, a este mundo venimos a
sufrir, supongo. Lo supongo hoy aunque ayer mismo haya jurado que uno pasaba
por este planeta para amar. Me dolerá
más que nunca su ausencia. Una que quizás no sienta completamente porque el
fantasma de su recuerdo vagará por mi mente, por mi casa, por mi vida, por toda
la eternidad. Yo reviviré ese fantasma constantemente, mirando sus fotos, su
belleza, sus ojos que no soltaron ni una lágrima cuando su boca se despedía.
Cruel destino, ahora te hablo a
ti:
-No eres ni la mitad de bueno sin
su calor. Sin esas noches en las que su conciencia descansaba segura en mi
pecho, haciéndome sentir que yo era el más afortunado y virtuoso de todos.
Tampoco son más agradables las salidas al parque, aquel en donde podrán seguir
los mismos árboles y la misma fuente de agua, pero no estarán ni su cabello
largo ni sus risas ante mis tontos chistes. Su risa… ¿Cómo no podría
mencionarla? Fue su risa la que hizo que no lloviese esa tarde de abril.
Ocurre lo más curioso, todo
conspira para que yo me sienta más triste y solitario aún. Para que yo no pueda
acceder a ese lado de mi mente en donde se esconde la alegría. Todo porque ésta
era liberada por cosas simples como sus caricias en mi cuello, aquellas que no
volverán tampoco jamás. De esta manera al prender la radio toda canción me trae
recuerdos, unos que no podré revivir ni siquiera buscando otra mujer a la que
pueda amar. Porque es también ese otro detalle: podré llegar a querer muchas
otras e incluso llegar a amar alguna de éstas, pero nunca igual que a ella. Lo
que ocurrió con mi Dulcinea es y será único en su clase, por esa razón se
convierte en el compendio de cosas que no se podrán volver a sentir de igual
manera dos veces en la vida. Todo lo ocurrido me dejó marcado con un hierro
caliente justo en la frente. Cualquiera que se tome el tiempo de observarme
cuidadosamente se daría cuenta de lo obvio: la sombra de mi amada continuará
conmigo por toda la eternidad, cada día, hora y minuto.
Tal vez ella haya muerto esa
noche por en ese maldito accidente de carro, pero yo la siento igual de viva en
mi corazón a pesar de su adiós. Justo ahora está diciéndome que no siga
llorando y me toma de la mano mientras yo escribo este pedazo de desahogo.
Es una extraña y triste coincidencia que el profesor haya dicho aquella
tarde la acertada frase de: “El amor es una acto de liberación hacía con la
otra persona…”