Fotografía obra de Celso Emilio Vargas Mariño
Mi abuelo fue un gran hombre y
entre las muchas adversidades que el destino le presentó, logró salir siempre
adelante. Vivió quizás una de las maldades más grandes que un hombre de su
clase puede afrontar: nació en fincas cultivando la tierra, se crió y aprendió
en ellas pero (por circunstancias ajenas a su voluntad) debió huir a la ciudad
para buscar un futuro mejor. Es eso, entre muchas cualidades, lo que más admiré
de su espíritu inquebrantable. Aunque no
fue un erudito de ninguna clase, en él residía una sabiduría exorbitante que
sacaba constantemente a relucir mediante frases cortas y simples que conducían
a quien las escuchase a una reflexión aun mayor que cualquier tratado iluminado
de la antigüedad. De esta manera, quizás
nunca olvide una de esas enseñanzas que de niño no lograba entender pero que,
según creo, posee una veracidad inquebrantable y que se adapta por completo a
lo que en estos instantes vivo, ésta reza: “Cuando uno sale de su casa es a
sufrir”. Hoy en día comprendo perfectamente toda la oración. Yo, desde lejanas
tierras, me percato de la cruel realidad de que al emprender un camino debemos
abandonar otros. Yo desde esta lejanía pronuncio con tristeza el nombre de la
tierra que me pario y en la cual viví, crecí y sobretodo, aprendí.
Así es la vida. Te encuentras en
un ambiente que sientes es una parte de tu propio cuerpo y al tiempo, todo
puede cambiar. Pero yo a la vez que no me arrepiento de mis decisiones ya que
gracias a ellas es que hoy en día soy lo que soy. Fuesen correctas o equivocadas,
éstas permitieron mediante su efecto que pudiese crecer. A pesar de ello, no
pretendo mentir y lo acepto: siento una pena en lo profundo por no encontrarme
hoy en día en la porción de tierra a la cual puedo llamar como mía.
Aunque me termine adaptando a
nuevos paisajes, nuevas costumbres, nuevos tipos de personas y a un sin fin de
cosas más, yo (tal y como lo hizo mi abuelo)
nunca olvidaré de donde salí y en mi Ser quedarán marcadas eternamente
cosas tan sencillas como ver un atardecer desde mi casa. Quizás no vuelva a mis
montañas o no vuelva bañar en mis ríos continuando errante por este mundo como
un extranjero, pero esos detalles nadie me los robará.
Ante todo me doy cuenta que la
identidad hacia dónde venimos es esencial para así tener claro lo que somos y
hacia dónde vamos. Acabo de percatarme más bien con esto, que no soy un
extranjero y que nunca he abandonado mi patria porque ella vive en mí mismo.
Seremos los que hemos partido de ella, aquellos que se encarguen de difundir su
grandeza en todos los rincones del planeta. Estoy seguro de que tal hecho fue
entendido por mi abuelo, aquel hombre que después de muchos infortunios y ya
también muy lejos de su propia tierra, jamás dejo de tomar su mazamorra mirando
hacia adelante.