-Nemilio en tiempos de ironía-

Fotografía obra de Alberto Rojas. Fuente Original: Caracas Shots

Cuando menos lo pensó simplemente ocurrió. Yo, mirando desde afuera, volví a pensar en la ironía que esta vida puede presentar incluso a un personaje ficticio creado por mi mente cochambrosa. De esta manera Nemilio solo se quedó mirando a hacia la nada desde la acera de su casa en una noche más fría de lo normal. En ese exacto momento por fin su nevera había alcanzado un nuevo punto de desolación y se había logrado vaciar por completo. Sin comida, sin dinero, sin trabajo y a punto de perder su casa a manos los del banco. Aun así, sin embargo, experimentaba por fin una experiencia que no tenía nada que ver con su realidad externa: él, a pesar de todo, era feliz… De la nada llegó la tormenta y aunque todavía ésta parecía azotar su vida con fuerza, él se encontraba muy lejos de toda desesperación. Allí, sentado viéndose en tan extraña oposición de circunstancias, se percató de su propia verdad: no se necesita dinero para ser un rey. Sonrió y no tuvo miedo a lo desconocido. El dolor de cabeza que tanto lo atormentaba no volvió más. Luego de pasar toda una vida leyendo novelas fatalistas en las que se veían circunstancias muy parecidas a las que él vivía y que tenían finales tristes en los que el personaje principal moría de pena o se dejaba llevar por su propia pobreza interior, su destino había corrido con otro tipo de suerte. Él era igual de desafortunado que los de las historias pero ya no prestaba atención a nada de aquellas cosas, era feliz sin importar lo que pudiese estar viviendo, lo que le ocurriese mañana.


 La ironía había llegado a su vida y él la comprendía hasta tal punto en que ya no buscaba causas ni efectos, mecanismos complejos del destino o miedos irracionales al futuro, solo sentía aquel instante de tranquilidad inexplicada. ¿Acaso se había vuelto loco por tantos males? Probablemente así lo creería alguien que lo mirase de lejos sin comprender la lucha por la independencia que se libraba entre las personas que habitaban en su mente. No, él no estaba loco, era al contrario más cuerdo que nunca y si en algún momento volvían a él los males del pasado, sin duda sabría reconocer su verdad. Aquella tesis que lo había llevado a la alegría esa noche no permitiría que el volviese a la desolación.

Así el pobre Nemilio, siempre temeroso, siempre cohibido por sí mismo, se levantó de la acera. Ya había perdido casi toda una vida quejándose, pero aún quedaban muchos días para remediar su error. Para aquel momento abrazaba su realidad y se miraba frente a un espejo que reflejaba lo que realmente era: un asalariado que había roto el molde. Su felicidad estaba latente.