-Reloj, no marques las horas-

                                           

Fotografía obra de Celso Emilio Vargas Mariño

El tiempo es un bondadoso y a la vez egoísta prestamista. Te da toda la vitalidad y juventud que puedas necesitar para lograr lo que quieras, sin que importe que lo que desees sea fama y gloria o una existencia pacífica y tranquila, él siempre te dará la oportunidad de que tú puedas llegar hasta dichos sueños con tus propias manos. Pero por supuesto (y como nos demuestra la experiencia) todo en este plano posee positivos y negativos y lo segundo de este caso se ve realizado cuando todo lo que te fue dado, quieras o no, será devuelto. ¿Cómo? Simple, llegará la vejes.


Me pongo a pensar y para todos siempre es lo mismo sin que importe realmente quienes seamos ni en que escala social nos encontremos. Aunque es cierto que todos tenemos la oportunidad de vivir plenamente, después de cierto punto comienza la caída de nuestro reino terrenal. Tarde o temprano nos volvemos frágiles e inseguros y el mundo empieza a hacerse más y más oscuro.  Efectivamente el padre tiempo nos devuelve a la niñez, como si todo se tratase de un irónico círculo que se repite constantemente. Así el individuo vuelve a ser lo que fue y en muchos casos olvida agradecer el hecho de estar vivo pasando más bien a que esta bendición se convierta en un martirio.  Este triste desenlace puede no ser el correcto pero, sin embargo, es uno de los más presenciados en nuestro mundo. ¿Acaso no sería mejor disfrutar de cada instante de esta vida intentando presenciar y sentir las maravillas que constantemente nos rodean? Quiero creer que esta opción  es menos patética que lamentarme por mi condición. Ya lo sé, no puedo realmente opinar porque no he llegado a ese punto pero, y así pienso yo, prefiero dejar de respirar a llegar a un punto tal al que sienta pena de mi propia existencia y por tal quiera dejar de continuar con está.

A propósito del tiempo, no puedo evitar pensar en mi propia realidad. Creo tener la leve ilusión de que sigo siendo el mismo de hace dos, cinco o diez años, pero muy en el fondo de mi corazón no puedo evitar la verdad: todo ha cambiado. Y no solo en mí interior, sino en todo mi entorno, en todo el universo. Lo cierto es entonces, que el tiempo es un agente del cambio constante, una fuerza irreversible que avanza y arrasa contra todo lo que haya en su camino. Por tal razón nunca se podrán repetir con exactitud los instantes vividos en el pasado y con dolor nos veremos en el presente recordando aquellos momentos que nos hicieron experimentar sensaciones, que nos hicieron sentir en la sima o en las profundidades más recónditas a las cuales ya no queremos volver.
Muchos podrán negar su existencia y se refugiaran en argumentos tales como: “El tiempo es solo una ilusión creada por el hombre”… No lo creo. Por mi parte el tiempo lo es casi todo (debido a que acepto a la vez otros elementos capaces de moldear la realidad de los seres humanos, como el amor por ejemplo) y constituye la forma más practica con la cual podemos aprender: la historia. En ella se puede volver a encontrar a ese irónico círculo del cual he hablado antes.  Simplemente los acontecimientos tienden a repetirse en su esencia, no exactamente en cuanto a los detalles, pero si en lo que realmente son. Aun así (y perdón si podría llegar a parecer contradictorio en mis propias ideas) no desmiento el hecho que propone el dicho popular que  confirma que “nada está escrito”. Es decir que las realidades siempre se están creando basándose en nuestra propia voluntad. Pero ¿acaso en dicha afirmación no interviene a la vez el tiempo? Puedo atreverme a declarar que así  es, porque quien si no éste nos presenta una línea horizontal constituida por un pasado inmutable a cambios; un presente palpable que nos permite crear, destruir o así mismo permanecer pasivos sin ni siquiera intentar hacer algo; un futuro al cual nos intentamos dirigir con paso decidido. Por supuesto en tal caso, el tiempo siempre estará ligado a este plano.

Una pregunta que llega a mi mente en este momento es entonces: ¿En esta línea de tiempo ocurren sucesos tan rígidos como el concreto o tan moldeables como la plastilina? A estos hechos aún no puedo dar una orientación concreta debido a que por una parte se habla de una definición o rama que pertenece al tiempo mismo a la cual denominamos Destino, y por otra a una cualidad del hombre o mejor dicho a un don divino que desde siempre ha marcado a éste a través de su existencia: el libre albedrío. En la primera se decreta que existe una realidad preconcebida en la que ya se conoce todo lo que pueda ocurrir. Nada y absolutamente nada se sale a esta definición y en ella no hay cabida a las decisiones que pueda tomar el individuo, simplemente ya hay un sistema de sucesos designados en el cual todo ya se conoce y repito,  nada se puede modificar. Por esta razón pongo como comparación a esta concepción del Destino a que éste sea tan “rígido como el concreto”. Luego viene la otra cara de la moneda a la que todos los seres humanos nos intentamos aferrar: el hecho de que podamos, por nuestras propias hazañas, lograr crear desde cero nuestra existencia, no solo tomando en cuenta como definición de ésta lo que nos rodee sino también incluyendo en dicho término lo que seamos como Ser. Entonces el libre albedrío viene siendo como un arma de doble filo con la cual nos podremos desenvolver desarrollando acciones o pensamientos y logrando que  con estos ese parámetro al cual denominamos Destino se vuelva “tan moldeable como la plastilina”, ya que si tomamos en cuenta tal punto ya no hay una línea de tiempo que llegue hacia el fututo si no que se va trazando a partir de nuestros actos presentes, pero sin algo pre-establecido a lo que pueda a ocurrir. Con este argumento volvemos a caer en el mismo trozo de esperanza con el que el Ser intenta sentirse seguro: “Nada está escrito”. Repito entonces mi afirmación en la cual hago participe que con ninguna de las dos comparaciones (es el tiempo “tan rígido como el cemento” o “tan moldeable como la plastilina”) me puedo sentir identificado. Para mí y mi mente cochambrosa, el tiempo es algo demasiado grande, demasiado extenso como para ser representado por alguna de las dos teorías, ya que sería pues análogo a intentar tapar el sol con un dedo. Pero si es necesario que establezca un punto de preferencia entre las dos comparaciones con sus respectivas teorías,  ¿Por qué mejor no hacer una mezcla heterogénea entre ambas? Sí, eso me agrada más. Entonces en el tiempo se realizarían los designios de nuestras decisiones, actos, pensamientos, etc, (que a su vez estarían determinados por nuestro el libre albedrío) pero estos, sean cuales sean, habrán sido dibujados por fuerzas mayores a las cuales ni siquiera podemos comprender. Así de simple creo que acabo de llegar a una conclusión en cuanto a esa incógnita.

Vuelvo entonces al punto del cual partí. El tiempo ha sido pues el primer prestamista conocido en la historia, te da absolutamente todo para después dejarte así como llegaste a este mundo: sin absolutamente nada.

Creo que concluiré esto con la humilde propuesta de la cual yo también quiero ser un fiel creyente: lo mejor sería simplemente disfrutar de los buenos momentos actuando con plenitud y felicidad, sin que importe que tan duro sea el predicamento en el que nos encontremos, solo debemos vivir como si este día, que hoy tenemos el privilegio de sentir y  experimentar fuese el ultimo, pensando en las cosas que nos causen armonía verdadera con este mundo y de las cuales podamos sentirnos orgullosos. Admirando este instante como si no hubiese mañana y solo prestando atención a lo sublime que hay en este mundo. ¡Un momento! ¿Acaso en este nuevo concepto no se encuentra la verdadera juventud?  Creo que acabé de ver un secreto que ni siquiera quiso esconderse. Por ahora continuaré el camino aplicando este principio del tiempo.  Hasta que por fin se me acabe la primavera y llegue el invierno frio de la muerte.