Fotografía obra deVARL Photography.
¿Somos cuerpo y alma o alma y cuerpo? Bueno la verdad aún no lo sé.
Pero si conozco una verdad acerca de los
seres humanos: albergamos en nuestro Ser
bien y mal. Ni uno ni otro completamente claro está, sino con ambos en proporciones diferentes
para cada ser. Las características presentes para este plano no son dadas de
maneras exactas y la composición de diferentes factores (como en este caso la
luz y la oscuridad) darán como resultado
al individuo. Para esta ocasión me enfocaré entonces en el segundo de los
factores: el mal, tomando en cuenta algunos temas exactos acerca de éste. Así pues,
recuerdo haber leído hace algún tiempo en un libro viejo la siguiente
frase: “El hombre es, por naturaleza, bueno. De suerte para el mal que éste es
un bien para el que lo practica”. Ese enunciado permite tener una idea general
de como dicho elemento puede sobrevivir.
Al igual que su opuesto, el mal no es algo que se pueda describir
fácilmente ya que no estamos hablando de conceptos exactos sino de los
interpretados por cada individuo. Pero a pesar de eso, si se pueden estudiar
las ramificaciones de éste, es decir, los diferentes elementos que se generan a
partir de la fuerza madre.
Todo lo anterior fue una introducción bastante ligera acerca del tema
del que me propongo hablar. Éste es un
conjunto de diferentes ramificaciones del lado oscuro que albergamos los seres
humanos. Me refiero entonces a los que hemos denominado durante ya bastantes
años como los siete pecados capitales. Antes de proseguir debo aclarar que los
conceptos presentes a continuación son de mi creación, y que por tanto
comprenderé sino son de su conformidad o aceptación. Sin más que aclarar daré
comienzo a mi argumento:
No a todos
nos atacan y no todos sabemos reconocer cuando realmente somos sus víctimas.
Así y de manera muy sigilosa actúan aquellos males que denominamos pecados
capitales y que desde siempre han atormentado a la humanidad. A pesar de que
puedan desenvolverse de manera muy diferente en el Ser, todos por igual, poseen
un fin común para éste y es condenarlo a su total perdición y al dolor del
arrepentimiento. Un detalle que noto en cuanto a este tema es que cada uno de
los pecados posee la capacidad de hacer a su portador dependiente de él. Este
hecho me hace regresar a la frase ya mencionada con anterioridad: “El hombre
es, por naturaleza, bueno. De suerte para el mal que esté es un bien para el
que lo practica”, y en tal caso puedo poner como ejemplo simple que para el
individuo guloso no hay mal realizado, el simplemente posee hambre. Al igual
que aquel que se deja llevar por la ira siempre poseerá una razón (que para él
es lógica) que lo llevará a desatar su enojo. Son simples comparaciones que
encuentro existentes entre la frase y dos de los pecados, aunque realmente ésta
se aplique a los siete por igual. Debo proseguir entonces con la definición que
encuentro para cada pecado de manera individual. En un orden que debo aclarar
no es debido a su importancia ya que, al poseer todos los mismos
fines (la perdición del Ser por ejemplo) pienso que son completamente
iguales sin que haya uno menos oscuro que otro. De esta manera puedo comenzar
al fin:
*Está la soberbia. En ella encontramos la tonta
idea de sentirnos superiores a los demás. No se le debe tomar a la ligera ya
que una vez que ha empezado con su efecto nos ciega de la verdad de que: Todos
en este plano poseemos las mismas actitudes. No digo que seamos iguales en el
sentido estricto de la afirmación, pero si declaro que la facultad para lograr
ser cualquier cosa deseada si la poseemos.
* Sigue la gula que es
más bien un indicio a muerte segura. El hambre de un personaje guloso jamás es
saciada. Simplemente nunca dejará de comer ya que, de no combatirse, llegará el
momento en que se verá literalmente obligado (no solo por su conciencia sino
por su propio cuerpo) a seguir consumiendo.
* Ahora está la lujuria,
que nos lleva a las tinieblas del comienzo. Ella nos hace animales con un
único instinto: el sexo. En él no dejamos de pensar jamás, nublando así nuestro
juicio. Al final cuando éste ha logrado hacerse del individuo logra crear una
adicción al placer que no tiene fin.
* Continúa la avaricia,
la cual por lo general todos hemos sentido. Nos induce a querer siempre
más, llevándonos a lo impensable a costa de tener aquellas cosas
deseadas. Con ella se llega al punto extremo en el cual mentimos, engañamos e
incluso matamos debido a la inagotable ambición.
* En este momento viene
el demonio creado por nuestro propio Ser: la ira. Ésta nos dice a gritos
fuertes que sintamos enojo, furia, rabia, y odio los cuales por supuesto son
sus fieles subordinados. Al igual que la gula, lentamente moriremos por su
culpa ya que deteriora alma y el cuerpo mismo.
* Prosigue la despiadada
pereza que nos ataca con toda cosa que podamos realizar. Con ella todo esfuerzo
perece demasiado y poco a poco lleva, de manera muy disimulada, a que el
individuo caiga en la inutilidad.
* Por ultimo está la cruel envidia que nos
ciega a toda razón. Ella, siempre malvada, no nos permite ver lo que tenemos, obligándonos
más bien a sentir celos de los demás dando paso a que
nos despreciemos nosotros mismos o, en casos más avanzados, a sentir
rabia generada por dicha ajena.
Así creo
que puedo definir a siete ramificaciones de la materia
oscura que (aunque acepto ha sido de una manera simple) espero puedan
dar una idea general de lo que son respectivamente. Debo aclarar a la vez
al hablar de dichos agentes, que no puede haber cabida a la singularidad de que
estos actúen de maneras independientes entre sí. Pienso que, en
cuanto a este hecho, en cada “pecado” existe una correlación con uno
o incluso con varios de sus iguales. De esta manera el fin común que ya he
establecido con anterioridad (es decir la perdición del Ser) puede ser logrado
con mayor eficacia y rapidez.
Para concluir con todo esto solo me falta
decir algo que de por si todos ya conocemos, pero que en ocasiones y en
momentos de distracción, no procuramos recordar: Para cada “pecado” existe una
cura que lo contrarresta, un agente del bien que se opone a la fuerza y le da cabida al desarrollo del Ser. Por
ahora, de tales temas opinaré en otra ocasión.