Fotografía obra de Alejandro Hernández.
Las hormigas caminan debajo de mí
y yo las observo todo el día y toda la noche aunque muy pocas se detengan y reparen en mi existencia. Todas
están azaradas como pequeñas obreras; siempre con un camino distinto que recorrer,
siempre llevando una pesada carga sobre sus espaldas. No solo se sumergen de lleno en sus trayectos
sino también en las realidades que se inventan, así se enamoran entre sí e
incluso viven telenovelas de ilusión y desengaños. Algunas son ladronas y otras
policías, algunas son líderes y otras (la gran mayoría) son lideradas. Casi
todas son buenas y ayudan a mejorar el
roto mundo que habitan. Otras veces veo algunas que, bajo sus propios
intereses, actúan egoístamente y causan retrocesos. Es por estas últimas que
por temporadas me pongo gris de la rabia para después empezar a llorar por
largas horas, por ellas y su grandeza mal enfocada.
Incluso en mis delirios más
cercanos a la locura, logro llegar a la calma. Por supuesto esto no es logrado
por atributos semejantes a los de un sabio, sino porque muy en el fondo
entiendo que uno no puede inmiscuirse en el acontecer de las cosas. Así
continúo observando con sumo cuidado todo lo que suceda en los alrededores y
pido, antes de continuar con todo esto, el favor de que no se le considere chismosa
a toda mi gente. Nosotras simplemente seguimos nuestra naturaleza y así como
solo un árbol conoce el número de hojas que posee o un rio su propio volumen,
así mismo nosotras tenemos en nuestro código genético vigilar los pasos de las
hormigas que existen debajo de nuestros blancos cuerpos. Volviendo al tema de
los pequeños insectos que corretean sin parar, no puedo dejar de hacerme la
misma pregunta una y otra vez: ¿Qué puede hacer un Ser como yo en el trascurso
de su existencia? Muy en el fondo de mi húmedo corazón conozco la respuesta
aunque nunca termine por aceptarla: yo no puedo hacer absolutamente nada.
Quizás la única acción que contribuya a mi felicidad, sea el hecho de continuar
dejando que me empuje el viento con la ilusión de encontrar una tierra en la
que las hormigas ya no se maten en guerras sin sentido, o se dejen vencer por
los laberintos que les presente el destino.
Si me tomo un poco más de tiempo
para reflexionar acerca de todo esto, es inherente pensar que la suerte que proponen sus reglas haya
sido en algún momento tomada en cuenta. Realmente esas hormigas son muy
extrañas al decir mucho sin empezar por lo menos a hacer algo. Quizás yo deba
quedarme callada con todos los comentarios que por mi mente pasen, porque muy
probablemente cometo un error al comparar a los de abajo con el reino natural
al que pertenezco. Yo y los míos, por ejemplo, somos felices con el simple acto
de poder cambiar de forma, transformándonos en cualquier cosa que queramos.
Mientras que los otros ya mencionados, son capaces de pasarse toda una vida
(las cuales son en verdad muy cortas) luchando por modificar su entorno y todo
lo que les rodea sin reflexionar en cambiar su interior y moldearse a sí
mismos.
Desde siempre mis hermanas han
vigilado a las hormigas de abajo y todas igual que yo siguen llorando por lo
que ven, por todos los errores que se continúan cometiendo, por las vidas que
se pierden, por aquellos que ni siquiera sueñan, por los que fingen estar
vivos. Por esas razones y otras miles, es que de nuestros cuerpos caen miles de
lágrimas. La verdad ahora que lo pienso nunca ha sido de nuestro interés
hidratar la tierra o todas esas tonterías. Aunque a veces organicemos huelgas
generales en las que lancemos rayos y
truenos a los de abajo intentando llamar su atención para hacerlos reaccionar,
la verdad es que nadie nos escucha sino que irónicamente terminan temiéndonos.
Que trágica es nuestra existencia al ver a los que queremos como si nosotras
los hubiéramos parido, cometer errores. Bueno supongo que soportar todo esto
debe ser algún tipo de karma que pagamos. Un karma que estamos pagando con el
martirio de que nos insulten al referirse a nosotras como nubes.