-Un once de agosto-


Fotografía de Víctor Alfonso Ravago 

Conversábamos en la terraza -o como sea que se le diga- del ferri en el que navegábamos y debían ser las doce de la noche.  ¿Acaso podía darse un mejor final al viaje que habíamos hecho? No lo creo. El mar nos acompañaba y la luna y las estrellas nos observaban, mientras ella me miraba con esos ojos negros que tanto me gustaban. A pesar de la escena, yo me sentía más triste de lo que nunca antes había estado en mi vida.



-Todo va cambiar a partir de ahora- me dijo ella.

-Ya lo sé. Igual te seguiré queriendo- contestaba yo sin dudarlo.

-Sabes que yo también, ¿a qué horas sale el autobús mañana?

-A las siete de la noche, ¿me irás a despedir?

- Claro que sí, bueno igual eso no cambiará nada- sentenció y ya mi mundo iba perdiendo color.

Nos miramos y las lágrimas brotaron por si solas. El simple hecho de separarnos  por un tiempo indefinido daba paso a la pena. Ella tan amable, tan amorosa y tan bella, era mi verdadero amor. Los dos habíamos pasado miles de momentos juntos y nunca nos habíamos separado. Su presencia y apoyo me permitieron crecer.

¿Qué hubiese sido yo sin ella? Probablemente uno más del montón. Pensar que en tan solo dentro de un día la distancia destruiría nuestro amor era algo que me causaba miedo, enojo, desdicha. Ambos ya lo habíamos conversado muchas veces. Ninguno de los dos creía en el hipócrita pensamiento de que “el amor resiste las distancias”. Sabíamos que, al contrario, causaría la muerte de todo lo bonito que ambos sentíamos el uno por el otro. 

Mientras nuestros amigos disfrutaban del viaje hablando, riendo y saboreando una cerveza fría o un café caliente en plena noche, nosotros sufríamos porque veíamos lo que ocurriría en nuestro futuro. Yo había decidido, incluso antes de conocerla, que me iría a estudiar muy lejos de mi ciudad natal y por fin ese sueño estaba por cumplirse. El destino con su ley de que “para ganar algo hay que sacrificar otra cosa” me jugó la peor de las bromas, me condujo a enamorarme perdidamente para luego hacerme caer desde las alturas teniendo que abandonar a mi amada.

-El tiempo ya no dura como antes, ahora todo pasa muy rápido- le decía yo y ya me daba cuenta de que mi corazón comenzaba a palpitar más lentamente.

-Sí, es verdad. Hace ya cuatro años que nos conocimos y fue que empezó todo.

-Solo porque soy un pendejo te lo preguntaré: ¿nunca me olvidarás, cierto? ¿Siempre recordarás todo lo que vivimos juntos?

-Tienes razón en algo: eres un pendejo. ¡Por supuesto que jamás te olvidaré! Sin que importe lo que pueda pasar, tú seguirás siendo parte de mí, tú siempre estarás conmigo- me admitió y sentí que ese mundo mío que poco a poco se iba quedando gris por lo menos comenzaba a tener un hilo de luz.

-De verdad te amo- le dije intentado resumir en esas palabras todo lo que sentía por ella, pero para mí pesar, yo ya se lo había dicho muchas veces y quizás no tenía el mismo efecto.

- Te amo más- me dijo y una nueva lágrima se dio a la fuga. Esa fue la prueba perfecta: El amor seguía existiendo para los humanos comunes y corrientes.

Nos abrazamos muchas veces esa noche, nos besamos como si apenas llevásemos un día de novios, dormimos juntos otra vez abrasados y yo no pude evitar soñarla. Al día siguiente ella cumplió su promesa yendo a despedirse de mí al terminal. Hasta esa noche estuvimos juntos. A partir de ese momento mi vida dio un giro de 360 grados.

***
Tony terminó de contarle su historia a su amigo, de alguna extraña manera, este sentió su dolor y tristeza. Estaban en un bar de Mérida, ciudad donde él vivía y a donde lo había ido a visitar el otro. Su compañero nunca se había enamorado realmente de ninguna mujer, pero sabía por simple sentido común que amar no es solo un sentimiento o una emoción, amar es todo un universo. 

El amigo no pudo evitar pensar que, de seguro, el amor entre los mortales también había sido uno de los males que escapó de la caja que Pandora. Precisamente justo allí, en frente de él, estaba uno de los condenados a la fatal maldad de tener que abandonar a una persona amada.  Tony comentó que, mucho tiempo después, se enteró de que ella ya tenía otro novio y que probablemente eran igual de felices como lo habían sido ellos dos.

-¿Y tú la sigues amando?- le preguntó el otro sin querer hurgar en la herida sino dejando que la imprudencia aflorara.

-Más de lo que la amé ayer y menos de lo que lo haré mañana. Otras mujeres han llegado y te mentiría si te dijese que no las he querido, pero siempre en la vida de todo hombre habrá una mujer que perdurará en la memoria. Una a la que no se le podrá olvidar fácilmente, una a la que uno designará como la “media naranja” con la que el destino caprichoso y egoísta no nos permitió vivir eternamente.

-No pienses así, todo es posible y el mismo destino que los separó se encargará de volver a unirlos- le dijo buscando que sus esperanzas se renovaran.

-Ojala fuese así, por lo menos yo sería feliz si eso ocurriera. Pero, por ahora, pidamos más cerveza- y allí terminó la historia acerca de su amada.

Tony quizás nunca llegaría a saberlo, pero ella jamás lo dejó de amar. Fue incluso esa misma noche cuando, después de que su novio la dejara en la puerta de su casa luego de cenar, ella miraría el cielo lleno de estrellas y recordaría ese once de agosto de la cruel despedida. El momento cumbre fue cuando, sumida en recuerdos, le pareció oír las olas que rompían contra el ferri y sola y triste lloró extrañando al que también había sido su “media naranja”.