Fotografía obra de Génesis Pérez
Cuando me percato por fin de que
todo ha cambiado, ya realmente todo ha cambiado. Puede parecer redundante, pero
no existe gran explicación al hecho de que nuestra novela propia pasa tan
fugazmente que a veces ni nos damos cuenta de que tanto se ve alterada su
esencia. Cuando me despierto cada mañana y veo el techo de mi cuarto no pienso
en absolutamente nada. Mi cuerpo se levanta como un espectro mecánico que actúa
por cuenta propia. Ni siquiera pienso en qué hacer cuando ya lo estoy haciendo.
Sin percatarme ya estoy en el baño mirando mi reflejo en el espejo que está
arriba del lavamanos. Saco la lengua, restregó con mis manos los ojos para
alejar al sueño de ellos, me cepillo con la pasta dental que sabe a menta. Todo
esto por el mismo acto inconsciente que nunca planeo, solo ejecuto. Es cuando
estoy metido en la ducha y el agua me cae por todo el cuerpo, cuando me doy
cuenta de que estoy vivo. Allí, en ese preciso momento, es que caen con una
pesada furia la jauría de recuerdos que
me acechan. Recuerdos de un pasado que viví con plenitud, pero que ya hacen
parte de esa compilación que solo podré retomar en fugases analepsias que pasen
por mi conciencia.
Uno no es ni por fuera ni por
dentro tan seco como un maní. Pensando
en esa realidad y estando en este imperio gigantesco que inventé en mi cuarto,
logro sentir la fuerza de la depresión por querer repetir lo que ya pasó.
Supongo que no es posible llegar directamente a la gloria sin tener que cortar
lazos, pero que problemático es que terminemos llegando con esto a la tristeza.
Tengo claro algo la depresión no me ataca por ser débil sino por ser igual de
humano que el que está leyendo esto. Ahora que lo pienso, en mi vida pasada
tuve aventuras dignas de ficción pero nunca nadie se inspiró en ellas para
hacer ninguna película.
Continúo conservando (por lo
menos en una mínima cantidad) lo que gané de esos días. Es mi forma de ser el
resultado de lo que fue y ya no es más. El destino también intervino,
resultando así una mezcla heterogénea de lo que ocurrió junto con lo que el Ser
captó y mantuvo la demostración de que gracias a lo que fuimos ahora
somos.
Cada canción bailada o cantada,
cada sonrisa precedida de una carcajada, cada paso dado intentando llegar a un
mejor futuro, cada historia de amor; y muchas otras cosas más que se guardaran
en mi cabeza como piezas de un rompecabezas gigante eternamente inconcluso. De
todas maneras no puedo dejar de recordar tal y como si fuese este evento un
acto de masoquismo puro. En realidad son nuestros recuerdos los que nos dirán
si ha valido o no la pena vivir. En mi opinión personal la ha valido
completamente y ahora lo sé. Lo sé gracias a ese parpadeo hacia el pasado que
me permite recargar fuerzas y continuar.
Un recuerdo es una historia. Un cuento
en el que somos nosotros los protagonistas. Luego de todo este tiempo me pierdo
en una fotografía como si fuesen estás portales hacia emociones pasadas, hacia
aquellos segmentos que ya no volverán. Lo mejor sería despejar los pensamientos
y reservar los comentarios para continuar viviendo el presente. Basta de
parpadeos.