Fotografía obra de Celso Emilio Vargas Mariño
- Entonces ¿Qué será de mí ahora?
¿Me dejarás solo? – le preguntó el discípulo indignado por la confesión que le
acababa de hacer el hombre que había simbolizado un foco de luz entre toda su
oscuridad, entre su confusa vida.
-No es fácil intentar cambiar las
cosas. La vida es un constante cambio. Ya te ha llegado la hora de andar solo y
a partir de este momento tú solo estarás…- eso fue lo último que le dijo el
maestro al muchacho que tenía enfrente. Se levantó de la silla, tomó su maleta
y se montó en un autobús que lo llevaría lejos.
El muchacho se llamaba Carreño y
ese en realidad no era un nombre de persona, aunque simplemente, así se llamaba
él. La historia de cómo había
transcurrido el segmento de su camino al lado de su maestro era bastante
extensa, pero él jamás olvidaría como había empezado todo. Allí, sentado en esa
banca en el terminal de pasajeros, los recuerdos empezaron a llegar uno tras
otro hasta lograr transportarlo en el tiempo. De repente el paisaje en el que
se encontraba momentos antes cambió hasta no ser más lo que era. Los buses que
antes pasaban delante de él fueron suplantados por el mar y la arena, la banca
era ahora una silla de mimbre tejido, el sol con su cegadora luz ya no estaba
sino que era la luna la que miraba desde lo alto a los mortales que disfrutaban
también observándola. El espacio transmutó completamente junto con el tiempo.
El primero había dejado de ser la ciudad, se encontraba ahora en una casa en la
playa del mar Caribe. La segunda de las dos leyes naturales (es decir el
tiempo) ya no era el presente de Carreño sino muchos años atrás. En aquel
entonces, su pequeño mundo había comenzado a dar una vuelta de 360 grados
gracias al hombre que, en aquel entonces, tenía al frente.
-Tú has buscado hablar conmigo,
tú has buscado esta conversación- le decía aquel señor gordito y calvo sentado
al frente del joven Carreño- Hace rato ibas y venias de acá para allá solo para
que pudiésemos vernos. Todo, por supuesto, inconscientemente.
El joven no decía nada y solo se
limitaba a escuchar lo que decía el hombre. Ni siquiera había notado el hecho
de que hubiese caminado delante del otro para lograr hablar con él. Sin embargo
el hombre afirmaba que así lo había hecho, aunque sin darse cuenta.
-¿Tu sabes lo que yo soy? ¿Te
diste cuenta de lo que yo hago esta tarde cuando estaban pescando?- le preguntó
aquel enigmático gordito.
Carreño se concentró en recordar
lo que había pasado esa tarde. Él y los muchachos pescaban en el muelle cuando
se había aparecido el tío de Pepe con su esposa y su hermano (que era el hombre
con quien ahora conversaba) y se habían puesto a hacer cosas a un lado de
ellos. Ninguno les prestó atención pero al cabo de un rato el hermano se había
dirigido a Carreño y le había dicho: “flaco, pásame ese baso”. Carreño había
cumplido con la petición y no había prestado más atención a ninguno de los
recién llegados. Sin embargo, ocurriría algo muy extraño: en menos de diez
minutos el mar se había alborotado tan abruptamente que les fue imposible
continuar con la pesca y debieron regresar a la casa.
-La verdad no me di cuenta de
nada. Sí vi que estaba con su hermano y la
señora de éste pero no más. Y tampoco sé lo que es usted ni nada por el
estilo- respondió el muchacho. Esto no era completamente cierto porque
justamente una hora antes cuando estaban a punto de cenar, su amigo Pepe le
había comentado quien era el hermano de su tío político. Carreño estaba sentado
al frente de un brujo, solo que no se atrevía a afirmarlo por falta de pruebas
contundentes.
-Yo soy un babalawo, un sacerdote
de mi religión. Lo que hacíamos hoy era un trabajo que terminó por alterar a mi
madre Yemaya y por tal no se pudo terminar- le afirmó el hombre aclarando ya
todas sus dudas para luego decir- Ahora
dime algo: ¿estás asustado?
-No, aunque no sé nada de usted y
no entiendo muy bien lo que me dice, no estoy asustado.
Hablaron sobre infinidad de
cuentos. Sobre la clase de vidas que llevaban tanto el uno como el otro o como
habían terminado en esa orilla del país. El hombre frente a Carreño presumía de
dones de asombrosa naturaleza y de aventuras que iban de la mano con lo
fantástico. El joven, siempre cohibido, asentía ante cada palabra intentando
demostrar en sus gestos por lo menos una pequeña parte de su asombro por todo
aquello.
-¿Hace cuánto murió tu abuelo?-
preguntó repentinamente el señor al muchacho y éste ultimo sintió que el
corazón saltaba en el interior de su pecho.
-¿Mi abuelo? Ehhh… hace alrededor
de tres años- contestó Carreño sin poder esconder su gran asombro- Disculpe
pero, ¿Cómo sabe usted que…?
-Él siempre te cuida- dijo el
hombre sin permitir que el otro terminara su pregunta- Y siempre está contigo.
Desde que te vi en la tarde cuando pescaban logré verlo también a él, con sus
facciones cuadradas y su gran estatura. Él no permite que el daño te llegue. Se
quedó en este plano más tiempo del que debía solo para tenerte a salvo.
Ante tales afirmaciones ya el
joven no sabía qué hacer. Su cerebro funcionaba alocadamente intentado
adaptarse a todo este panorama que se le presentaba. El instante en que sintió
que se desmallaría fue aquel en donde su interlocutor, manteniendo siempre su
tranquilidad pasmosa, le preguntara:
-Ahora dime: ¿Quieres hablar con
él?
Luego de pensarlo muchas veces en
tan solo una fracción de segundo, el joven pudo responder:
-No. Prefiero que sea otro día.
Esa clase de momentos incomodos
en los que el muchacho creía entrar de lleno en los libros de aventuras y magia
que lo habían marcado durante tanto tiempo, se repetían constantemente y pasaron a parecerle algo común. El estar
preparado para el siguiente tema a tratar se hizo una necesidad. Tal
conversación despertaba un verdadero despliegue de emociones nuevas. El hombre
hablaba de gentes que hace ya tiempo habían abandonado el mundo de los vivos.
Pero llegó un momento de exaltación aún más particular, un dramático instante
en el que las emociones salieron a relucir.
Tal evento ocurrió cuando, de la nada y sin previo aviso, el hombre misterioso
comenzó afirmar:
-Debo confesarte algo: La verdad
es que yo no soy feliz. He amado a muchas mujeres, visitado muchos lugares,
visto cosas increíbles que ni siquiera son parte de este mundo. Pero
simplemente no soy feliz y sin ese elemento en una vida, ésta está vacía…
Carreño se quedó mirando un rato
al personaje que tenía delante de él, aquel oriental que ahora miraba la
bastedad del mar con tristeza en su expresión parecía indefenso y débil en
comparación a lo que había sido momentos antes. Fue en ese momento en donde
pudo darse cuenta que, al final, incluso los grandes brujos continúan teniendo
alma de hombres. Hombres que sienten, que viven y que abrazan la infelicidad como cualquier otro.
-Entonces hagamos un trato- dijo
el muchacho rompiendo el trance en el que se encontraba el hombre, el cual, se
volteó para verlo directamente a los ojos- Vamos a buscar la felicidad y a dar
la vida por encontrarla. Sé que no es algo fácil de realizar, pero yo creo que
podremos hacerlo… Yo creo que todas las personas tenemos la misma magnificencia
con la que nada se puede tornar imposible.
El hombre no dijo nada. Se quedó
mirándolo directo a los ojos y Carreño sintió que esos ojos lo traspasaban y
leían todo su Ser. Al cabo de minutos que parecieron horas, el hombre por fin
habló y lo que dijo fueron palabras que cambiarían la vida del joven muchacho
para siempre:
-Sabía que no me había
equivocado. Sabía que eras el indicado. Tú serás mi aprendiz y yo seré tu
maestro. La vida no nos ha juntado por coincidencia, estamos realmente
destinados a aprender uno del otro. Doy gracias porque seas como eres y sí, es
una promesa- dijo estirando la mano y estrechando la del otro- Tienes razón,
ambos llegaremos a ser felices si confiamos que así será.
La noche continuó hasta que
llegaron las once y media y el hombre (¿o acaso ya debía llamarlo maestro?)
dijo que ya era hora de acostarse. Jamás olvidaría la última frase que
utilizaría éste extraño individuo antes de que fuesen a dormir:
-Vamos que hace mucho frio, las
ánimas están alborotadas porque ya se va a terminar la semana santa. ¡Míralos!
¡Están por todas partes! Lo mejor es entrarse de una vez.
Los recuerdos comenzaban a desaparecer y Carreño volvía a estar sentado
en la banqueta del terminal de pasajeros. El tiempo había trascurrido tan
rápidamente que parecía que aquella noche de ese último día de la semana santa
había ocurrido días atrás. Pero no, todo lo que acababa de recordar había
acontecido hacía ya varios años. La ironía de situarse en aquella fecha en la
que había conocido a su maestro quedaba marcada con la confesión que éste le
había hecho momentos antes:
-Seguiré el consejo que me diste
el día en que nos conocimos. Me iré muy lejos para buscar en tierras
desconocidas mi felicidad. Gracias por todo lo vivido pero ésta es sin duda
nuestra despedida.
Ahora entendía muchas cosas.
Cosas simples y otras profundas. Había pasado por momentos inolvidables en su
vida. Ahora él era también parte de esa gama hombres a los que la gente común
llama Brujos y su vida ya no era normal. Pero, sin importar que haya ocurrido o
que ocurriera a partir de ahora, Carreño jamás olvidaría esa noche tan
enigmática y que le cambiaría la vida. Ahora su camino sería sin la compañía de
su maestro, aunque igual él no se sentiría solo. En realidad ni siquiera en ese momento estaba solo porque su
abuelo lo acompañaba sentado a su lado en la banca, sonriéndole, dándole
palmaditas en el hombro y diciéndole que gracias al hombre que se acababa de
ir, Carreño lo había podido volver a ver.