Fotografía obra de Génesis Pérez.
No me creo las cosas que nos
quieren venir a decir a la mayoría desde
que somos chiquitos: usa la camisa por dentro, anda a la iglesia los domingos,
quítate la gorra cuando vayas a comer, estudia y obtén un título para que seas
alguien en la vida, no te juntes con malandros que esa gente no tiene nada
bueno, lo que comienza mal termina mal. Así, infinidad de tonterías que a mi
parecer, no sirven para absolutamente nada. Quieren que vivamos pero no nos
dejan vivir. Apartando esto, si hay algo en lo que creo fervientemente: somos
nosotros los únicos dueños de nuestros actos, de lo que queramos o no queramos
hacer. Pienso que es importante pensar con claridad en este punto, ni a ti ni a
mí nos gusta sentir que terceros pueden controlar lo que podamos hacer en este
mundo. Por eso perseguimos siempre el sueño de la libertad, de la independencia
plena. Lo importante es tener claras las posibles repercusiones que pueda traer
la autonomía de nuestras acciones, saber que toda causa tendrá un efecto y
hacer valer este don divino de la acción de buena manera. ¿Qué cuál sería esa
buena manera? Eso solo lo podrías saber tú, yo por mi parte solo te diré que
las respuestas las tenemos en nuestros corazones. Por eso somos los únicos
protagonistas en esta tragicomedia. Aunque sin duda alguna hay un destino ya
escrito e indiferente a eventos sin sentido, este mismo será trasmutable a los
trazos realizados por los dioses en potencia que en él habitan.
La fortaleza interna es esencial
al igual que la valentía que inyectemos a nuestras acciones. A la vez, con tan
solo la idea indicada podrás cambiar el mundo, pero sin un sentimiento que te
impulse no saldrás de tus propias barreras. En todo esto el miedo pasa a ser
solo un mito; admítelo, el miedo no te paralizará a la hora de actuar sino la
desconfianza que te tengas a ti mismo. Viéndolo así, el miedo es la ilusión que
creamos para disfrazar nuestra falta de fe, nuestra propia realidad interna.
Serás el albañil de tus propios
castillos, el dirigente de tus piernas en cada paso, aquel que decida el futuro
del país que existe en su mente. Porque en tal cosa (la existencia, la vida o
como se le quiera decir) no puede haber cabida a los “quizás” o “de repentes”
en las motivaciones que tengamos. Se hace o se deja de hacer, se actúa ante las
circunstancias presentes o simplemente se mantiene inerte. Vivir cada día como
si fuese el ultimo, como si te pudiese atropellar un carro al cruzar la calle o
te pueda caer un rayo en alguna tormenta, es digno de admirar. Lo digo porque
solo así empezamos a obviar que hay probabilidades de desastre, sabemos que
existen si, y que en cualquier momento
nos pueden llegar a nosotros, pera ya nos empiezan a dejar de importar.
Comprendemos al fin que lo malo está en la naturaleza de las cosas y, así de simple, éstas dejan de parecernos
gigantes con espadas y martillos capaces de cortar o aplastar nuestro menudo
cuerpecito.
El sistema puede parecer como si
tuvieses la obligación de desarmar una complicada bomba que puede explotar en
cualquier momento. Hay que tener en cuenta que seguimos ante todo siendo seres
humanos; que cometeremos los mismos errores que cometieron hace muchos años
atrás nuestros antepasados; que viviremos y estaremos a la merced de la
devastación y la tragedia, o de un tiro cuando nos vengan a robar. Lo
importante es no dejar de moverse en pos a lo que dicte nuestro palpitante
órgano bombeador de sangre. Él siempre tendrá la razón, o por lo menos nos dirá
el verdadero anhelo que deseemos. Causa efectos con buenas causas, y después no
digas que no te lo dijeron. Por mi parte continuaré intentando descifrar el
sofisticado dilema que propone el acto de meterse la camisa por dentro. Tú
levántate, anda y agarra un bus hacia lo que te haga feliz. Quizás solo eso
baste: actuar.