Fotografía obra de Celso Emilio Vargas Mariño
-La guerra me sorprendió de la
manera menos esperada: cuando iba a la bodega a comprar huevos y harina de
trigo porque mi hermana estaba antojada de comer panquecas. En aquellos días se
hablaba de una constante amenaza que podía estallar en cualquier momento. Pero,
como siempre, uno no le presta atención a las cosas sino hasta que estas le
están pegando un golpe en la cara. Corría el año de 1958 y el presidente era
nada menos y nada más que el desgraciado de Pedro Manuel Cardona.
Así comenzó a contarle su
historia don Joaquín Quintero al periodista que lo visitaba. El ultimo había
llegado una tarde cualquiera diciendo representar a un prestigioso periódico de
la capital. Su misión era conocer a fondo la vida de “El Quintero”. Un personaje
activo en la guerra civil de mediados del siglo XX que no solo vivió el terror
constante de la época sino que también lideró una pequeña cuadrilla de hombres
que recorrió el país sobreviviendo a las situaciones adversas que se
presentasen hasta llegar a cumplir su propósito: la muerte del presidente. El
periodista parecía muy joven (no debía pasar de los 25 años) pero era un
prodigio de la entrevista y el dialogo. Se llamaba Sebastián Guarín y a pesar
de sus grandes logros en el campo a su temprana edad, esa conversación y lo que
resultase de ella sería el trofeo con más brillo en su estantería personal.
Toda la nación conocía el nombre de Joaquín Quintero y ya muchos habían narrado
la odisea que éste había desarrollado. Pero este caso era diferente y único en
la historia registrada. Se trataba de que Quintero nunca había narrado lo
sucedido a nadie, todo ocurrido se conoció por boca de los que lo acompañaba,
él se reusó siempre a dar explicaciones de cualquier tipo. Sin embargo,
Sebastián era astuto, y logró persuadir
al viejito con una afirmación contundente que no dio sitio a replicas: “Le
puedo asegurar que cuando usted se muera, ningún muerto se interesará en su
historia. Cuéntesela a los vivos y verá que ellos la querrán saber de principio
a fin”. Así, con algo tan simple como eso, el joven conquistó la apatía de
Quintero. En ese momento, éste solo se lo quedo mirando admirando su valentía y
seguridad. Factores que, aún después de todo lo vivido, el continuaba anhelando
tener. Luego solo le preguntó al muchacho que si a le gustaba el café y cuando
el éste respondiera afirmativamente, el veterano de guerra solo dijo: “bueno
chamin, tráete mañana tu libretica de anotaciones y muchas ganas de tomar café,
porque vamos a hablar bastante”. Sebastián lo había logrado, finalmente podría
tener la exclusiva de su vida. Al día siguiente estaba allí, en la casita
pintada por afuera de azul celeste, no con una libreta de anotaciones sino con
su Smartphone en el bolsillo, con él era más que suficiente para capturar toda
la entrevista de aquella leyenda que tendría al frente. Quintero había servido
su café y empezó a contar su historia con un tono tan dramático que parecía de
película. Sebastián solo miraba expectante mientras la magia de la imaginación
empezaba a hacer efecto en su cabeza.
-Mientras estaba pidiéndole las
cosas al señor de la bodega, se oyó el primer disparo que yo escucharía en mi
vida, seguido de un grito de dolor. La gente empezó a agitarse en la calle en
la que yo estaba mientras más tiros de revolver suplantaron al primero. Se
trataba de un grupo de dirigentes regionales de la oposición que andaba en el pueblo por aquellos días y
que se encontraba en un bar cerca de la plaza. Sin previo aviso llegaron militares
uniformados y abrieron fuego en su contra. Eso era un acto impensable en
aquellos días, quizás porque una vida valía más en esos tiempos que lo que vale
ahora o tal vez porque a pesar de que el hilo entre la guerra y la paz fuese
tan delgado, casi nadie parecía atreverse a romperlo por el bien común. Digo
“casi nadie” debido a que pocos pensaban que, días antes, el presidente había
tenido una junta con sus hombres más allegados a quienes les informó su deseo
por acabar de una vez por todas con los grupos opositores a su gobierno. Aquella
junta me la habría contado años después un insignificante conserje que, por
casualidad y contando con la suerte de no haber sido descubierto, terminó detrás de una puerta escuchando como Cardona
planeaba el asesinato de centenares de grupos en su contra por todo el país.
Cosa que logró en parte pues el 15 de mayo de 1958 se dio pie a lo que se llamó
la operación “muerte a los opositores” ó operación “MALO” abreviadamente, la
cual logró dar un golpe certero en la oposición del gobierno cardonista que
hasta aquel día se había mostrado como democrático. Quizás miles de hombres y
mujeres que discrepaban a las ideas herméticas del gobierno, fueron asesinados
sin previo aviso ese 15 de mayo. Algunos por la espalda, otros cuando estaban
dormidos tomando la siesta y muchos incluso en presencia de sus familiares.
Volviendo a la fuente, aquello era una locura total. No solo se estaba
demostrando una acción netamente dictatorial, sino también se abría las puertas
para algo que evidentemente llegaría: la guerra. Aún hoy en día, me pregunto si
quizás Cardona tuvo la suficiente claridad de ver lo que se iba a producir en
el país debido a “muerte a los opositores”, o si realmente pensó que sus actos
pasarían sin gran notoriedad entre el pueblo. No lo sé realmente. Tú debes entender
muchacho cuan ciegos vuelve a los hombres el poder, el simple hecho de verse
sobrecargados de la gloria de mandar y que te obedezcan nos hace sentir dioses
en esta tierra.
- Es el principio dictatorial de
Litargo- lo interrumpió Sebastián- Él decía: “dale a un hombre poder de
destrucción y creerá estar por encima de los demás, dale poder de creación y se
sentirá por encima de Dios. Pero dale ambas cosas y se volverá un dictador”. Yo
realmente no creo mucho que tenga sentido, más sabiendo que Litargo terminó
loco y encerrado en un manicomio por su propio bien.
- ¿Con que has leído a Litargo?
Parece que todavía hay gente dispuesta a prestarle atención a los que murieron
bajo el calificativo ofensivo de locos, como si realmente todos no lo
estuviéramos. Bueno si, Litargo lo explica muy bien en ese principio: casi todo
el mundo sucumbe ante la avaricia de hacer lo que les da la gana sin que nadie
los pare. Pero así supiera o no lo que se le iba a venir, Pedro Manuel supo
mantener su actitud de terco y de psicópata empedernido hasta el final.
Solamente no contaba con un único punto en todo su plan- respondió Quintero al
periodista y se quedó callado mirando al suelo.
Pasaron un par de minutos y al
ver que el viejito continuaba sin hablar, el joven Guarín interrumpió el
silencio:
-Señor por favor continúe, quiero
saber que pasó luego y con qué era que no contaba el presidente Carmona.
El otro cerró los ojos y exhalo
un gran soplo de aire. Luego lo botó acompañado de un suspiro triste y
finalmente, mirando a los ojos del muchacho, dijo:
- No contaba con el hecho de que
mi papa estaba en esa cantina en la que irrumpió el ejército en mi pueblo; no
contaba que entre la balacera producida por los de verde, una bala perdida se
incrustaría directamente en su corazón; no contaba con que (a pesar de todos
los esfuerzos realizados por los doctores del hospital) papá perdería la vida
mientras sujetaba con fuerza la mano de su hijo mayor a quien se le habían
informado lo ocurrido cuando volvía corriendo de la bodega hacia su casa;
finalmente, no contaba con que allí, en ese cuartico de hospital, el hijo
juraría aun tomándole la mano ensangrentada a su viejo y sujetando una bolsa
con huevos y harina de trigo con la
otra, que vengaría aquella maldad y no descansaría hasta hacer justicia.
Sebastián no dijo nada. La
confesión le había generado un nudo en la garganta, de esos que a uno le dan
cuando el dolor y la pena ajena es capaz de conmover al propio corazón. Por
primera vez en varios años de entrevistar a muchísimas personas, no fue capaz
de responderle nada a su interlocutor para continuar con la conversación.
Sintió incluso rabia ante el hecho, ante un acto que hacía ya más de 60 años
que había pasado, ante un enemigo al que solo había visto en fotografías en
blanco y negro que estaban en los libros de historia. Al ver al muchacho
quedarse petrificado por lo que acababa de contar y notando que este no diría
nada, Quintero finalmente habló.
-Creo que hemos terminado por
hoy, ven mañana y continuaremos. No olvides traer ganas de tomar café y si
quieres llégate también con hambre que te puedo hacer unas arepitas dulces para
acompañar.
-Sí, gracias. Es usted muy
amable, vendré mañana a la misma hora de la tarde. Hasta luego don Joaquín-
respondió Sebastián antes de levantarse y comenzar a caminar hacia la puerta de
la calle. Pero antes de abrirla pensó una vez más en todo aquello, se voltio y
se dirigió una vez más al don que tenía al frente- Señor, ahora entiendo por
qué nunca contó a nadie su historia, entendería perfectamente si no quisiera
continuar con la entrevista.
El viejito Joaquín sonrió y dejó
mostrar que uno de sus dientes superiores era de oro, entonces respondió:
-Tranquilo muchacho que después
de decirle que sí a un asunto yo por ley no le puedo decir que no. Además es
como tú me hiciste entender de una vez por todas: ya es hora de contarle a los
vivos mi historia.