Fotografía obra de Génesis Pérez
La primera vez que la vi no
presté gran atención a lo que hacía, se trataba de una niña con un vestido blanco que
caminaba descalza al calor del mediodía. Me pareció extraño no verla con algún
adulto pero no podía perder tiempo deteniéndome, debía asistir a
una reunión importante y si me demoraba seguro tendría problemas con mis
superiores.
Esa noche pasé por el bar del edificio en el que vivía para tomarme algo y relajarme. Estaba en la barra cuando, al voltear hacia un sector del lugar, allí encontraba otra vez la niña del vestido blanco. Me miraba concentrada, continuaba descalza y la gente pasaba a su lado sin siquiera reparar en su presencia. Me sorprendí de encontrarla una vez más. La niñita era rubia y no debía de pasar de los diez años. De repente el bartender me habló para preguntar algo y, al volver a ver en dirección a la niña, esta ya no estaba.
Esa noche pasé por el bar del edificio en el que vivía para tomarme algo y relajarme. Estaba en la barra cuando, al voltear hacia un sector del lugar, allí encontraba otra vez la niña del vestido blanco. Me miraba concentrada, continuaba descalza y la gente pasaba a su lado sin siquiera reparar en su presencia. Me sorprendí de encontrarla una vez más. La niñita era rubia y no debía de pasar de los diez años. De repente el bartender me habló para preguntar algo y, al volver a ver en dirección a la niña, esta ya no estaba.
El tercer encuentro no tardó en ocurrir. Fue mientras esperaba a que
la luz del semáforo cambiara para cruzar una avenida. Allí, al otro lado de la calle, estaba otra vez la
pequeña aún descalza y con el mismo vestido. Me miraba con la misma atención, una que esta vez dedicó segundos después a una mariposa que
pasó volando a su lado y que cautivó su interés de tal forma que pareció
olvidarme. Sentí una especie de terror
extraño, esto no era casual, o la niña me estaba siguiendo o yo
me estaba volviendo loco y la veía en cualquier parte. Entonces una idea
desesperada pasó por mi cabeza: quizás era un fantasma o un duende o qué sé yo. Aproveché que aún estaba distraída por las mariposas, di media vuelta y me fui caminando
rápido, lo más rápido que pude.
Llegué a un parque desolado y me senté en una banca que había debajo de un gran almendro. Allí estaba yo, percatándome de cómo había comenzado a sudar por la agitación. Todo por encontrarme con una niña en repetidas ocasiones sin poder explicar el hecho con un argumento convincente.
Llegué a un parque desolado y me senté en una banca que había debajo de un gran almendro. Allí estaba yo, percatándome de cómo había comenzado a sudar por la agitación. Todo por encontrarme con una niña en repetidas ocasiones sin poder explicar el hecho con un argumento convincente.
Entonces la volví a ver, la niña estaba sentada en una banca distante de la mía. Se me
hizo un nudo en la garganta y comencé a temblar ligeramente. Las
mariposas volaban cerca de su pequeño cuerpo pero esta vez ella no las miraba, solo me miraba a mí. Decidí hacer algo, al fin hacer algo, y me paré del banco y caminé
directamente hacia ella a través del parque. Al llegar hasta donde estaba, entendí que ni siquiera sabía qué decirle ni qué hacer. Supongo que por eso solté la primera tontería que un adulto diría:
-Hola, ¿cómo estás?- pero no contestó e intenté algo más adultamente tonto- ¿Quiénes son tus padres? ¿Están por acá cerca?
Voltee a mirar por encima de mis hombros a ver si encontraba a alguien distinto, pero la pequeña siguió sin responder, solo inclinó su cabeza y continúo como si no entendiese ni siquiera lo que yo decía. Entonces intenté algo diferente:
-¿Puedo sentarme?
Voltee a mirar por encima de mis hombros a ver si encontraba a alguien distinto, pero la pequeña siguió sin responder, solo inclinó su cabeza y continúo como si no entendiese ni siquiera lo que yo decía. Entonces intenté algo diferente:
-¿Puedo sentarme?
-Sí- respondió para mi sorpresa.
-Ah, entonces sí hablas, eso me
agrada. Ahora dime: ¿Qué haces aquí?
-Disfruto del parque, ¿y tú que
haces aquí?- preguntó sin dejar de mirarme.
-¿Yo? Yo vine hasta aquí para…
Para descansar un poco.
-No eres bueno mintiendo, nunca
lo has sido. Eso está muy bien, la verdad debe ir siempre por delante de quién puede decir una mentira. Si debes tener claro algo son tus verdades, ellas te harán libre y te convertirán en un
libertador de otros. Lo mejor es aceptarnos tal
como somos, como realmente somos. Así no se sufriría por vivir con lo que se es y lo que no, con lo que se quiere y no se hace. En tu caso es más evidente: evita las mentiras
porque no sabes construirlas y mantenerlas, como el trabajo que tienes y no te hace feliz, como la soledad que te entristece y que no sabes dejar. Todo por la mentira de que estás en el camino correcto cuando solo gateas en la oscuridad.
Yo no entendía qué había pasado
realmente, apenas pude responder como un idiota entrecortadamente.
-¿Por qué me has dicho todo esto?
No entiendo…
-No entiendes porque no quieres entender -dijo interrumpiéndome- Tu verdad se encuentra
ahora enfrascada en la mentira que vives y aceptas todos los días. Por eso
estás solo, por eso no eres feliz. Ni siquiera haces constantemente aquello que
deseas, sino lo que crees que quieres. Debes pensar muy bien qué harás a partir de ahora que
sabes esto, de lo contrario continuarás en tu pequeño país de las maravillas que no
tiene nada de maravilloso. Acepta tu verdad y deja de
engañarte que de todas formas no sabes mentir bien- sentenció la niña y se
levantó para irse.
Ahora era yo el que quería que se quedara, recobrando el sentido, logré balbucear más preguntas ingenuas:
-Espera… ¿Quién eres? ¿Cómo te
llamas? ¿De dónde vienes? ¿Cómo es que sabes todo eso? Sigo sin entender nada.
La pequeña se detuvo y se volvió hacia mí, me miró otra vez directamente a los ojos antes de decir la frase que
estremecería mi pequeño, hermético y sobresaturado universo:
-Me llamo Hada, no soy de ningún lado, o tal vez soy de Júpiter, quizás.