-El olor de mi rosario-



Fotografía obra de Celso Emilio Vargas Mariño

En el cielo no había nubes, no había un sol, no había nada de eso. En el cielo había una obra de arte en construcción compuesta por colores que se entremezclaban maravillosamente en pleno atardecer.


- Mira allá-  me decía ella señalándome un punto en aquel regalo de Dios.

-¿Allá donde?- preguntaba yo.

-Allá chico, en el lugar más bonito de esa parte.

-¡Ah ya! Ya alcanzó a ver. Sí, es muy bonito.

-Con cosas así te sientes libre y  sin ataduras.

“Qué bonito era todo lo que me decía Gene”, pensaba yo con una sonrisa de niño gafo en los labios. Ella era una especie de maestro que el destino me había mandado, con la singularidad de que me enseñaba cosas simples que yo no había notado antes.

-¿En qué piensas?- me preguntó.

-En muchas cosas: en el tiempo que ha pasado desde que nos conocimos y el hecho de que me has sabido soportar desde entonces, en lo que ha ocurrido últimamente y en las dudas que no puedo evitar tener.

-Todos dudamos constantemente de las cosas, eso es lo que nos recuerda que somos humanos y que tenemos inseguridades.

-Hablas como si no tuvieses miedo a lo que podría pasar. Digo, ojala la gente aceptara que somos diferentes, que le apostamos a cosas que acá no existen prácticamente. Nosotros amamos esta ciudad, pero ella no nos puede dar lo que necesitamos y que queremos como profesión. Aparte que la gente pareciera que no le tiene paciencia a lo que no es normal para ellos. Todo se hace cada vez más problemático en vez de más sencillo.

-De repente es que yo veo las cosas de otra manera: no es que acá no esté lo que queremos, solamente no hay quienes lo muestren a la gente normal. He ahí donde entramos nosotros. Tú dibujas, yo bailo, Ernesto y sus amigos son músicos, Daniela es una cineasta nata que no se rinde a pesar de los pocos recursos de los que dispone, Gaby y Manuel son escritores; y así mismo habrá  muchos que no conocemos pero que deben de estar por ahí dando tumbos. ¿Sabes en que nos parecemos todos aparte del hecho de autodenominarnos artistas?

-Dímelo tú a ver- le respondí.

-En que todos nos reunimos en Frama a cultivar un poco más cada noche nuestra locura natural- respondió riendo.

Ahí estaba Gene, con unas pocas palabras lograba callarme la boca y llenarme de esperanzas. Podíamos hacerlo, podíamos lograr nuestros sueños, pero debíamos tener paciencia. Aunque el tiempo fuese ese preciado tesoro del que no disponemos los humanos porque se va y ya no regresa, cuando se es joven y lleno de ilusiones no se piensa sino en correr para tratar de tomar al mundo con una mano. Frama había sido nuestro cuartel general y punto de encuentro desde el principio. Se trataba de un café-bar en el que podíamos hablar toda la noche sobre las cosas que más nos hacían brillar los ojos y conocer a otros que (como nosotros) buscaban una vida distinta. Claro está que no todo era arte en aquel rincón del mundo, también lo frecuentaban muchos jóvenes estudiantes de ingeniería, de administración, de medicina, de derecho; en fin, era una constante reunión de futuras promesas para la ciudad y el país entero. Cuando la ocasión era de celebración (como cuando Ernesto pudo conseguir su beca para irse a estudiar música a la capital o cuando Daniela logró completar su primer cortometraje) bebíamos cervezas y alguna banda (conformada por lo general por recurrentes del bar)  se presentaba en vivo. Sin embargo, desde hacía un tiempo las cosas se habían tornado difíciles para todos. La vida era  cada vez más difícil de sobrellevar e incluso supimos de amigos que tuvieron que abandonar sus proyectos personales para concentrar sus esfuerzos en algún trabajo más rentable que aquel que estuviese ligado al arte.

-Te volviste a quedar en las nubes querido Fefo- me dijo Gene sacándome de mi trance.

-Lo siento, sabes que vivo en las nubes. ¿Ya pensaste que haremos ahora?

-Sí, yo continuaré viendo el cielo. ¿Tú por qué no te pones a dibujar algo a ver que te sale?

-Está bien- respondí. Saqué mi libreta de dibujo y el lápiz de grafito, encendí un cigarrillo y comencé a fumarlo mientras dibujaba al mismo tiempo. De igual manera a como lo había hecho siempre, no pensaba que dibujaría, solo comenzaba a hacerlo a ver que resultaba. Con ese acto sencillo de plasmar algo en papel, yo era feliz a pesar de cualquier incertidumbre que atormentase en mi cabeza.

-¿Sabes qué es lo que pasa con todo esto? Que el mundo debe estar balanceado- dijo Gene respondiendo ella misma su  pregunta- Entonces debe tener personas normales y personas como nosotros. Porque si no todo fuese muy aburrido.

- Define aburrido- le dije yo mientras le lanzaba trazos fugases al papel.

-Bueno según yo, aburrido sería un planeta en el que todos somos iguales y seguimos el molde de lo “adecuado” en esta vida. Si mañana se acabara el mundo, nosotros seriamos felices aunque no hubiésemos logrado nada aún. Eso simplemente por el hecho de que lo intentamos y de que fuimos tras nuestros sueños. Claro, ojala no se acabe el mundo porque yo aún quiero llegar a Broadway. Me refiero a que todo debe ser como es, cada quien con su forma de ser para que el mundo esté en equilibrio. El día en que nos quieran opresar la forma de pensar, estaremos realmente en peligro- respondió la hermosa muchacha que tenía a mi lado.

El silencio se prolongó un momento. Yo dibujaba despreocupado y ya se empezaba a verse la cara de un personaje en el papel mientras mi cigarrillo se consumía a sí mismo. Sin embargo, continuaba con la misma incertidumbre interna que se había empezado a desarrollar dentro de mí. ¿Qué cosas podríamos definir nosotros siendo aún tan jóvenes? Nada quizás. Éramos solo aventureros que buscaban su lugar en este mundo. Intentábamos meternos en la cabeza que la idea de la felicidad era cierta y que nosotros podíamos llegar a ella. Creo que la expresión de mi cara empezó a delatarme porque al rato Gene dio un grito que me hizo sobresaltarme:

-¡Mira vale, cambia esa cara! La vida es corta, acuérdate de eso.

-No es eso… Bueno, si es eso. La vida es cortica y uno se complica mucho. Pero ¿Cómo no hacerlo?

-¿Tienes algún objeto que te inspire?

-¿Ah?

-Un objeto que te inspire. Bueno no sé, es algo que te ayuda a seguir adelante. A mí me sirve y en mi caso, tengo mi rosario.

-¿Ese que tienes desde hace años?

-Si ese mismo. Bueno me lo dio mi papá cuando aún era una niña. En él guardo la memoria de mis seres queridos. O sea, una persona por pepita del rosario. Así cuando estoy en momentos difíciles, siento que ellos me dan fuerzas. Es algo extraño ahora que lo pienso, pero siempre me ha ayudado a salir adelante. Fefo no debes creer que eres el único que se ha sentido mal por nuestra condición.

-Bueno a mí me parece que es una buena idea, buscaré ese algo que me inspire- respondí. Miré el dibujo y me gustó lo que vi: un indio con sus ojos cerrados y sus plumas en la cabeza, los individuos cerca de un cigarrillo gigante, la mano con el ojo que todo lo ve, las líneas sin sentido que me parecían muy autóctonas de mis dibujos. Se lo mostré a Gene y ella respondió:

-¿Sabes Fefo? Hablando acá de tantas cosas pesimistas, como el miedo a que no se nos den los planes, creo que también deberíamos dejarle espacio a las cosas por las cuales continuamos. Este dibujo que acabas de hacer es una de ellas, tú tienes un verdadero amor a tu arte y creo que el no cohibirte de mostrárselo al mundo es la primera razón por la que tu camino debe continuar.

-Solo quisiera que ese camino fuese más claro y que tuviese por lo menos la certeza de que todo va a salir bien.

-Solo tú podrás crear esa certeza. Olvida por un momento tus dudas, busca tu objeto y continua haciendo lo que te gusta, lo que te hace feliz; ningún futuro es tan malo si uno sigue riendo.

-Gracias por todo Gene. Tú eres la luz que me ayuda a no tropezar entre toda esta oscuridad.

-Y tú eres el mejor amigo que podría existir. Ahora vamos arreglarnos para salir en la noche. Hoy se presentan en el Frama «Los inolvidables» y no me los quiero perder.

Esa era mi vida por aquellos años de juventud buscadora de sueños. Esa era mi mejor amiga, la que más que nadie me conocía a mí y a mis miedos. Al final las cosas no saldrían exactamente iguales a como esperábamos que resultasen y serían muchos los altibajos que nos esperasen para hacer de nuestra ciudad una cuna de cultura y artes. Aunque pensándolo bien ¿acaso en eso no está lo bonito de la historia? Solo puedo recordar de esa noche la gran presentación de esa nueva agrupación de jazz que se presentaría y la sonrisa de la bella Génesis seguida de una explicación de sus labios en la que me aseguraba que continuar con aquella aventura valía la pena.