-Un algo diferente-


Fotografía obra de Génesis Pérez 

Como cuando somos participes de un evento significativo, de algo importante que trascenderá entre las páginas de la historia. Es frente a un acontecimiento de esta naturaleza que podemos vernos a nosotros mismos como protagonistas de una película de la que conocemos el comienzo pero cuyo final aún debe ser redactado. Pensando en tales cosas intento ponerme en los zapatos de los grandes que ya se fueron, de los libertadores, de los sabios iluminados, de los que fueron en contra de la corriente de la sociedad, de los pintores y músicos, de los inventores y científicos; en fin, de los que pudieron ser partícipes de ese algo diferente. Pero entonces me doy cuenta de que hablo en pasado constantemente, como si estuviese narrando la cuestión durante el último día de la humanidad y ya no haya posibilidad alguna de continuar con esta bonita telenovela que constituyen los acontecimientos de nuestra raza. He ahí como se demuestra la inclinación humana hacia el drama y lo extremista, esa que hemos llevado los hombres desde siempre. Volviendo al tema inicial, ese sentimiento de adrenalina que ha de sentirse al construir una acción trascendental debe ser el clímax máximo de las experiencias vividas. Pero no puedo dejar de pensar tampoco si acaso aquellos que constituyeron grandes segmentos de la historia de un pueblo o cierta cosa, supieron en su momento lo que estaban haciendo. Considero aburrido morir sin siquiera conocer el alcance que tuvieron nuestros actos o si estos han sido realmente importantes para determinados grupos de gentes. Pensándolo mejor, este punto es descartado de mí análisis debido a que ya hace tiempo comprendí que éste no es más que otro factor en la travesía del ídolo. Me explico: así como el mártir vive y muere por una causa que considera noble, éste no lo hace por el fin de pasar a la gloria sino por la decisión consiente de considerar dicha acción vale su esfuerzo. En fin, colándome en este subtema al que llame “Lo que se hace sin saber porque se hace” (muy original, lo sé), debo introducir el hecho de que la fuente del acto propio esté sujeta a la naturaleza básica que propone la ley de la polaridad: positivo y negativo. Tomando en cuenta al segundo, ese algo diferente que se lleve a cabo en la historia podría bien estar definido por una causa que sea perjudicial para los que nos rodean. Tal hecho no solo sobrepasa el espacio (como por ejemplo cuando nuestros impulsos dañan a seres que están incluso muy lejos de nuestras decisiones) sino también al tiempo (como cuando nuestros impulsos dañan a las generaciones predecesoras). Explicándome de mejor manera, mis dudas no solo se centran en lo extraordinario que debe ser el conformar parte de un acto cambiante que modifique lo establecido para bien, sino también el mismo hecho pero haciéndolo para mal.


Este tema podría bien acomodarse a la lista de elementos que contemplo cuando me quedo callado en medio de una conversación y centro mi vista en un punto cualquiera de la habitación. No puedo dar una conclusión aparente en cuanto al  carácter global de la cuestión, sin embargo, contemplo una vez más la posibilidad de amoldar todo lo ya expresado a mi propia realidad. De esta manera, puedo argumentar que ese algo distinto que experimentaron los inmortalizados en las memoria colectiva de las masas, yo también podría lograrlo desarrollar de manera igual  manera.


Desde mi perspectiva (siempre borrosa ante lo convencional) lo extraordinario y lo que pasa a la eternidad está fundamentado en lo común. Siendo así no podemos llegar al punto de pensar que nuestros actos no logran una diferencia significativa en el contexto en el que los desarrollemos. La verdad creo incluso llegar a dar fe de que cada empleo de energía causa una repercusión (cualquiera que sea esta) en el universo entero. Entonces me refugiaré en esa idea que encierra lo común, lo que hago constantemente, cada detalle realizado; todo con el fin de intentar descubrir lo que siempre he sabido: en cualquier causa se producirá un efecto. El hecho es que a veces no prestamos atención a los que son disimulados y creemos que lo trascendental se ha alejado de nuestros aconteceres. La realidad es que ese «algo diferente» que experimentaron los grandes puede ser vivido, sentido y absorbido por cualquier ser que tenga la paciencia de respirar hondo y abrir los ojos con una sonrisa. En esa, creo yo, está la belleza de actuar siguiendo el corazón.