Fotografía obra de Celso Emilio Vargas Mariño
Me despierto otra vez en el
colchón de siempre, con la almohada de siempre bajo mi cabeza, arropado con la
cobija de siempre, mirando el techo de siempre. Me levanto de la cama y desde
la ventana veo un amanecer que no es mío pero que también es el de siempre: con
un sol que aparece radiante e impotente cuando es verano, o unas nubes grises
con una lluvia fastidiosa cuando es invierno. Ya nada me sorprende de lo que
pasa fuera de estas paredes, todo porque los
hechos verdaderamente importantes para mi ocurren dentro de ellas. Luego
de pararme voy al baño, me cepillo y me lavo la cara. Me veo en el espejo y ya
no me reconozco, lo que hay frente a mí es un ser muy diferente al que
recordaba que yo era. Voy a la cocina y pongo a hacer el café. Con la tasa que conservo
desde hace ya no sé cuántos años, me siento en el escritorio de la biblioteca a
leer el libro que tenga en ese momento mientras saboreo la oscura bebida que he
preparado. Tanto tiempo he tenido de estudiar mi situación diaria, que he
llegado a entender que hay dos factores claves que no me han permitido ceder
ante la desgracia con la que procede la locura, estos son: los libros que
heredé de mi papá antes de que este muriera y (más importante aún) el internet
conectado a mi computadora. Con ambas cosas puedo mantener mi conciencia
ocupada sin necesidad de moverme de mi sillón preferido.
No sé hace cuánto tiempo llevo en
esta situación, pero reconozco que es más del que creí que sería cuando
comenzó. El tour que realizo es mi hogar es un acto mecánico que mi cuerpo ya
tomó como una costumbre. De la sala al baño, del baño a la cocina; de la cocina
al cuarto, del cuarto al estudio; del estudio a la sala, de la sala al baño. Y
se repite el proceso hasta que me percato que no importa cuántas veces se vaya
a un lugar, si uno no se tiene planteado que hará allí, todo aquel será tiempo
desperdiciado.
Las noches son el momento más difícil del día,
todo porque son en ellas en donde atacan los recuerdos sin que uno pueda hacer
nada para evitarlo. Es en donde por lo general voy al estante que está junto al
estudio, busco en él la caja verde de mi vida pasada y empiezo a ojear
pertenecías de ésta. Pequeñas piedras de los lugares a los que viajaba, corales
y caracoles del mar en mis idas a la playa, cartas de algunos familiares que se
han ido hace tiempo al exterior, objetos con algún valor sentimental para mí y…
Es allí cuando mi espíritu se quebranta: veo (como ya he hecho la noche
anterior) el sobre lleno de fotos mías junto con la que alguna vez fue mi adorada.
Entonces lloro de tristeza por su ausencia. Pero ya no se puede hacer nada, el
tiempo es así de malo con uno y uno siempre termina siendo más malo con
él.
Se acabaron las cervezas en el
transcurso del día 17 y eso que tan solo me tomaba una cada tarde. Qué triste
es la vida sin esos placeres simples y pendejos que sabemos nos llevarán a la
perdición, pero que consideramos como una vía de escape a nuestras
adversidades. En este momento pienso más en eso que ayer o anteayer. Son las
adversidades el resultado de algo. Pero lo que quisiera saber es: ¿el resultado
de qué?
Ando casi siempre ropa interior
por toda la casa tomando como excusa el calor sofocante, cuando la verdadera
razón es que prefiero la libertad concebida por andar semidesnudo. Solo me
pongo un short cuando me asomo al balcón a ver pasar la gente en las tardes.
Entonces es allí cuando llego a extrañar aquellos días en los que era parte de
la humanidad y no había entrado en mi encierro voluntario. Veo a los niños
andando de la mano de sus padres, los enamorados conversando sentados en las
aceras, los carros que van y vienen, ciclistas y motorizados yendo a toda prisa
como si el día se les fuera a acabar si van despacio; muchos ingredientes de un
mismo escenario que hoy logro apreciar a diferencia de cuando era parte de él.
Desde hace tiempo acepté mi condición de “ermitaño resentido” pasando a vivir
más cómodamente bajo ese término que con el de “ciudadano común”. Nunca
olvidaré la tarde en la que renuncié a todo y me refugié en aquella morada de
dos plantas que había heredado de mis progenitores. Tampoco olvidaré la mañana
en la que comencé a descubrir este universo escondido entre silencios
prolongados en los que se puede apreciar la esencia de las cosas sin ni
siquiera enfocarse en ello. Pienso que soy algo así como un Capitán Nemo
moderno, un ser que ha roto lazos con el mundo que lo rodea. Aunque en mi caso
no les guardo rencor a los individuos que lo habitan, solo busco las respuestas
a mi propia existencia estando en soledad. Ahora rio como un niño mientras sigo
sin nadie a mi lado, todo porque sé que continúo con el mismo dramatismo con el
que comencé este viaje en el interior de estas paredes.
Por ahora no puedo negar que, a
pesar de que lo que he recorrido es quizás muy poco, me siento feliz y en paz.
Qué extraña es esta raza y que singular la forma en la que llega a vivir su
historia cada individuo que la constituye. Es por eso que hay personas
diferentes que han salido con locuras tan bonitas que otros las han copiado y
continuado haciendo. Claro, no digo con esto que comenzarán a haber más casos
de “ermitaños resentidos” como yo, pero sí reconozco que no sería tan mala
idea. Por lo menos ante mis ojos ha aparecido al fin el cosmos que siempre
estuvo allí, creado por algún arquitecto y una variedad de obreros albañiles
que, sin saberlo, lograron darle sentido a mi vida con la creación del espacio
en el que ahora habito. Los barrotes en mi sala aparecen sin que nadie los haya
puesto, solo yo y mi búsqueda logran condensarlos negándome la salida de este
sitio.
Esta noche que termino de
escribir este resumen de lo que es mi vida actualmente, quiero hacer salvedad
en que me quedan muchas cosas por descubrir en mi propia sala, en mi cuarto y
mi baño, en la galaxia de la cocina y la torre de vigilancia que es mi balcón.
Y en que luego de que este ciclo de aprendizaje termine, estaré listo para
salir de mi casa nuevamente para abrirme paso a esa otra dimensión que habita
paralelamente a la mía al cruzar la puerta del porche. Ese día será hermoso y
único porque lograré mirar las cosas con otra visión, una que logre apreciar
los elementos pequeños que a veces pasan desapercibidos. Después de todo esto,
habré quemado mis pasiones. Ese es el premio a tanto esfuerzo y tanto
sacrificio. Porque después de todo, cuando se está solo, no hay peor enemigo
que uno mismo y las cosas que nuestra mente llega a susurrarnos en tramos de
desesperación. De esa manera, ese día en que pueda volver a ser parte de la
humanidad, habré saldado la deuda que concebí hace tanto tiempo con mi propio
ego. Hasta entonces continuaré recorriendo esta morada.