-Que chimbo vale-



Fotografía obra de Celso Emilio Vargas Mariño

Ya ni recuerdo que año sería aquel en el que paso la cuestión.  He ahí el hecho de que mi memoria siempre sirvió  únicamente para recordar los nombres de las mujeres bonitas que conocía en las fiestas. Entonces como si un huracán invencible pasara por mis devenires ya constantemente agraviados y para que terminase de entrar en el vacío de los vacíos, me transformé en un fantasma. No hablo figurativamente, en efecto sucumbí al mundo de los “no vivos” por varias razones tontas que, unidas en una misma dirección, me llevaron a atravesar paredes. Extraño mirar los atardeceres de mi ciudad y sus carnavales en febrero. Extraño tantas cosas y así esta vida se torna distinta; quizás porque ya no es vida, quizás porque ahora lo es más que nunca. No me preocupa cual será el resultado de todo esto, hace tiempo entendí que podemos luchar contra el flujo de los acontecimientos, pero que el resultado de estos será siempre el mismo.


Antes las cosas eran más simples y la inspiración llegaba sola para continuar de pie ante las adversidades. Hoy sin embargo, incluso las salidas al parque se tornan problemáticas y creo que ni siquiera puedo sonreír igual cuando van a tomar una foto. Esto es porque los fantasmas olvidamos sentir y hacer las cosas que siendo humanos nos parecen comunes. Si pudiese regresar atrás no sería para sentirme vivo otra vez ni para remediar errores o intentar cambiar destinos. Lo haría para disfrutar de aquellos placeres que ya solo en mi mente habitan, para mirar una vez más aquello que el tiempo no borró, para entablar conversación con esos que ya abandonaron este mundo y que hoy en día en esta condición tampoco me encuentro por haberse ido a otro limbo distinto al mío. Creo que eso es lo que haría, aunque lo único que realmente importa es lo que sí puedo hacer  ahora y esto vendría siendo disfrutar a plenitud de este nuevo presente en el que mi piel es de color plata y puedo levitar si se me antoja. Así no tendría aquella inquietud en mi futuro sobre penas pasadas como porque no fui feliz o porque no invite a salir a esa niña bonita que siempre me gustó en secreto. 

Dejé mi testamento en un lugar seguro y como olvidé firmarlo aparece como el de un desconocido. En él se guardaron mis últimas palabras y lo que primero pasó por mi mente antes de que mi cuerpo se volviera frio y tieso. Sin embargo, olvidé ponerle un punto importante: «Desde el comienzo me aventuré a la incertidumbre de soñar y de vivir, no como una hormiga, sino como un bachaco. Me refiero a ser diferente, a ser grande y fuerte al tomar la vitamina que produce seguir al corazón. Un corazón que pareciera más alegre que nunca cuando siente la pasión que le producen las querencias y convicciones del Ser». Eso me faltó ponerle y ahora me aflijo porque nadie llegará a saberlo. Pero ya no me queda tiempo para retomar eventos perdidos como ese. Ellos ya murieron como yo por el fusil del pasado. De esa forma, todo termina por tener una naturaleza casi igual siempre y seas persona o fantasma, entiendes que un testamento incompleto no debe trabarte el camino que te quede por recorrer. Porque sí, aún en esta condición poseo cosas por realizar. Como conocer verdades escondidas en las profundidades de la razón y aprender a destapar una cerveza con una cucharilla.

« ¡Que chimbo todo esto! » pensé aquel día en el que abrí los ojos y me percaté de que el tiempo de mi reloj se había detenido y que el agua del mar ya no me sabia salada. Ahora, después de tanto tiempo de caminar por calles en las que nadie me pueda ver (excepto uno que otro fantasma extraviado que aún no entiende que ha muerto), pude pensar que aun después de la muerte, hay vida. Una vida que pienso llevar hasta el último momento. Hasta que vuelva abrir los ojos y me dé cuenta de que he vuelto a morir pero esta vez mientras ya mantenía este estado; es decir, hasta que pueda renacer en otra vida terrestre para repetir el circulo de nuevo.