Fotografía obra de Alejandro Hernández.
-¡Mira vale!- me gritó mi amigo
Nano.
-¿Qué pasó?- contesté yo
frustrado por la acumulación de “cosas no tan buenas”.
-Ríete un ratico, mira que ahora
es el momento perfecto para que las cosas salgan bien.
De qué formas tan raras pueden
resultar las situaciones. Hoy estoy en una realidad muy distinta a esa en la
que mi amigo intentase levantar mis ánimos. Cuando se me aguaban los ojos por
estar lejos de mi familia, por no tener una novia bonita que me diera besos
cargados de amor, porque nadie le prestase atención a mis esfuerzos. Cuando
tampoco tenía para comer como se debía y la hambruna pasaba a ser mi mejor
amiga en las noches frías en el apartamento que alquilaba. El problema que
tenemos los fanáticos como yo es que nos concentramos demasiado en el presente,
olvidamos el futuro y el devenir de la vida. Entonces me encapsulaba en la
tristeza de mis días y no recargaba energías en los momentos menos duros porque
estaba concentrado en que los malos volverían tarde o temprano. Pero allí
estaba Nano, mi querido amigo de fugadas del colegio cuando éramos más jóvenes
y compañero en aquella idea destornillada de irnos a estudiar a otra ciudad del
país. Éramos jóvenes y bastante ingenuos, prácticamente iguales en la forma de
vestir y de bailar, pero diferentes en el núcleo de nuestros corazones.
Mientras yo veía el vaso medio vacío, él lo veía desbordado. Así era nuestra
amistad, yo con mis nostalgias resentidas hacia esa dolce vita que no terminaba por llegar, y el con sus chistes que a
todos hacían reír gracias a su carisma natural.
-¿Estamos muy mal cierto?- le
pregunté sin prestar atención a lo que me había aconsejado.
-¿Y acaso no todo el mundo lo
está? La diferencia es que algunos lo saben disimular más que otros.
-Habla claro y acepta que
nosotros estamos un poco peor que los demás.
-Sí, es cierto. Pero nosotros
somos guapos, no podemos tener todo en la vida amigo- eso era algo normal en Nano: intentar sacarle risas a la calavera
de alguien que ya desde hacía tiempo se había muerto o que en realidad nunca
había nacido.
-Dime algo que me levante los
ánimos.
-Eres un pesimista al borde del
suicidio, ¿Eso te sirve?- respondió entre risas.
-Se serio, mira que ya no queda
nada en la nevera y para mañana no tendremos que desayunar. Por lo menos
necesito recargar esperanzas y así no terminar cortándome las venas.
-Bueno, acuérdate porqué estamos
aquí.
-Porque no podíamos pagar un
apartamento más decente y porque…
-No vale, porqué estamos en esta
ciudad.
-Ah sí, bueno porque queríamos
estudiar.
-No, es porque queríamos soñar.
Queríamos sentir la libertad que nos da querer lograr algo, demostrándole al
mundo y a nosotros mismos, que podíamos hacerlo. En todo este tiempo han pasado
cosas que nos han demostrado que la cuestión no es tan fácil. El hecho es que
la mente te juega sucio en esos instantes difíciles y surgen las quimeras
odiosas que nuestra mente crea: que si las decisiones que se han tomado han
sido las correctas, que si podríamos decepcionar a las personas que queremos si
no logramos nada; que si ¿por qué mejor no hice lo que me recomendó aquel
fulano en vez de lo que me susurró la inmadura intuición? ; Que si el presente
esto, el futuro aquello y el pasado lo otro; tantas cosas que argumentan dudas
en el debate mental que tenemos sobre nuestra vida. Sin embargo, yo te diré
algo Juancho, el truco es que dominemos a nuestro modo esas quimeras que por
efectos naturales se crean. Se trata en querer creer que todo saldrá bien.
-Por lo menos ahora es de noche
acá y en alguna parte del mundo es de día- le respondí- Yo también quiero
pensar que así son las cosas, que el amanecer le llegará a esta noche tan
larga, pero es difícil. Es complejo continuar en esto del sueño eterno que no
quiere convertirse en algo más real y que en noches como esta agoniza porque
siente que ya no vale la pena nada. Quisiera tener tu optimismo Nano, te
envidio por eso, pero como tú dices, mis quimeras empiezan a dominarme.
Entonces mi amigo se volteó sin dejar
sin dejar de sonreír. ¿Por qué reía tanto si estábamos así de llevados por esta
vida? Que molesta era esa sensación de inferioridad ante un ser que, sin tener
nada igual que yo, me superaba en actitud. Ese elemento es el que en realidad
hace la diferencia, aunque en aquellos días yo no pudiese entenderlo. Pero esa
noche, en ese balcón de apartamento de cuarta categoría, en ese momento
insignificante entre tantos momentos ya vividos y otros infinitos por vivir, mi
amigo Nano me dio una cachetada (que yo sentí como un golpe) de guante blanco
que me hizo percatarme de ese detalle sobre la actitud. Esto cuando me
respondió:
-Entonces si así lo quieres,
regresa. Vuelve de donde vinimos con las manos vacías, no de tesoros, sino de
felicidad. Hazlo y deja de sufrir acá, porque eso si te confieso, esto no
parará hoy, ni mañana, ni el día siguiente. Así podemos pasar varias vidas,
hasta que en una de tantas reencarnaciones, la recompensa llegue
inevitablemente. Yo me quedaré aquí, con las mismas malas pasadas, intentando
enamorar muchachas que no me prestaran atención siquiera por no tener carro, o
teniendo que hacer malabares para sobrellevar las cosas. Pero sin abandonar la
partida porque sé que así se nos acabe la tierra para soñar, tendremos aún el
mar y también el cielo. Nuestros sueños no morirán si es así y recibiremos el
amanecer alegremente porque nos lo mereceríamos.
¡Qué espanto! Yo queriendo morir
ahogado y un salvavidas que me rescataba para darme vida. No sé si Nano llegó a
ser en cierta medida un ángel que me mandaran para no dejarme perecer, sin
embargo, se comportó como uno. Muchas noches como esa fueron precedidas de
amaneceres fugases que me ayudaron a entender que era cierto aquello de que
todo saldría bien. Sin darme cuenta, el amanecer definitivo llegó y las
quimeras se fueron de viaje a otros países lejanos en las mentes de otros
pesimistas. Al cabo de un rato solo le respondí a mi amigo: «Esta bien, continuaremos juntos» a lo que él me respondió:
-Que bien, porque el viernes Lore
hará una rumbita y no podemos perdérnosla porque habrá tequila gratis-
respondió alegre por mi respuesta. Ahora que lo pienso, no dejó de sonreír en
toda la conversación ni tampoco en toda noche oscura que pasáramos.