Fotografía obra de Alejandro Hernández.
Mientras el carro continúa en
movimiento, ellos descubren cuan cercana de la infelicidad está su existencia. Han discutido
por las razones propias de un amor que en realidad no existe, ese es su caso.
La chama le hace saber que se irá de su lado por no soportarlo más, el chamo le
comunica que simplemente le da igual. Todo por querer vivir en un mundo de
mentiras donde su relación se muestra bajo una perfección supuesta por los
demás, mientras a puertas cerradas solo se viven desgracias. Ella grita, él se
enfoca en el camino intentando dominar el alcohol que lleva en su organismo. Continúa
la vía y las curvas, él cada vez va más rápido y ella sin dejarse llevar por su
intimidación al no mostrar miedo.
Ambos usan siempre una máscara
que hacía tiempo habían deseado crear, una con apariencias vacías, falsas
risas, hipócritas comentarios, esteroides para los músculos y operaciones de
estéticas que prometían belleza. Sin prestar atención a los otros mundos que
los rodean y que poseen algo más que la vanidad y el ego a la que están
acostumbrados. No recuerdan ya ni siquiera porque continúan juntos viviendo esa
mentira de «qué
bonita pareja hacen» como les dicen a diario; sonriendo para agradar, agarrándose
de la mano para parecer que están mejor que nunca, tomándose fotografías donde parecen
felices para continuar caminando en su círculo vicioso. Pero ahora él acelera
más aún y ella se refugia en lo que muestra la ventana para no delatar que si
empieza a sentir miedo. Esa es una madrugada típica de fin de semana y ya ni
ellos mismos saben porque sus vidas son de esa forma. Solo reconocen que igual
a éstas son las de sus amigos, conocidos y familiares, es la única forma de
actuar que conocen y que, a pesar de todo, abrazan para sentirse que son parte
de este mundo.
Así es su realidad, sus vacíos
esfuerzos, sus tatuajes simbólicos que en realidad no tienen ningún significado,
la siguiente generación de celular que llega y que deben comprar o morir en el
intento, la salida semanal al restaurant de moda que algún amigo haya
recomendado; la ropa de marca que tanto usan es igual a su propia forma de ser:
solo algo para mostrar a los demás. Se dice que en una sociedad no faltan estereotipos
como los que representaban ellos, sin embargo, el problema surge cuando estos
pasan a ser la mayoría. Es quizás todo este escenario una cadena de sucesos
procedente de generaciones anteriores igual de huecas, igual de vanidosas. En
ellas vivir de las apariencias es más importante que el hecho de vivir por sí
solo.
Entonces el chamo acelera más e
incluso él mismo termina sintiendo que se ha excedido. La chama lo nota, retira
la vista del teléfono y el corazón pareciera quererse salir de su pecho. Es en
ese momento en donde las líneas de ese mundo (que ellos ni siquiera piensan que
existe porque no los involucra) se mueven detonando sucesos que van más allá de
su ególatra control. Allí, en esa madrugada sin estrellas, sin luna y sin la
supuesta maravilla que colmaba sus días, el otro carro que venía en sentido
contrario los alumbró de frente sin que hubiese algo que se pudiera hacer para
evitarlo. Por última vez se miraron y aunque los ojos de uno pudiesen mostrar
mucho al otro, ninguno de los dos descifro amor en estos. Miedo si, pánico
revuelto con vestigios de la cólera que ambos experimentaban un instante atrás.
Esos segundos parecieron durar más de la cuenta y cuando el tiempo empezó a
rodar nuevamente la pareja se había percatado de su nueva realidad.
Se acabarían las noches de disco, las
marcas caras de ropa, los viajes al extranjero, el whiskey y los cocteles; todo
sería fulminado por esa luz cegadora que les arrebataría el placer masoquista
de continuar con su obra de teatro. La luz, blanca y radiante, precedida por el
sonido del pito de aquel carro que les anunciaba la ruptura del cordón plateado
que sujetaba sus almas a sus cuerpos.
Luego, finalmente… El impacto. El metal retorciéndose como plástico caliente y
adentro de este la chama y el chamo sintiendo el golpe mandado por esa fuerza
extraña. Tan rápido como llegó la luz, el pito y el choque, llego la oscuridad
y el silencio absoluto.
Quizás solo así y por primera vez,
acariciarían la idea desconocida para ellos hasta aquel momento de la paz. De
esa forma tan trágica, la rumba al fin acabó.