-Un nuevo mundo-


Fotografía obra de Verónica Rodriguez.

Galo se miró al espejo y le costó dar con que aquel era su reflejo, entendía pues que las musas estaban por consumirlo. Al fin reparaba en nuevos descubrimientos y es que el largo exilio en el que se había inducido ya había echado raíces en su cabeza. Todo por intentar ser diferente, por buscar ilusiones que ya le parecían espejismos, por esperar respuestas a preguntas nunca hechas. Sus ojeras delataban innumerables insomnios en noches fugases y sus ojos el cansancio por estos.  No era ya el individuo que antes pretendía ser o por lo menos así no se sentía; definitivamente algo había cambiado. Allí, parado mientras observaba como el mismo parecía un cascaron vacío, pudo ordenar sus pensamientos y (después de tantos días de encierro dentro de la Republica que significaba su propia casa) fue sincero consigo mismo. Recordó la valentía, la verdadera y máxima expresión de ésta, que no era otra cosa que enfrentar los momentos más oscuros con una sonrisa y la certeza interna de que todo mejoraría. En ese factor, la valentía, el mismo erró durante un largo tiempo, al obviarla apenas surgía algún imprevisto en el viaje hacia sus sueños. En cuanto a ese otro conjunto de elementos que constituían sus sueños, logró concluir que eran anhelos del alma, tal y como antes hubiese escrito en un papel que luego tiraría a la basura. Darse el lujo de no luchar por ellos era aceptar su poca fe en sí mismo; él aún tenía un guacal de ilusiones y querencias por los que nadar contra la corriente.


En la mañana cuando despuntaba el alba, él entendía que esa era la vida misma mostrándose, mientras que el hecho de existir, moría cada noche para renacer cuando amanecía. Incluso todo aquello ya comenzaba a parecerle extraño. No sintió que aquel cuerpo fuese suyo hasta que pudo reparar en su realidad. Realidad y vida, vida y Galo, todo unido por una misma conciencia y todo separado por el mismo factor. Era increíble el hecho de haber llegado a ese punto en donde no podía identificar con claridad la esencia de sí mismo. Sin embargo, en ese momento  volvía a nacer como la mañana luego de tanta noche.  En aquel encierro milenario pudo comprender el funcionamiento del tiempo y su constante impulso hacia delante, él debía continuar junto con este; pudo saber con certeza que el mundo y sus hombres son parte de un algo más grande ya planificado y que los eventos derivados del devenir no consentían en el azar; por fin y después de tantas situaciones sin solución y de tantos lamentos por desgracias concebidas, dio con la verdad de que él podía lograr cualquier cosa. Miró sus manos y se sintió lleno de energías renovadas. Era cierto, podría hacerlo.


Entonces Galo levantó una última vez la mirada y por fin se reconoció en el espejo. Vio su propio interior en el cristal y no pudo evitar sentirse dueño de su alma nuevamente. Entonces lo decidió: el exilio había terminado, era hora de salir a encontrarse con su destino. A pesar de todo, se sentía bien al pensar que había entendido cosas que lo hacían más alegre. El nuevo mundo comenzaba.