-Dos puntos y una D mayúscula-


Fotografía obra de Alejandro Hernández.

Es curioso cómo podemos llegar a vivir infinidad de cosas y que aun así dejemos pasar en ocasiones lo más básico y simple que se podría encontrar. Esto surgió en mi mente de forma espontánea pero no permaneció en ella como un simple pensamiento más. Al contrario, se implantó como un misterio enigmático de esos que nos convierten en verdaderos filósofos. Yo no sería entonces un pensador (desde el principio ni siquiera me gusta cómo suena tal título) común y corriente, como todos los que han pasado por esta humanidad; yo sería distinto en cuanto a este asunto de las cosas simples que el universo proporciona. Entonces a pesar de haber pensado en muchísimos elementos que rodean el entorno de cualquier individuo, he centrado mi atención en una de las más bellas formas de expresión humana: la alegría. No sé realmente como he llegado a pasar por alto tal magnificencia durante tantos momentos complejos que la vida ha presentado, solo reconozco que en aquellos de igual naturaleza en los que si la he tenido presente, el recorrido se ha tornado más bonito. Esa última palabra también refleja belleza pura, por eso la utilizo en esta ocasión.


Bonita es la alegría cuando se siente libremente, sin ataduras, sin pensamientos que la ahuyenten ni la certeza de que será pasajera. En cuanto a este último punto también debería ser poco frecuentado por nuestras conciencias, ¿De qué sirve ser pesimista argumentando que un momento de alegría terminará por pasar, trayendo quizás sustitutos negativos? Es mejor sentir simplemente el momento y disfrutar de la pureza que propone. A veces es difícil hacerlo, cumplir con la determinación de mantener una sonrisa a pesar de la tormenta, eso lo sé y es que a mi también me pasa constantemente. Pero ¿De qué vale esta vida sino la experimentamos plenamente? y ¿Qué fuerza más plena habría aparte de la alegría? Pongo en el mismo peldaño únicamente al amor y a la imaginación. Qué curioso es el hecho de que dichos factores estén tan conectados entre sí que nos permitan llegar a experimentar la gloria interna.

Pensando en todo esto y mientras disfrutaba de una limonada en una temperatura de alrededor de 40 °C, fue que di con otra conclusión propia acerca de este asunto: a largo plazo la alegría termina convirtiéndose en felicidad. Es como si la última fuese la versión constante y permanente de la primera, quizás incluso, su evolución. Todo depende de la percepción que tenga cada quien con respecto a la felicidad, ya que si ésta es errada, se terminaría viendo como un punto prácticamente imposible de llegar y al que solo acceden unos pocos elegidos. Creo que la felicidad, en gran parte, depende de la alegría con la que vivamos y experimentemos esta existencia. Tarde o temprano terminamos por descubrir que es más fácil mantener siempre una sonrisa. Debido a esto es que pienso también que la alegría es algo trascendental en todo el sentido de la palabra, esto debido a que hace que tu espíritu trascienda a un punto más elevado, uno en el que es posible un estado de bienestar contigo mismo y con el mundo entero. Creo incluso y sin temor a equivocarme, que sería el suceso milagroso de sentir esta energía, la que nos traería paz.


No quedaría mucho que decir. He escrito sobre muchas cosas pero ésta es la primera vez que planteo esta cuestión. De nada valdría que lo hayas leído y lo olvides, necesitamos más gente contenta en este mundo y solo quizás así se empiece a hablar de dicho tema como lo que realmente es: una necesidad natural para todos los individuos. Yo mientras tanto continuaré saboreando un helado, echando broma con los panas, queriendo a la chama que me enamora, escuchando mis canciones preferidas y escribiendo más líneas como éstas; cosas que me producen alegría inmediata. Ojala los portadores de los “dos puntos y una D mayúscula” terminen por dominar el mundo algún día.