Fotografía obra de Celso Emilio Vargas Mariño
Estuvimos en ese sitio de
“encuentro estratégico” durante menos de media hora. Aquel lugar de «estratégico»
no tenía nada, solo era un bar de mala muerte poco frecuentado pero perfecto
para nuestra reunión. ¿Podía importar el lugar en el que nos encontrábamos?
Para nada, solo importaba la determinación de todos los presentes. Hacía ya una semana y tres días que se habían
llevado a siete compañeros durante una de nuestras manifestaciones. Entre humo
por los cauchos quemándose, golpes de guardias, piedras lanzadas, bombas
caseras explotando, descontrol y gritos, los militares habían logrado llevarse
a nuestros amigos. Por poco me atraparon a mí y a Manuel, pero nosotros fuimos más
rápidos y logramos abrirnos paso entre el disturbio. Ahora había llegado el
momento de aquella reunión, en ella se intentaría discutir el plan de acción
que se realizaría a continuación. Aunque ya prácticamente todos presentíamos cual
sería la conclusión esta vez, fue Casimiro el primero en hablar:
-Bien, sabemos lo que ha
ocurrido, sabemos que ya no tienen contemplación alguna para con nosotros, la cuestión
es ¿Qué hacer a partir de este momento?
-¡¿Qué?!- interrumpió Juan-
¿Hablas en serio? ¡Está claro que debemos rescatar a los que se han llevado! ¿O
acaso piensan no hacerlo?
-Sabemos muy bien lo que debes
sentir, a todos nos duele lo que ha pasado y que Sebastián y los otros hayan
sido capturados- respondió Casimiro secamente- Pero tu hermano sabía muy bien
el peligro de estar en este bando, así como tú lo sabes, así como yo lo sé. Debemos
ser pacientes, a los que se llevaron los mantendrán presos, pero no les harán
daño.
Juan pareció calmarse o por lo
menos se comportó a la altura de la situación al guardar silencio. Entonces José
intervino:
-Esto es grave, esto es muy
grave. Si esperamos estamos jodidos, si actuamos estamos jodidos.
-No podemos bajar la guardia,
aunque esto ya no sea una buena vida, debemos cuidarnos de que tampoco se
vuelva muerte- dijo Víctor Alfonso.
-No es a la muerte a lo que le
temo, sino a las celdas y a los barrotes que me roben el único consuelo de
dignidad que nos queda siempre como hombres: nuestra libertad. Prefiero morir
antes de pasar el resto de mis días en la cárcel- dije yo rompiendo mi silencio
llevado hasta ese momento.
Todos callaron de nuevo. Así se
viven los tiempos de dictaduras, difícil es tener que aceptar aquella realidad
en la que los tiranos abusan del poder.
-Con pena y tristeza debemos
aceptar la realidad de los acontecimientos compañeros, ha llegado el momento de
desertar.
La idea se plasmó en cada mente
por separado como un hecho contundente que por fin se hacía realidad. Era
cierto, mucho habíamos resistido ante las fuerzas del gobierno, si
continuábamos actuando mediante los mismos mecanismo, seria cuestión de tiempo
para que fuésemos capturados. Por una parte éramos buscados y obligados a
escondernos debido a ser vistos por los gobernantes como enemigos de la nación,
por otra éramos vistos como héroes que intentaban derrocar a los corruptos que
se mantenían hasta entonces. Pero ya había llegado la hora de huir por nuestro
propio bien. Lo que siguió de aquella apocalíptica propuesta de desertar fue la
aprobación por parte de todos los presente, algunos apoyaron la idea de
quedarse y se les acepto su derecho de hacerlo. La gran mayoría, sin embargo, decidió
partir admitiendo que era justo y necesario hacerlo. Entonces todo acabo con un
“acordaremos mañana los detalles, viajaremos en barco”, y así fue.
Hoy estamos en este viejo catamarán
y a lo lejos el puerto comienza a volverse una borrosa línea que se divide con
el mar. Esta es mi última vista a mi país, a mi patria, a la tierra que me hizo
quien soy, mientras huyo por la situación presente. Sé que volveré, que todo
saldrá bien, debo confiar en que así será. Mientras tanto los pueblos deberán
aguantar las secas caricias del tiempo y del abandono; las ciudades deberán
hacerle frente al abuso de aquellos que llegaron a ellas con promesas e
ilusiones vacías; los hombres y las mujeres tendrán que bajar la cabeza ante un
futuro precario; los niños no sabrán de otra vida sino aquella en la que reine
la opresión. Todo será así por ahora, pero quiero que quede marcado este hecho,
solo será por ahora… Hasta que la justicia salga a la luz y deje de ser ciega,
hasta que la tiranía termine y sea suplantada por la democracia, hasta que por
fin nuestra causa sea correspondida por este destino, hasta entonces,
continuaremos luchando. Porque somos más grandes que todo lo que ocurre, esto
por el simple hecho de luchar por una causa justa, porque somos más los buenos
que los malos, por eso simplemente.
Que entienda aquel que lea esto,
que solo me desahogo ante el amparo de la desdicha y que, mientras se escapa
una lagrima de impotencia durante mi fuga, continuamos en esta misión. No se
derrumbaran nuestros ideales como lo está haciendo mi país, el cual poco a poco
se aleja, se aleja, se aleja y ya casi ni se ve.