Fotografía obra de Génesis Pérez
¿La incomprensión
hacia uno mismo termina por convertirse en locura?
Desde el principio nos enseñan a
vivir en el presente, que el futuro esto y que el pasado lo otro, pero que el
presente siempre es lo que realmente importa. Yo con mi presente me siento algo
incómodo y temo incluso a que esa incomodidad termine por convertirse en
molestia absoluta. Quién sabe si esto llegue a pasar, el devenir constante me
ha enseñado a no dar nada por hecho y a ser precavido con las supuestas
verdades absolutas. En lo que más pienso es en mi propio interior. Éste
últimamente ha sido visitado por dudas que van y vienen como zamuros que
acechan a mis ilusiones agónicas. El hecho está en eso, en mi propio Ser y en
que no puedo evitar ser un poco pesimista ante el paradero de mis sueños ya agotados
por tantas bajas. Ahora que reparo en
todo esto, soy incluso un poco patético al confesar sin pena ni gloria las
tormentas que arrecian en mi contra y lo inútil que me muestro intentando evitarlas.
Supongo que todos pasamos por momentos así, pero a mí me causa pavor pensar que
llegará un momento en el que no sepa sobrellevar las desdichas.
Incluso mis propios defectos se hacen oír
constantemente, son otra causa del martirio. A esto le sumo la historia que en algún
momento me contase mi papa sobre Pegaso y un héroe cuyo nombre no recuerdo. En
ella, dicho hombre encontraba la forma de domar al caballo alado mediante el estudio
diario de su comportamiento. La lección de aquello era que lo mismo pasaba con
nuestros defectos y vicios: hay que estudiarlos y comprenderlos para poder
domarlos, o en su debido caso, exterminarlos de nuestras vidas. Pensar en ello
me da más rabia porque entonces es mía la culpa de ser tan dependiente de esta
personalidad llena de mañas.
De esa forma se me están yendo
los días, las fuerzas y, sobretodo, las ganas de continuar en esta lucha
porfiada contra la derrota. A veces me miro al espejo y no me gusta lo que veo,
otras veces no logro dormir o concentrarme durante el día. Constantemente busco
esas supuestas «respuestas» que se supone le darían claridad a
todo lo que me rodea. Solo así las dudas se irían y la alegría volvería para
generarme sonrisas. Sin embargo, esas repuestas continúan haciéndome pensar que
esta existencia es más simple de lo que muchos llegamos a pensar, que en
realidad si somos animales con un raciocinio elevado solamente, eso y nada más.
La indiferencia llega a mis pupilas ante todo elemento con un mínimo de
grandeza. Cuestiones con esa naturaleza ya carecen de importancia para mí. Solo
busco mantener la pelea que llevo conmigo mismo.
Pero entonces si mi loca teoría
de las personas que viven en nuestra cabeza y que en conjunto nos conforman
como individuo resulta en esta cuestión, la lucha se multiplicaría en mi caso
particular. A veces me aburro de esto para ser sincero, vivir siendo tan
cuestionado por mi propia persona es bastante fastidioso. Aunque claro está,
creo que continúo siéndole fiel a esta situación en busca de un crecimiento
personal que me haga decir “valió la pena”. Entonces una vez más estoy en este
extraño sueño que cada vez pareciera hacerse más real. Quizás la diferencia
entre eso (lo real) y lo ficticio, sea más intensa conforme avanzamos en el
trayecto de esta carretera. Siendo así, ya no distingo la verdad de la mentira,
lo imaginario de lo tangible, lo imposible de lo posible. ¿Será real el amor?
¿Y la felicidad? ¿La tristeza o el temor? ¿Y lo que los cinco sentidos
perciben? Supongo que de eso se trata el factor de que podamos pensar, de
intentar darle respuesta propia a todas nuestras interrogantes. Por eso es que
constantemente mantengo aquel debate arduo con mis propias inquietudes, algunas
de las cuales han sido reveladas con anterioridad mediante las pequeñas
preguntas formuladas. Así me la paso siempre: hablando solo e incluso
enojándome por no poseer la suficiente sabiduría como para saber contestarme. Confieso
que no es nada llevadera la convivencia con este “otro yo” que se ha
desarrollado. A veces me creo verlo frente a mí, de brazos cruzados mientras me
observa, con mi misma apariencia y sin articular palabra alguna, pareciera
querer ponerme a prueba. Yo intento satisfacer su deseo, sin embargo, termino
siempre en un callejón sin salida marcado por un “Bueno… No se” o un “No tengo
idea” que solo logran enfurecerlo. Qué triste se torna así mi vida porque ha
dejado de rozar con lo establecido con la palabra «común».