Fotografía obra de Celso Emilio Vargas Mariño
No puedo continuar almacenando
tantos pensamientos. Mi mente, tan eficiente en el pasado, parece quedarse
corta en este momento. Mientras que el noticiero en la televisión relata cómo
el mundo se está derrumbando, yo me levanto y salgo al porche. Las nubes del
atardecer continúan apáticas a todo lo que ocurre debajo de ellas, así han sido
siempre. Seguramente saben que son inmortales, que su existencia sobrevivirá
luego de todo lo demás. Los hombres en cambio no lo somos, estamos atados a infinidad
de cambios y variaciones en esta vida. En fin, hasta ahora lo entiendo: estamos
indefensos. Con cada día que pasa me hago más viejo y soy una víctima del pasado, de los recuerdos y peor aún, de vivir
de ellos. Comprendo que ese destino es el destino natural de las cosas, aun así
no puedo evitar el querer oponerme a él.
Tengo un maletín grande y pesado de
sueños acumulados durante tantos años. Algunos fueron realizados y que bonito
es verlos siendo parte de mis días. Otros por el contrario, quedaron en el
olvido o en alguna pausa supuestamente momentánea que duró más de lo esperado.
Los que pertenecen al segundo caso me
hacen pensar en que quizás mi vida hubiese sido distinta de haberlos llevado a
cabo, pero los primeros me reconfortan porque me hicieron crecer de alguna
forma. Ahora, en este exacto momento, puedo decir que no soy un hombre feliz,
pero hombre al fin. Por tanto no puedo desvincular cosas a mi existencia que a veces no me dejan
dormir. El miedo inesperado se cuela en las mañanas y las dudas en tardes como
estas que ahora aprecio. Las nubes se están entremezclando, está por empezar el
sol de los venados con su orgia de colores y siluetas que te hacen pensar por
un minuto que pueden absorber todo lo malo del mundo. No es así en realidad. «Lo
malo»
sigue ahí, mirándote mientras espera a que seas tú el que dé el primer paso
hacia él. Sin embargo, continuamos alejándonos de su yugo gracias al amor, eso continúa
siendo un milagro.
Me froto las manos porque ya hace
frio a esta hora, enciendo un cigarrillo mientras continuo con este delirio
existencial. Tarde o temprano entendemos que nada puede causarnos un verdadero
impacto si así no lo deseamos. Nuestro subconsciente siempre está dormido, le
da sueño todo lo que le pasa afuera a quien lo transporta. No quiere
entrometerse en nada de lo que ocurre en el país, en la ciudad, en el barrio.
Su voluntad se centra en cosas mucho más sutiles, esas que van más allá de lo
que creemos posible. Él guardo por ejemplo el sentimiento producido por aquel
beso mágico, yo simplemente lo olvidé luego de muchos veranos. Está la verdad
unánime de que no creemos que seamos capaces de vivir cosas fuera de lo común,
hasta que llega alguna situación que transforma tu visión en una obra de arte.
Ahí es cuando te das cuenta de que a pesar de todo, esta vida es una cosa
bastante peculiar. Llena de locuras clandestinas y contrastes vividos, todo lo
que nos rodea es hermoso para el que así quiere sentirlo.
Falta poco para la fiesta de esta
noche. En ella pasarán las mismas cosas que en las fiestas normales, pero yo
continuo debatiéndome entre ir o no. Como podré ir, la dirección en la que
será, si terminaré durmiendo afuera, tantas cosas que desconozco. El cigarrillo
ya se acabó. Así se apaga la vida, entre humos de deseo y cenizas de tristeza.
Creo que ya he llegado al punto en el que todo lo que me rodea termina siendo
base de algún debate librado en mi interior. Uno llevado a cabo por mis propios
ideales. No puedo negarlo, me agrada ser como soy. Entonces sonrió, justo luego de que un cuarto
de hora antes tuviese que salir de la casa porque estaba por volverme loco. Cruzo
los brazos y concluyo simplemente que aún me queda mucho por vivir, que el
procedimiento de envejecimiento que todo ser experimenta con cada día que pasa, no debe pararme. Si
estoy vivo pues falta mucho para que las esperanzas se extingan. Falta mucho
para que esto deje de ser divertido.