Fotografía obra de Alberto Rojas. Fuente Original: Caracas Shots
El viejito estaba sentado esperando a que
llegase su turno mientras al lado suyo la viejita buscaba los lentes en su
cartera. Cuando por fin los atendieron después
de estar sentados un rato largo, lo único que les dijeron fue que no les darían
el crédito que estaban solicitando, que no cumplían con los requisitos y que
las políticas del banco eran muy concretas en ese aspecto. Pertenecer a esa
categoría denominada como “tercera edad” les acababa de restringir otra cosa más
en la vida. Parecía que ya no eran suficientes la mala memoria y los
movimientos lentos de los que disponían por su condición de ancianos. La
viejita no dijo nada cuando salieron de la oficina, solo camino a su lado como
siempre lo hacía cuando salían juntos, con una mano tomando a la del hombre y
la otra apoyándose del bastón. El tiempo los había llevado a ese punto en el que
ya no se poseen sino canas en el cabello, parecía que era mentira que llevasen
tantos años juntos.
Luego de caminar algunas cuadras,
llegaron hasta una plaza como aquella en la que años atrás se habían enamorado,
de las que tienen una fuente en el centro y bancos alrededor. Llevaban 41 años
en ese país y aún no se les quitaba el acento adquirido en su patria natal.
Aunque su corazón se había dividido entre ambas tierras, algunos factores
continuaban haciéndolos parecer como extranjeros eternos en una nación en la
que no habían nacido, pero en la que habían vivido más tiempo que en la suya
propia. No hablaron, mantuvieron su atención divagando en pensamientos propios,
tantos años juntos les habían dejado como enseñanza no decir cosas innecesarias.
En realidad, cada uno conocía perfectamente lo que el otro estaba meditando en
ese momento. Él sabía que ella estaba preocupada porque la vida se hacía más
cara y el dinero alcanzaba cada vez menos para subsistir, que el porvenir era
oscuro a pesar de que su esperanza de vida tampoco era muy prolongada, que los
medicamentos que necesitaban para su bienestar no se comprarían solos. Ella por
su parte, sabía que él estaba pensando en distintas formas de hacerla sentir
mejor, que su mente solo pensaba en eso en aquel momento, porque aunque fuesen
ancianos y sus reflejos no fuesen los de antes, su marido no dejaría de pensar jamás
en encontrar la forma de que ella siempre estuviera feliz.
Sumidos en ese estado de
depresión impuesta por la decisión de un banco sin alma que no les daba un
crédito para permitirles subsistir, algo nuevo y extraño ocurrió. Resultó interesante
que pasara un evento de esa naturaleza luego de tanto tiempo pasando angustias
y desgracias, luego incluso de que una guerra los hiciera huir en un barco
hacia tierras desconocidas sin nada más que una maleta con ropa. Estando allí,
en ese sitio tan común y simple que en realidad no era digno de un momento
inusual, aquel viejito tuvo una renovada y esclarecedora visión. No pensó dos
veces lo que diría, solo miró los ojos verdes de su esposa y comenzó a hablar, dejando
que cada palabra fuese dictada por un corazón que parecía bombear igual que en
la juventud:
-La verdad estoy cansado. Ya no
soporto más esta vida porque quizás ya es una muestra de que se avecina la
muerte. No me importa tampoco nada de eso. Me importas tú, porque estamos
juntos, porque aún me tomas de la mano. Creo que en realidad existe un milagro
que va más allá del de conocerte, es el de que me hayas permitido mantenerme a
tu lado. De todas formas ya tampoco puedo hablar de amor, porque quizás todo te
lo haya dicho y solo esté repitiendo palabras pasadas. Quiero en este momento
que seamos libres, quiero creer que para nosotros también existe esa palabra
denominada «libertad».
Ya no me quedan fuerzas para hacerlo solo, por eso te pido que me ayudes,
porque estando juntos no habrán fronteras y se acabaran los miedos. Viajemos,
veamos nuevas cosas, vayamos en contra de lo que “deberíamos hacer”; en fin,
como ya dije, seamos libres. Creo que nunca antes había estado tan seguro de
algo en mi vida. Si mañana llegase a morir, no quisiera que fuese teniendo un
destino de anhelos negados y miedos a lo desconocido, quisiera que mi final
fuese lleno plenitud a tu lado. Deseo fervientemente que la nuestra sea una
historia digna de contar, no un cuento de genérico desenlace. Vendamos la casa
y viajemos, vayamos hacia lo que no conocemos y que ya tampoco entendemos. Te
lo pido: huye conmigo mi amor.
Ella mantuvo la mirada unos
segundos, no porque estuviese analizando la respuesta que daría ya que su
decisión no había sido si quiera pensada, sino para poder admirar a aquel hombre
con el que había compartido prácticamente toda su vida. Le parecía que en ese
momento de rebosante sentimiento, lograba ver el verdadero espíritu del otro,
podía vislumbrar en él la naturaleza rebelde que todos llevamos en nuestro
interior. Aquella que impulsa al individuo a lo imposible, a lo desconocido, a
negarle toda grieta de nuestro corazón a la duda y al miedo, a buscar razones
por las que disfrutar de esta existencia. Luego de admirar los ojos negros del otro,
tomó nuevamente su mano y solo dijo mientras sonreía:
-Huyamos juntos mi amor.