Fotografía obra de Alberto Rojas. Fuente Original: Caracas Shots
-El problema es que durante el
transcurso de los acontecimientos, nadie te apoya tanto como cuando resultas
victorioso. Porque allí, cuando todo sale bien, es que el mundo entero confiesa
haber creído en ti desde siempre. Mientras que no sea así, muchos (casi todos)
dudan de tus capacidades- le comenté a Cipriano durante aquel viaje que
cursábamos.
-¿Por qué lo dices? ¿Porque nadie
te apoya o porque necesitas sentirte apoyado para hacer las cosas?- me contestó
intentando hacer que yo mismo me cuestionase.
-Se trata de la cuestión en sí
misma. La gente intenta siempre criticar, quieren ser el pastor que le habla a la oveja perdida
intentando que vuelva al rebaño. Eso es un fastidio, después de todo, uno es
quien dirige sus propios actos.
-Bueno, bueno. Dejemos de divagar,
tú y yo sabemos que en estos tiempos no se puede exigir mucho. Esta sociedad
que hasta ahora empieza a reconocerse a sí misma, intenta digerir el impacto
que impone su propio peso. Lo nuevo se enfrenta a lo viejo. Por eso es que,
ante cualquiera nueva tendencia, se levantan murallas enteras que intentan
frenar el surgimiento de lo que se considere como anormal. No esperes mucha
aceptación de seres que ni siquiera se aceptan a sí mismos, solo continúa
siendo fiel a ti mismo.
No dije nada. Era cierto lo que
acababa de decir mi compañero. Él era más sabio que yo y su claridad ante las situaciones que se presentaban
demostraban una mayor paciencia contra lo que iba deparando la vida. Habíamos
arrancado desde América, desde nuestro país, hasta Europa, en donde el soñado
recorrido nómada se hizo una realidad. La guerra aún mostraba sus secuelas, no
solo en el paisaje, sino en la gente, en su mirada que parecía una mezcla homogénea
entre melancolía y esperanza hacia el futuro. Cuando por fin decidimos
estancarnos en París (en donde sabíamos estaban muchos amigos artistas de
nuestro país), decidimos dejar atrás todos los perjuicios de la sociedad de la
que veníamos. Estos me habían logrado perseguir como fantasmas materializados
en cartas de mi familia e incluso de alguno que otro conocido. Tomarse la
molestia de escribir y enviar a través de miles de kilómetros un pedazo de
papel solo para recriminarme mis decisiones y actos, era una verdadera muestra
de ocio. Cuando por fin volví a hablar, terminé articulando una pregunta que
delataba el cargamento de dudas que ya empezaba a pesarme:
-¿Tú crees que todo saldrá bien?
Cipriano no habló inmediatamente. Se quedó pensando un
rato como lo hacen los eruditos o los más grandes dementes. Al final, luego de tomarse su tiempo, respondió:
-No estuviese aquí si no lo
creyese. Es cierto que estamos en desventaja porque luchamos ante el prejuicio
ajeno. Por lo general casi nadie nos acepta en nuestras decisiones, pero aun así,
continuamos tomándolas siguiendo nuestra propia voluntad. Recuerdo que el día
en que salimos en ese barco viejo, con mochilas, guitarras, cámaras
fotográficas, papeles y un montón de sueños, no importaba tanto si la gente nos
apoyaba. Hay que ser fuertes porque el mundo vive una revolución social
impulsada por esta juventud que se hartó de seguir estándares establecidos y quiso
innovar la visión de toda la humanidad. Nosotros estamos dentro de esa masa de
nuevos pensamientos, ¿Qué tanto importa si muchos se declaran opositores de
todos estos cambios? Solo tienen miedo de lo que los rodea, incluso tienen
envidia porque ese temor no los deja pertenecer al cambio. Nosotros somos los
que debemos reprocharles su vida entera por ser ésta algo que ni ellos mismos
quieren.
Si bien no puedo expresar con exactitud
cómo me ayudaron esas palabras, puedo al menos sintetizar que Cipriano me ayudó
a continuar pese a mi propia debilidad por todo lo que se oponía a que yo
trabajase por mis sueños. Ese convincente discurso (intensificado por las luces
y los colores de París durante aquel atardecer) me hizo entender que solo uno
mismo puede impulsar sus propios ideales, que jamás se debe confiar en la
aceptación ajena para proceder en búsqueda de nuestro destino. Entonces, aunque
me separé de Cipriano cuando volvimos de aquel viaje cargados de enseñanzas, no olvidaría que él me
había dado una antesala a una realidad: el cambio en el mundo ya era un hecho.
¿Qué si fue fácil sobrellevar todo lo que este significó? Eso es otro asunto.