-1964-


Fotografía obra de Alberto Rojas. Fuente Original: Caracas Shots

-El problema es que durante el transcurso de los acontecimientos, nadie te apoya tanto como cuando resultas victorioso. Porque allí, cuando todo sale bien, es que el mundo entero confiesa haber creído en ti desde siempre. Mientras que no sea así, muchos (casi todos) dudan de tus capacidades- le comenté a Cipriano durante aquel viaje que cursábamos.  

-¿Por qué lo dices? ¿Porque nadie te apoya o porque necesitas sentirte apoyado para hacer las cosas?- me contestó intentando hacer que yo mismo me cuestionase.


-Se trata de la cuestión en sí misma. La gente intenta siempre criticar, quieren ser  el pastor que le habla a la oveja perdida intentando que vuelva al rebaño. Eso es un fastidio, después de todo, uno es quien dirige sus propios actos.

-Bueno, bueno. Dejemos de divagar, tú y yo sabemos que en estos tiempos no se puede exigir mucho. Esta sociedad que hasta ahora empieza a reconocerse a sí misma, intenta digerir el impacto que impone su propio peso. Lo nuevo se enfrenta a lo viejo. Por eso es que, ante cualquiera nueva tendencia, se levantan murallas enteras que intentan frenar el surgimiento de lo que se considere como anormal. No esperes mucha aceptación de seres que ni siquiera se aceptan a sí mismos, solo continúa siendo fiel a ti mismo.

No dije nada. Era cierto lo que acababa de decir mi compañero. Él era más sabio que yo y  su claridad ante las situaciones que se presentaban demostraban una mayor paciencia contra lo que iba deparando la vida. Habíamos arrancado desde América, desde nuestro país, hasta Europa, en donde el soñado recorrido nómada se hizo una realidad. La guerra aún mostraba sus secuelas, no solo en el paisaje, sino en la gente, en su mirada que parecía una mezcla homogénea entre melancolía y esperanza hacia el futuro. Cuando por fin decidimos estancarnos en París (en donde sabíamos estaban muchos amigos artistas de nuestro país), decidimos dejar atrás todos los perjuicios de la sociedad de la que veníamos. Estos me habían logrado perseguir como fantasmas materializados en cartas de mi familia e incluso de alguno que otro conocido. Tomarse la molestia de escribir y enviar a través de miles de kilómetros un pedazo de papel solo para recriminarme mis decisiones y actos, era una verdadera muestra de ocio. Cuando por fin volví a hablar, terminé articulando una pregunta que delataba el cargamento de dudas que ya empezaba a pesarme:

-¿Tú crees que todo saldrá bien?

Cipriano  no habló inmediatamente. Se quedó pensando un rato como lo hacen los eruditos o los más grandes dementes.  Al final, luego de tomarse su tiempo, respondió:

-No estuviese aquí si no lo creyese. Es cierto que estamos en desventaja porque luchamos ante el prejuicio ajeno. Por lo general casi nadie nos acepta en nuestras decisiones, pero aun así, continuamos tomándolas siguiendo nuestra propia voluntad. Recuerdo que el día en que salimos en ese barco viejo, con mochilas, guitarras, cámaras fotográficas, papeles y un montón de sueños, no importaba tanto si la gente nos apoyaba. Hay que ser fuertes porque el mundo vive una revolución social impulsada por esta juventud que se hartó de seguir estándares establecidos y quiso innovar la visión de toda la humanidad. Nosotros estamos dentro de esa masa de nuevos pensamientos, ¿Qué tanto importa si muchos se declaran opositores de todos estos cambios? Solo tienen miedo de lo que los rodea, incluso tienen envidia porque ese temor no los deja pertenecer al cambio. Nosotros somos los que debemos reprocharles su vida entera por ser ésta algo que ni ellos mismos quieren.


Si bien no puedo expresar con exactitud cómo me ayudaron esas palabras, puedo al menos sintetizar que Cipriano me ayudó a continuar pese a mi propia debilidad por todo lo que se oponía a que yo trabajase por mis sueños. Ese convincente discurso (intensificado por las luces y los colores de París durante aquel atardecer) me hizo entender que solo uno mismo puede impulsar sus propios ideales, que jamás se debe confiar en la aceptación ajena para proceder en búsqueda de nuestro destino. Entonces, aunque me separé de Cipriano cuando volvimos de aquel viaje  cargados de enseñanzas, no olvidaría que él me había dado una antesala a una realidad: el cambio en el mundo ya era un hecho. ¿Qué si fue fácil sobrellevar todo lo que este significó? Eso es otro asunto.