Fotografía obra de Alberto Rojas. Fuente Original: Caracas Shots
Sumido entre tantas cosas, entre
la rapidez de los días que a veces no se detiene ni los domingos más domingos, fue
llegó la idea de hacer un manual de vida misma. Al principio no supe si debía
llamar así al conjunto de hábitos que componen dicha idea, luego recordé que en
realidad podemos hacer lo que se nos venga en gana. Mediante este último
pensamiento me di cuenta de que también debía nombrar como quisiera lo que
quisiera. Eso, decirle a las cosas como queremos, es un acto tan simple que
concentra incluso libertad. Pero volviendo al tema, el manual llegó
inesperadamente. Tal vez fue en forma de película, de chiste, de canción, de viaje,
de lagrima o de cualquier otra cosa, lo importante es que gracias a él pude
sobrellevar mejor las situaciones que se presentasen.
El manual en sí mismo abarca tantos
criterios que a veces no puedo entenderlo completamente. Es un universo de
ideas, pensamientos y, sobretodo, de las más variadas incoherencias. Por tanto
no puede definirse porque intentar hacerlo sería un acto inconcluso que con
cada final mostraría un comienzo. Existen algunas cosas bastante
representativas dentro de todo el conjunto de elementos que componen a este
manual. Está el principio de una sonrisa duradera, esa que te acompaña lo
suficiente como para que tu alegría se contagie. Está también la ley de
silencio interior, ligada a la meditación y al encuentro de uno mismo mediante
la tranquilidad. Algunos aspectos del manual son bastante prácticos, así se desarrolla
el artículo sobre la automotivación que no habla sino de tener la certeza de
que todo saldrá bien, de creer y confiar en las aptitudes propias.
Todo el contenido que abarca ésta
enciclopedia tan singular, es mental y por lo tanto no posee ningún orden. Es
una invención que surgió de tanto pensar, está archivado entre rincones de la
memoria que se despliegan únicamente ante cierta situación y que me son de gran
ayuda para enfrentarla. Creo que el
mensaje real de todo esto recae en que debemos tener clara nuestra percepción
sobre las cosas. Cada persona debería desarrollar su propio manual, uno con el
que se sienta a gusto y con el que realmente se identifique. A veces olvidamos
ser dueños de nuestros propios principios y empezamos a vivir siguiendo estándares
ajenos. Sin importar que tan bien parezcan acoplarse estos a nuestras vidas, si
no son generados por nuestra voluntad, solo estamos siguiendo una corriente sin
tomar el control de la situación.
Recuerdo que comencé con esta cuestión luego
de que mi divorcio fuese un hecho. A partir de allí vinieron tantas sombras en
mi vida que llegué a pensar que lo primordial en mis aconteceres era la
tristeza. Pero entonces, durante el primer viaje post-trauma en el que
intentaba superar la soledad, fue que llegaron los dos primeros enunciados a mi
mente. Estos decían algo así como: “la percepción de cada situación será trascendental
para saber cómo manejarla” y “la vida siempre se desarrollará con sorpresas
inesperadas”. De esa forma, el amor tuvo también claridad cuando pude entender
qué hacer en caso de que éste se transformase en dolor y miedo. A ese tema tan
controvertido le atribuí una conclusión unánime que no permite dudas: «Sin
importar que, el amor cura, salva, resucita». Ahora lo sé, solo se trata
de ver con claridad.
Pensándolo bien, el manual no
solo me ayudó sino que llego a salvarme de más amarguras. Solo me restaría
decirte que empieces ahora mismo a pensar en la redacción de tu propio código
personal de enseñanzas. Nunca sabrás en que momento éstas terminen salvándote.