-Papelón con limón para la espera-


Fotografía obra de Alejandro Hernández.

Lo que sí deseo fervientemente, es que alguien logre definirme con exactitud lo que representa un “peón”. Porque sí, para los que no lo sepan, en esta época en donde pareciera que ese tipo de términos ya fueron dejados atrás, estos aún son utilizados con el mismo enfoque despectivo de siempre. Quizás no sea así en las grandes ciudades, en donde la modernidad ha superado infinidad de tontos prejuicios, pero sí en los pueblos más fieles a los convencionalismos de antaño. Tal es el caso de éste en donde yo nací, en donde yo tuve la mala fortuna de nacer. No digo esto último por razones triviales como las diminutas dimensiones del lugar, en las que se conocen desde el perro callejero de la plaza hasta el alcalde. Tampoco por el hecho de que todos los días transcurran exactamente iguales y la monotonía grite en las calles con su silencio desesperante. Lo digo por la vida misma que reside en el espacio. Por la concepción que tienen los habitantes sobre cosas subjetivas como lo correcto o lo incorrecto, la impresión que unánimemente se posee sobre lo que significa una vida ideal, o el tema que a mi parecer llega a rozar con lo ridículo: la interpretación obsoleta de los estratos sociales. Pues la cosa es que, por motivos del destino, yo toqué en este rango bajo el calificativo grosero de “peón”. Todo por no poseer mayores riquezas visibles que las que gano con mi sueldo de obrero.


Se trata de que uno vale por lo que es, no por lo que tiene. Más allá de que ese lema pueda parecer una simple frase de consolación que pronunciemos para poder vivir con orgullo, esta es totalmente cierta. Por lo menos eso es lo que creo, en eso deseo confiar para poder sobrellevar mi situación particular. Ésta no es otra que la típica de novela de televisión sin gran imaginación. Una qué, para colmo de la ironía, parece existir a pesar de su tonta naturaleza: simplemente caí ante el aparente pecado mortal de enamorarme de la hija del dueño de la hacienda, de esos de los más ricos de todo el poblado. Ese hombre aún no lo sabe, pero yo que disfruto este romance imposible, presiento una tormenta inminente que se aproxima con cada caricia que tengo el placer de otorgar a mi amada, con cada beso dado con la pasión de una aventura secreta, con cada mirada flash que, aunque dure milésimas de segundo, encapsula cada partícula de amor que almacena el corazón. Pero esa cuestión tampoco viene al caso, se trata de los vicios que guarda esta sociedad, de cómo nos vemos atados a la infelicidad que otros nos imponen por el hecho efímero de no poseer fortunas.

Siempre he creído en todo lo que inspire por lo menos un mínimo de valentía en nuestro ser y es en ese caso, que mis sueños significan el norte esencial en cada uno de mis impulsos. Porqué incluso nosotros los peones que trabajamos la tierra, tenemos ese derecho divino de poseer un anhelo por el cual luchar. ¿Acaso la condición económica impide esto también? ¿Acaso se nos prohíbe el derecho de querer cambiar la realidad que mantenemos? No creo que sea así, pero de serlo, igual no me importaría mucho. Yo igual planeo llegar a conseguir cada uno de mis deseos, con trabajo, con talento y sobretodo, con una carga inmensa de perseverancia que no permita que mis esperanzas se agoten. Sé que ante todo, dependerá de mí mismo moldear esta vida que resulta ser hasta el final, mi única pertenencia verdadera.


Al haber pertenecido a esta colectividad gigantesca denominada proletariado, conozco perfectamente el verdadero valor de las cosas. Por eso no pretendo hacer un drama monumental que intente demostrar lo trágica que es mi vida. Al contrario, iré disfrutando de cada instante que aún le queda a esta realidad, porque sé que llegará el momento en el que no queden vestigios de ella. Lograré con toda certeza hacer valer mi voluntad de ser dueño de mis actos. La diferencia existente entre los hombres que poseen libertad y aquellos que se mantienen esclavos, es que estos últimos no repararan ni siquiera en su sumisión. Ese tampoco será mi caso. Solo espero que  cuando todo esto haya cambiado, cuando ya no haya tribulaciones generadas por mi condición social, cuando sea feliz junto a la mujer que amo, siga sin faltarme esta esencia que me conforma. Mientras tanto, que siga el papelón con limón refrescándome ante la adversidad.