Fotografía obra de Alberto Rojas. Fuente Original: Caracas Shots
El sol sale y se oculta como si
el acto del día no significase gran cosa.
Al menos así le parece al preso al que denominan los guardias como «Número
33».
Ya ese sol distante parece de un mundo al que él no pertenece, su condición lo
ha llevado a pensar que ahora habita en una dimensión paralela a la que se mantiene
en movimiento afuera de los límites del penal. Intenta en lo posible no reparar
en ese tipo de conclusiones a las que la depresión, el encierro y el desespero, lo hacen llegar. Lo único en
lo que realmente piensa constantemente es en lo que haría de salir en cualquier
momento de esas 4 paredes que lo rodean y vigilan como centinelas.
Intenta no reparar en cuanto
tiempo hace desde que se adentró en aquella situación, desde que fue privado de
su libertad y pasó a ser un fantasma de aquel purgatorio con forma de calabozo.
Los eventos del pasado se hacen nítidos para cualquier preso; en tal estado, la
memoria se afina y comienza a reproducir cada instante vivido. Así también es
para Número 33, este llega a recordar efímeros episodios de la niñez, de la adolescencia.
Desde tristezas hirientes hasta alegrías profundas y muchísimos sueños a media
construcción. Todo hace parte de un mismo ciclón de acontecimientos que ya no
salen de su presente, que lo visitan en todo momento ciñéndolos de melancolía
por lo que ya no regresará.
Las horas pasan en un
aburrimiento que se transforma en somnífero, uno que no llega a dormirlo sino a
causarle una gran frustración. Acostado en su camastro, observa el techo tan
fijamente que cualquiera pensaría que está prestando atención a éste. Todo lo
contrario, su mente se encuentra a muchos kilómetros de distancia, recorriendo
capitales extranjeras o algún pueblito de su propio país. Para él no hay
visitas, no hay salidas al pabellón junto con los otros presos, no hay ni siquiera
salida al comedor porque el guardia de turno le trae los alimentos. Para él
solo hay un frío confinamiento que transforma en cementerio todo lo que lo
rodea en una necrópolis en donde los muertos aúllan en las noches palabras indescifrables.
Quizás ha enloquecido ya. Posiblemente la soledad lo ha convencido de que su
cordura no encajaba con el aislamiento al que debía someterse.
Cualquiera también creería ciegamente
que, tomando en cuenta las medidas disciplinarias a las que es sometido, se
trata seguramente de un asesino despiadado o tal vez de algún estafador que
robó muchísimo dinero. La verdad no puede estar tan alejada de dichas
especulaciones: Número 33 no es sino un preso político. Maestro e intelectual
en algún tiempo, ahora solo es una enciclopedia que respira. Una que no puede traspasar
sus conocimientos a ninguna otra persona. Esa es sin duda la maldición
inmediata a poseer sabiduría: no poder compartirla y tener que retenerla.
Las semanas pasan como un
vendaval de pensamientos, cuando se trata en realidad de tiempo lo que se está
perdiendo. Invierno o verano, lluvia o sequía; él no se percata en realidad de
ningún detalle de ese tipo. Afuera, en el lejano exterior, deben de estar
ocurriendo grandes acontecimientos que revolucionan al mundo. Él se mantiene ignorante
a todos ellos, solo puede vislumbrar su propio pesar como si se tratase del de
un extraño. A ese estado ha llegado por inducción a tanto silencio, a todo lo
que esa celda significa. Ni siquiera un libro le permiten tener, ni tampoco cartas
le entregan. Entonces empieza a pensar que quizás ese mundo que se mueve afuera
ya se ha olvidado de él, que aún si logra salir en algún momento de su confinamiento,
no podrá demostrarle a sus conocidos que su existencia se mantiene vigente.
Ellos, familiares y amigos, seguramente dan por hecho que la muerte ha logrado
palidecer su rostro y que su alma se haya libre, pero en el inframundo. La
única razón por la que Número 33 sabe que aún está con vida, es porque se mantiene
intacta su voluntad. Los que están afuera sin probar el salitre corrosivo de la
cárcel no podrían entender completamente este tipo de razonamiento. Pero en
cambio los que están cautivos, conocen bien que su propia fortaleza es la única
que puede alejar las sombras que amenazan con atacar sus mentes. Alguna visita
de un espectro imaginario en la madrugada o la alucinación producida por el
delirio y que casi se puede tocar, son solo algunos de los factores que
terminan por hacer pensar al que los sufre que su existencia ya no es
correspondiente al plano de los que respiran.
El 33 se sienta en el suelo de la
celda en posición de flor de loto. Suspira, últimamente dicho acto parece
caracterizar sus constantes desventuras de preso. Intenta meditar, no se le da
muy bien. ¿Cómo lograr tener calma en aquella situación? ¿Cómo plasmar en su
conciencia la idea de que todo saldrá bien si ya lleva un montón de meses sin poder
si quiera mantener una conversación con alguien? Ese es sin duda el peor de los
castigos, no el hambre ni la sed a la que a veces es sometido como si sus opresores
se olvidaran de su existencia, sino la añoranza por la compañía de otras
personas. Entonces su esperanza se remite a esperar que todo aquel letargo
producido por los barrotes pueda superarse. En eso solamente piensan los presos
que conocen que la causa de su cautiverio es injusta. En eso solamente piensa
él porque siente que toda su vida se resume a ese momento en el que su albedrio
se mantiene cautivo lejos de sí mismo.
Todo lo que hay a su alrededor se
enfoca en que decaiga su fuerte terquedad de pensar que el destino está de su
lado, que éste tarde o temprano le traerá buena fortuna. Esto se complica más
con cada hora que permanece en ese sitio que lo asfixia con manos invisibles.
Ahora solo queda intentar mantener aquella guerra que libra sin palabras, sin
armas, sin lado bueno ni lado malo. Solo le queda vencer en aquel
enfrentamiento consigo mismo, una batalla a la que debe enfrentarse en contra de
voces provenientes de su propio interior. Aunque la rabia lo ataca cuando
recuerda el hecho por el que se encuentra en esa condición, se enorgullece al
pensar que éste también sea por defender la justicia y la verdad, por no estar
del lado de los que venden su dignidad. El noble profesor Número 33 tiene claro
el hecho de que, si bien aquello por lo que está pasando es un verdadero
martirio, no se arrepiente ni por un segundo de sus actos pasados. Llegará el
momento en el que saldrá de esa prisión y demostrará que todos esos sacrificios
no fueron en vano.
Se levanta del suelo y mira hacia
la abertura enrejada con forma rectangular que hay arriba de una de las
paredes. A lo lejos vuelve a verse ese sol lejano, amarillo y calcinante.
Entonces entiende que su voluntad ha logrado renovarse, todo porque ahora no se
siente ajeno a esa estrella que ilumina al planeta. Al contrario, logra
apreciarlo como si su libertad ya fuese un hecho. Quizás ésta sea también un estado
que solo él puede otorgarse o darlo por perdido.