-Verdes por siempre-


Fotografía obra de Celso Emilio Vargas Mariño.

-¡Muchacho! Pero tú si estás grande, has crecido mucho- con esa oración me recibió Madame Bea, la mujer que había sido la “ocultista” para dos generaciones en mi familia. Estaba más vieja que cuando vi por última vez,  las canas que cubrían su cabello, antes rubio, así lo delataban. Se alegró al verme aunque al principio ni siquiera me reconoció, hizo que me sentara frente a ella en su pequeño despacho lleno de cosas curiosas y finalmente dijo- Ahora sí, cuéntame ¿En qué puedo ayudarte?


Intenté ser preciso en el relato, uno nunca sabe cuándo algún detalle posee o no valor en estas cosas. Así comencé a comentarle desde el principio la cuestión:

-Comenzó una noche. Desperté en la madrugada con la sensación de que alguien me estaba mirando, pero estaba solo en el cuarto. Así continúo ocurriendo en las noches siguientes: despertaba, miraba a mí alrededor y la soledad se mantenía presente. Por supuesto me fui asustando, creí que quizás era estrés del trabajo lo que me no me dejaba dormir en paz, o quizás que simplemente empezaba a sufrir de insomnio. Todas esas dudas fueron despejadas una noche más en la que desperté sobresaltado. A diferencia de todas las demás, ya no estaba solo. Fue allí que la vi parada en frente de mí, mirándome fijamente. Era una mujer, vestida de blanco y muy bonita. En realidad, era la mujer más hermosa que haya visto jamás, con ojos verdes que me fulminaban desde la distancia. Para colmo me sonreía,  esa expresión hacia que aquel fuese un ser perfecto ante mí. Sin embargo, intentar describirle a usted mi sorpresa no sería posible. No sabía qué hacer, no sabía qué decir, simplemente estaba paralizado. Ella se mantenía ahí, a unos pasos de mí y yo sin poder si quiera moverme. Entonces no sé qué ocurrió luego, pero reconozco que probablemente me desmayé por la emoción de todo aquello. Al día siguiente desperté y ya no había nadie.

Hice una pausa creyendo que la Madame diría algo. Ella continúo en silencio, prestando atención a cada palabra de mi relato, entonces continúe:

-Casi me vuelvo loco por entender que esto iba más allá de las cosas comunes. Dicho suceso ocurrió hace una semana y no he vuelto a despertar en las noches por esa sensación misteriosa. No sé qué hacer, no sé si fue un sueño o quizás una ocurrencia de mi imaginación. Lo peor de todo no es en realidad el hecho de dudar de mi propia cordura. Aquello que en realidad me causa inquietud, es que quisiera volver a ver a esa mujer que apareció en mi cuarto en la madrugada. Ahora señora Bea, ¿Qué puede decirme de todo esto?

La mujer continúo en silencio. Allí recordé aquella vez cuando yo era niño y la vi por primera vez. La Madame había sido citada por mi abuela, quien sospechaba que a mi casa le habían echado mal de ojo. Me dio mucha rabia cuando en esa ocasión me obligaron a irme a jugar a la sala mientras los adultos hablaban a solas. Según me contaron años más tarde, gracias a aquella anciana que ahora tenía delante, la familia pudo resolver aquel asunto del mal de ojo evitando mayores agravios. Yo por mi parte, nunca llegué a creer realmente en aquellas cosas. La fantasía propuesta por todo aquel universo me llegaba a parecer demasiado empalagosa. Pero me había llegado a mí mismo la hora de enfrentar eventos sin una explicación lógica aparente. No quería ceder ante la idea de aceptar que en realidad sí ocurrió mi encuentro con aquella mujer extraña en mitad de la noche, pero la incertidumbre era tan grande que no me dejaba tranquilo. Luego de un momento (que pareció durar varias horas), la vieja ocultista por fin habló:

-Nadie llega a conocer del todo la infinidad de misterios que abarcan este universo. Menos aún podemos hablar de con total seguridad acerca de los hechos que van más allá de todo lo que nos enseñan como “normal”. Yo por ejemplo, llevo casi medio siglo siendo parte de este mundo de maravillas y aun así mi capacidad de sorprenderme ante cosas nunca antes vistas no ha cesado. Como en esta oportunidad, lo que has traído ante mí es un caso tan particular y único como ningún otro que haya visto. Quizás creas que es mentira lo que te diré, quizás me tomes a mi como una vieja demente, pero creo que si has decidido venir hasta acá es porque las respuestas lógicas no te satisfacen. Tú sabes que no estás loco, sabes que no fue un sueño, sabes que aquella mujer fue real. Por mi parte, queda decirte la verdad sobre el asunto. No sé cómo realmente explicar esto, no sé cómo lo tomes, así que lo mejor es que lo diga y ya: esa mujer que viste fue en algún momento tu gran amor, no en esta vida, sino en una reencarnación pasada. Hace mucho tiempo ustedes se amaron con locura, conocieron la pasión de la mano del otro. Luego de la muerte, tú continuaste, pero ella se quedó atada a tu recuerdo. Entonces volvió para verte, puedes tomar tal esfuerzo como la prueba de que el verdadero amor supera cualquier barrera.

¡Que frase tan original para terminar de narrar todo aquello! Yo no supe ni qué hacer, mi corazón latía tan fuertemente que se me hacía difícil respirar. ¿Acaso era cierto todo aquello? No, por supuesto que se trataba de una mentira… ¿O acaso sería real? Ya ni siquiera pensaba con claridad. Ante toda esa reveladora noticia, solo encontré una pregunta que articular. No sé ni siquiera como logré articularla en medio del sobresalto, sin embargo, pude hacerlo:

-¿Y usted como lo sabe?

-Ay muchacho, creo que explicarte como lo sé sería muy fastidioso. Créeme si quieres, si no quieres hacerlo, igual tendrás que pagarme la consulta. Lo que te dije es la verdad y si la sé es porque tu chica me la ha contado. Ya pude comprobar que era cierto todo lo que me habías dicho. Y por cierto, está parada detrás de ti en este mismo momento. ¿No querías verla nuevamente?


Entonces mi corazón parecía volverse frio ante esas palabras y luego, cuando lentamente voltease para mirar por detrás de mi hombro, parecía realmente explotar dentro de mi pecho. Algo si era seguro: para siempre me parecería infinitamente hermosa  aquella mujer de ojos verdes.