Fotografía obra de Génesis Pérez
Últimamente no me queda tiempo
para nada y lo sé, esa en realidad nunca ha sido una buena excusa. Pero por
supuesto que aún me quedan muchos minutos para cosas como continuar buscando lo
que me genere alegría, como aprender todo lo posible de esta vida. Aprender…
Ahora que vuelvo a escribirlo siento que la palabra se queda corta, creo que nadie
puede decir si realmente ha aprendido de todas las experiencias que sus días
han contenido. La única forma de saber si ha ocurrido es verificando si han
cambiado nuestros actos luego de dicha lección. Lo que también es cierto es que
la forma en la que llegue la enseñanza es siempre distinta, siempre particular
dependiendo de la situación.
Entonces existen maestros que
llegan sin que los busquemos, como si fuese el destino mismo el que los manda
para hacernos entender ciertas cuestiones. Un día por ejemplo (en cierto
escenario melancólico que ni siquiera me gusta recordar), llegó uno bastante
peculiar. Ni siquiera era un maestro, ni siquiera pretendía hablar claramente,
solo era uno de esos seres que van regando palabras indiscriminadamente. A mí
me tocaron varias que resultaron ser bastante curiosas y en las que
primeramente resaltaba: “Vive el presente, lo que tienes en este momento”.
Bueno, muy simple en realidad, el hecho está en que me lo decía a mí que
siempre había preferido vivir en las nubes, en el pasado y el futuro, en la
interrogante y la duda. Me di cuenta de que era cierto, que lo importante es el
ahora que podamos estar sintiendo, el acto que estemos desarrollando.
El mismo personaje continuó casi sin dejarme
asimilar lo anterior: “El amor es un acto de libertad”. Por supuesto también
era cierto aquello, el problema era que yo justamente había estado aferrado
mucho tiempo a un romance que probablemente nunca había sido para mí. Solo
hasta aquel momento (y con algunas lágrimas prófugas) pude soltar amarras en este corazón que había
estado tan lleno de mareas turbulentas; al fin logré dejar ir aquel cuento que
en vez de causarme dicha, solo promovía
nostalgia. Entendiendo a la vez que si el amor era real, volvería algún día
para que estuviésemos juntos por siempre.
Por último, el individuo me hizo
saber que: “La felicidad se vive a través de momentos”. Justo ese fue el último mensaje que
necesitaba escuchar, todo porque me había pasado la vida buscando la mítica
felicidad absoluta para que esta se condensara entre mis días, esa que
representaba la meta máxima de mis esfuerzos intentando lograr que se
convirtiese en un factor perpetuo de mi vida. Solo así entendí que en realidad
nada es eterno en este mundo, que al final todo terminará por alterar su
esencia y que por lo tanto ese estado sublime nunca terminaría por llegar. Es
mejor disfrutar de cada instante feliz que el destino nos pueda ofrecer. A
partir de ese momento empecé a sonreír sinceramente ante cada partícula de
verdadera felicidad que llegase a mi existencia porque supe que sería
transitoria.
Bueno, se trata de hacerle merito
a quien lo ayuda a uno en un momento difícil, por eso estas palabras. Aunque
ahora que lo pienso detenidamente, creo que aquel individuo fue solo mi propio
reflejo, y que todas las enseñanzas antes mencionadas ya las conocía aunque por
razones diversas evitara tomarlas en cuenta. Se trataba pues de mi
subconsciente caprichoso que (como el de cualquiera) se niega siempre a decir
las cosas directamente, que solo susurra palabras o las dice en clave, pero que
aun así, nunca nos abandona intentando que nuestro consiente mejore. Es un
extraño maestro, eso es seguro, pero a mí me ayudó muchísimo cuando lo
necesité.