Fotografía obra de Janmary Molina
No recuerdo si ayer estuve
borracho o sobrio, si pasé a la demencia o continúe con esta supuesta cordura.
Ya todo en esta vida que me tocó me parece muy raro. Ahora estoy frente al espejo y hay del otro
lado alguien que me mira, que detalla cada segmento de mí buscando algo. Ese
“algo” no aparece en seguida, se demora, intenta no ser evidente ante la vista
de cualquiera. Aquel personaje se detiene en mis ojos, es allí cuando lo
entiendo, son también los de él. Soy yo, nada más simple que eso.
Quizás durante una noche
cualquiera me pueda convertir en un vampiro, eso sí que es cierto. Aprovechando
que aún soy humano, no quisiera dejar de decir que lo importante es saber
apreciar esa sensación de gloria en la que puedes mirarte al espejo en un
momento cualquiera y reconocer realmente lo que hay allí, saber que el conjunto
de formas que imitan tus movimientos en el reflejo son la prueba de que tu ser
continúa existiendo. Tal cosa podría ser también la muestra no solo del exterior
sino también de nuestro interior. A mí me acaba de suceder y no he podido
evitar pensar en lo curiosa que es la situación. Nada de lágrimas, los malos
tiempos ya se fueron y ahora esta música de fondo que vuelve todo más alegre es
lo que lo comprueba. Aquí todo parece ser prometedor para mí y para ese
individuo de otra dimensión que está imitando movimientos desde el cristal.
Cada detalle de ese espíritu
invocado gracias al reflejo en el espejo, cada ínfima percepción de su
constitución, es un extraño conjunto que puedo sentir mío. La prueba de ello es
revelada al detenerme en sus ojos. Estos son la ventana del alma, o por lo
menos eso siempre me decía cierto viejo nómada. Entonces esos ojos negros que
me miran, delatan tantas cosas conocidas que se me hace aún más extraño el
trance al que he entrado. En cuestión de segundos aparecen en ellos los miedos
que me acompañan desde la niñez, mis virtudes simples que continúan siendo
inconsistentes, los sueños hacia la inmensidad, las respuestas que ha dado el
destino ante mis estímulos, entre tantas otras cosas. Y de repente, cuando
estoy realmente inmerso en la representación del espejo, no puedo evitar notar
algo que no pertenece al sentido de la visión. Finalmente una sonrisa sale a
relucir en aquel Ser tan familiar que continua allí, replicado en la
superficie. Todo será alegría, el reflejo me lo dice.