Fotografía obra de Génesis Pérez.
Estoy
en mitad de la república que me inventé. Todo lo que ocurre tiene que ver con
ese algo específico, lo sé, pero yo sinceramente no entiendo nada. Ni la razón
de por qué la vida resulta tan mal, ni por qué me afectan de esta forma ciertas
cosas. Solo quiero cambiar y ese hecho no llega, al contrario, se ocultan de mí
todas las transmutaciones posibles. Ojala pudiera calmar esta vida que me tocó,
explicarle al destino que yo no soy tan rápido, que no logro acostumbrarme a
tantos acontecimientos fugases.
Me derrumbo por este invierno
mientras le pido a la soledad que me deje solo. Otro problema que debo admitir
es que me enfrasco en el pasado, en eso que ya no tengo. Entonces mi presente no está
siendo tomado en cuenta y mi futuro solo son lucecitas alumbrando en la lejanía.
Quiero algo de seguridad, quiero algo de libertad ante todo esto que ahora
siento. Pero es difícil porque, como ya me acepté a mí mismo, el problema no es
la situación sino yo frente a ella.
Por lo menos reconozco mi
responsabilidad, aunque con eso no logre mucho. La infinidad de errores en mis
días, todas las palabras que no debí decir y los actos que no tenía que llevar
a cabo. Sigo siendo el mismo tonto de siempre, el mismo niño que dice
incoherencias para despertar sonrisas en la gente que se ha ganado su corazón. Pero
nada de eso tapa la necesidad que tengo de desear sentirme bien, porque justo
ahora me encuentro muy lejos de eso, porque estoy realmente tocando fondo. Vuelvo a aceptar
que si mi condición es esta es porque superar ciertas etapas se me hace muy complejo.
Ya para este punto solo sobrevivo a partir de ilusiones mientras mis ojos
aburridos siguen mirando el vacío.
Sigo teniendo mucho porqué continuar a pesar de que por lo general lo olvide. Soy de esos tipos callados que tienen
mucho que decir, de esos que siempre responden estar vivos aunque estén muriendo
por dentro. Justo de esa forma estoy ahora, pero a pesar de todo y de nada, por lo menos sigo
estando.