Idílica despedida


Fotografía obra de Víctor Alfonso Ravago.

Se supone que esto debería resultar bonito, justo como lo fue toda la historia. Ha llegado el día: tú te vas, yo me quedo, y lo que fuimos dejará de ser. Incluso está lloviendo, como si el cielo estuviese al tanto de lo que pasa acá abajo y quisiera tornar aún más melancólica la escena. Mucho que decir, pero prefiero traspasarte todo lo que siento a través de la mirada. Tampoco me sale bien, en estos momentos ni siquiera logro coincidir con tus ojos directamente. Ante situaciones como esta se entiende la ironía del destino, cómo el tiempo logra desvanecer sus propias obras, logra que dos seres que se hicieron uno vuelvan a separarse. Pienso en ello y vuelve el drama, ese que tanto evitamos en nuestro cuento, pero que ahora se cuela ante este desenlace.


Entonces te irás lejos. Debes aprovechar esa oportunidad aunque no haya una cosa más difícil que esta despedida. Estamos en este aeropuerto que te servirá como portal hacia otra vida y tan solo puedo ayudarte con el equipaje intentando disminuir todos tus pesos.  Irás hasta esa geografía en donde dicen que los sueños se cumplen, yéndote de esta en donde ya ni se puede dormir. Por supuesto que un hilo de felicidad aparece también por eso. Podrás comenzar de nuevo, vivir nuevas aventuras, llegar tan lejos como te lo propongas. Pero no será conmigo, no será tomando mi mano ni hablándome al oído. Yo me quedaré intentando surgir en esta compleja realidad, mientras que mi anhelo te buscará constantemente.

Pronto deberás abordar. Te irás y para siempre, te irás y yo sentiré que también se irá un poco de mí amarrado a ti. Porque en tus maletas van inmiscuidas todas nuestras anécdotas, esas que no olvidaremos jamás, que no podrán ser reemplazadas por ningunas otras. A través de ellas logramos ser mejores, logramos dar un poco del uno al otro. Por eso  y tantas cosas más es que ahora no puedo con la pena del adiós, con este protocolo que es la antesala a tu partida.

En tu mano los boletos del avión, en la mía la carta que te escribí para que sepas lo que nunca te dije. Y en el destino, la fragancia del desconsuelo que propone tenerte frente a mí a punto de marcharte.  Tan bonita, única en tu especie, llena de vida y resucitando mi muerte a cada instante.

Ha llegado la hora. La voz odiosa de la mujer de la aerolínea ordena que entres a esperar el avión. Te colocas frente a mí y al fin logro dar con tus ojos. No podría explicarte lo que siente mi corazón al darme cuenta de que estás llorando. Me acerco, te abrazo, he intento volver eternos estos segundos. No se puede, la eternidad no se lleva bien con las separaciones. Te doy la carta y tú a mí un beso, de esos lentos que erizan la piel.

Como palabras finales, es pronunciado por ambos un “hasta siempre”. Te volteas y caminas hacia el futuro. Yo me quedo en este pasado que ya ha comenzado a extrañarte. Quizás nuestros caminos vuelvan a juntarse para amarse una vez más, por ahora solo veo cómo el pájaro de acero se pierde entre las nubes. Al final, la despedida sí ha resultado ser bonita, tan idílica como el romance que tuvimos.