Fotografía obra de Efraín Rivera.
Hago esta nota de voz
porque no quiero que se pierda una breve confesión. En mi estado actual el
futuro no importa, solo el pasado es protagonista. Si mañana abandonase la red del tiempo con la muerte, me quedaría perdido en los recuerdos que ahora me recorren. Todo por no saber superar ciertas etapas, por sonreírle a la
adversidad aunque las cadenas de mis viejas deudas no me permitan recorrerla
libremente. Sé disimular ciertas cosas,
sé aparentar que no está pasando nada, pero esta vez la pena complica todo.
Permanezco inerte en la
butaca de la sala mientras afuera transcurre la oscuridad de una madrugada,
otra qué agregar al calendario de mi soledad. Mis ojeras maquillan unos ojos
perdidos, los pensamientos me aniquilan la esperanza de dormir. He llegado a un viejo laberinto para perderme en pasillos olvidados. Como ese de los sueños que no fueron buscados
y quedaron en el limbo de un
miedo tonto que los tachaba de imposibles y alocados. O también en el que anhelaba
cambiar mundos enteros y que no logró ni siquiera el cambio del mío. El
pasillo de los romances perdidos por el orgullo, por las palabras que se
sentían y no fueron pronunciadas, por los besos que se dejaron de dar. Y el otro en donde se almacenan los trastos de mis vivencias llenas de amigos y fiestas, de libros y canciones desgastadas por
el uso. El del tiempo desperdiciado, que termina en una calle ciega. A veces creo que mi vida no ha sido plena, que mientras otros logran maravillas
yo continúo rodeado por esta nada que todo llena. Pasillos y pasillos, todos
sin algo bonito para mostrar; y yo caminando, con la mirada perdida, con las
ojeras haciéndose más grandes y la desilusión a través de mucho arrepentimiento.
En mitad de tanta
perdición, de la niebla que sale de quien sabe dónde y no me deja seguir
adelante, aparece un haz de luz. El faro del presente se ve representado por la
alarma de mi celular que acaba de sonar en mitad de la nota de voz. No es
casualidad, es una señal del destino mismo que me dice que despierte, que pare
de una vez de desperdiciar segundos de vida. Yo lo creo entender aunque siga
aturdido: mis cenizas fénix, esas memorias que parecían muertas y renacieron
para atormentarme, continuarán apareciendo cada que a la memoria le plazca. Sin
embargo, dependerá de mí no enfrascarme
en su esencia o preferir evitarlas. No es tiempo perdido el que ha
pasado a través de mi reloj, la
perfección de cada acontecimiento me susurra que así debían ocurrir las cosas.
Claro que mis sueños no se
han perdido, solo permanecen extraviados en alguna calle vagando junto
al amor de mi vida, esperando, siendo
pacientes a que llegue para tomarles la mano. Esta madrugada que ya se ha
convertido en día, abre ante mí el más bonito de los caminos. El cenicero de mi
cabeza está lleno de recuerdos, sí, pero creo que es más entretenido salir y desarrollar nuevos fuera de estas paredes.