Fotografía obra de Alejandro Hernández.
El público entra por el lumbral
de la puerta, toma asiento y comienza su espera porque de inicio aquel evento. Todos entienden que a continuación ocurrirá un milagro, aquel
compuesto por canciones y luces que hipnotizan, ese que los llevará a sentir lo
sublime del segundo escuchado. Al fin los reflectores apuntan al escenario,
salen los músicos y buscan su acomodo. Flota en el
aire cierta magia ancestral, entonces arranca el concierto.
La música es desplegada a través
de los instrumentos para comenzar a retumbar en el alma. Pero también pareciera
salir de aquellas luces psicodélicas y de los movimientos frenéticos
desplegados en el escenario. Todo el proceso siendo culminado con un
agradecimiento fugaz que esconde inmortalidad: los aplausos. Nada podría ser
mejor que aquella situación, nada supera lo extraordinario de las canciones
siendo reproducidas en frente de ti.
No puedes detener las pulsaciones en tu interior ni la necesidad de que salgan por tu garganta. Tampoco la alegría que te da ganas de bailar ni la necesidad de llorar cuando la tristeza es transmitida. Mientras tanto, los que están llevando a cabo dicho evento celestial se concentran en darle forma con las manos al sonido. Anhelan que el mundo entero los escuche, que cada oído existente sobre la faz de la tierra logre percibir el repicar de su talento.
No puedes detener las pulsaciones en tu interior ni la necesidad de que salgan por tu garganta. Tampoco la alegría que te da ganas de bailar ni la necesidad de llorar cuando la tristeza es transmitida. Mientras tanto, los que están llevando a cabo dicho evento celestial se concentran en darle forma con las manos al sonido. Anhelan que el mundo entero los escuche, que cada oído existente sobre la faz de la tierra logre percibir el repicar de su talento.
Sin darte cuenta la ceremonia
llega al indeseado final. Nadie podría proveer que lo eterno duraría tan poco.
Los músicos hacen la respectiva reverencia al culminar mientras un millar de
palmas chocan entre sí. Las notas siguen recorriendo cada conciencia como
aviones de papel que silban en pleno vuelo.
No te has dado cuenta siquiera, pero te llevas contigo una parte de aquel espectáculo increíble. Tu memoria funciona como un cofre para todo aquello, y esa es precisamente la querencia del buen músico, causar un impacto inolvidable en la conciencia de su audiencia. Es tal su efecto que logras revivir el compás por el resto de la vida.
No te has dado cuenta siquiera, pero te llevas contigo una parte de aquel espectáculo increíble. Tu memoria funciona como un cofre para todo aquello, y esa es precisamente la querencia del buen músico, causar un impacto inolvidable en la conciencia de su audiencia. Es tal su efecto que logras revivir el compás por el resto de la vida.
¿Qué seriamos sin música? ¿Sin el
encanto de las melodías y el bajo, la percusión y las letras? ¿Con qué otra
energía encontrarían nuestros oídos asilo? Porque eso es ella, energía
omnipresente esperando ser condensada a través de un instrumento, de la voz, de
las palmas, o cualquier cosa. Ahí lo entiendes: detrás de cada sonido existente
se esconde una canción. Por
supuesto, en tal caso, el universo es
una orquesta.