El despertar se da con esmeraldas en los ojos. Un baño, la ropa, el café
mirando el amanecer. Respirar profundo el rocío del porche, venerar la supuesta seguridad que solo da el hogar. El respectivo
persignar volviendo a mirar al cielo. Supone que en este se almacenan todos los
sueños y las alegrías. Sonríe, sale y comienza un nuevo día de su historia
entrañable.
Saluda a la
vecina que echa arroz a las palomas, saluda a los albañiles que van al trabajo,
al sol, a la brisa. Se
saluda a si mismo intentando hacer las paces con tan problemático compañero. El
último no le da respuesta, debe seguir enojado. En el bus lo común:
discusiones, ajetreo, críticas a la sociedad dichas por la sociedad. Desciende
del transporte pero aun debe caminar para llegar a su destino, así lo hace.
Quizás andar traiga respuestas.
El día transcurre
entre monotonía e intentos desesperados por salir de ella. Es un fastidio comer
siempre lo mismo, mirar siempre lo mismo, anhelar siempre lo mismo. Es un
fastidio que debe ser aceptado. En respuesta a esto siempre termina por
pasar algo que anima. Una palabra, una acción, una película, canción o evento
que alteran el proceder sistemático de la vida. Solo por ese pedazo de gloria
es que vale la pena continuar repitiendo todo el proceso.
Los mediodías llegan
enardecidos y el sol estalla con su euforia en esta geografía. Luego la tarde
se presenta lenta, como una dimensión alterna en la que se toma el segundo café
para combatir al sueño ineludible. Al caer la noche caen las barreras, caen miedos,
caen los vivos y llegan los fantasmas. Pero en la madrugada todo vuelve a tener
sentido. Aunque sea entre sueños.
Tantas razones
tiene para seguir adelante como por dejarse caer desde un edificio. Su muerte
tampoco sería un evento trascendental, no habría mucha gente que lo lloraría. Tantas
razones tiene para continuar amando como por entregarse a la melancolía del adiós.
Solo se deja llevar por presentimientos infantiles, tan ingenuos como la
ocurrencia de la felicidad.
Su verdad
es continuar ilusionándose. Tener la mirada perdida y, aun así, lograr encontrar
algo. Estar ebrio de silencio para escuchar las cosas importantes que nadie
dice. Como un gesto, un beso, un frotar de manos, la inmensidad de las
estrellas, los sueños del mañana. Y bueno, la depresión es también otra suerte
de ilusión. Sin ella no podría entender cuan valiosas son las cosas, el sentido
de los acontecimientos.
Por eso antes de
dormir se ve al espejo. Vuelve a examinarse intentando captar un cambio o
verificando si algo se ha perdido. Todo en orden, tan igual que se encoje de
hombros. Ha sido un día más, o en realidad uno menos. Es posiblemente un día
y ya. El siguiente lo está esperando.