-Un día a la vez-


Fotografía obra de Alberto Rojas. Fuente Original: Caracas Shots

El despertar se da con esmeraldas en los ojos. Un baño, la ropa, el café mirando el amanecer. Respirar profundo el rocío del porche, venerar la supuesta seguridad que solo da el hogar. El respectivo persignar volviendo a mirar al cielo. Supone que en este se almacenan todos los sueños y las alegrías. Sonríe, sale y comienza un nuevo día de su historia entrañable.


Saluda a la vecina que echa arroz a las palomas, saluda a los albañiles que van al trabajo, al sol, a la brisa. Se saluda a si mismo intentando hacer las paces con tan problemático compañero. El último no le da respuesta, debe seguir enojado. En el bus lo común: discusiones, ajetreo, críticas a la sociedad dichas por la sociedad. Desciende del transporte pero aun debe caminar para llegar a su destino, así lo hace. Quizás andar traiga respuestas.

El día transcurre entre monotonía e intentos desesperados por salir de ella. Es un fastidio comer siempre lo mismo, mirar siempre lo mismo, anhelar siempre lo mismo. Es un fastidio que debe ser aceptado. En respuesta a esto siempre termina por pasar algo que anima. Una palabra, una acción, una película, canción o evento que alteran el proceder sistemático de la vida. Solo por ese pedazo de gloria es que vale la pena continuar repitiendo todo el proceso.

Los mediodías llegan enardecidos y el sol estalla con su euforia en esta geografía. Luego la tarde se presenta lenta, como una dimensión alterna en la que se toma el segundo café para combatir al sueño ineludible. Al caer la noche caen las barreras, caen miedos, caen los vivos y llegan los fantasmas. Pero en la madrugada todo vuelve a tener sentido. Aunque sea entre sueños.

Tantas razones tiene para seguir adelante como por dejarse caer desde un edificio. Su muerte tampoco sería un evento trascendental, no habría mucha gente que lo lloraría. Tantas razones tiene para continuar amando como por entregarse a la melancolía del adiós. Solo se deja llevar por presentimientos infantiles, tan ingenuos como la ocurrencia de la felicidad.

Su verdad es continuar ilusionándose. Tener la mirada perdida y, aun así, lograr encontrar algo. Estar ebrio de silencio para escuchar las cosas importantes que nadie dice. Como un gesto, un beso, un frotar de manos, la inmensidad de las estrellas, los sueños del mañana. Y bueno, la depresión es también otra suerte de ilusión. Sin ella no podría entender cuan valiosas son las cosas, el sentido de los acontecimientos.

Por eso antes de dormir se ve al espejo. Vuelve a examinarse intentando captar un cambio o verificando si algo se ha perdido. Todo en orden, tan igual que se encoje de hombros. Ha sido un día más, o en realidad uno menos. Es posiblemente un día y ya. El siguiente lo está esperando.