Bendígame mamá porque me voy muy
lejos. Allá en donde la cosa es distinta, donde no atardece igual que acá. A
donde usted no pensó jamás que llegaría su legado. Bendígame mamá porque
agarraré camino, porque será difícil y, sobretodo, porque tal vez nunca vuelva
a verla.
Ahora me sudan las manos y se me
agitan las vísceras. Cómo expresar tanto en tan poco tiempo, cómo reducir un
universo de amor en un abrazo. Con un boleto que salió carísimo en el bolsillo,
con la esperanza de que todo esto valga la pena, hoy le digo adiós a usted que
es el árbol de mi vida. Quiero decirle vieja que yo, su semilla, parto a otros
campos que ya no serán criollos. Usted parada enfrente intentando dar consejos
milenarios para que yo no pase tanto trabajo, para que me prepare para lo que
vendrá. Lo que vendrá será nostalgia, solo que en otra geografía con mejor
situación social y económica.
Me faltarán muchas cosas que
tendré que dejar por sobrepeso en la maleta. Hojas secas, chocolates, recuerdos
bonitos, noches de fiesta, sabanas llenas de niebla, mi novia amada, y tanto
más. Por eso ahora es mejor pensar poco y actuar más. Suponía que llegado este
momento lograría contener que mi corazón chorreara tristeza. Imposible. Este
capítulo de mi vida se fracciona entre la despedida y el exilio, entre el
desapego y un aeropuerto lleno de soledad.
No es mi culpa vieja. Es lo que
ha resultado, la configuración de los días sujetos al deseo por salir adelante.
Pues vera, acá no tendrán cabida mis sueños más queridos. Aceptando el
sacrificio que obedece esta causa es que logro predecir lo que me espera:
calles llenas de invierno conmigo como extranjero caminando por la acera con
las manos en los bolsillos. Solo un fantasma recorriendo sitios y sonriendo
ante fotografías que llegarán hasta amigos lejanos que a su vez comentarán que
se me ve muy bien. O algo así.
Lo único que me resta es pedir
perdón por el abandono y por el exagerado drama invertido. Cada quien
experimenta de forma particular el irse de este país; tristemente lo que ya no
varía es eso precisamente, tener que irse. Por mi parte quedaré en deuda. Como
un niño en un parque con columpios oxidados. Por eso le pido mamá que por lo
menos dibuje con la mano una cruz sobre mí, sé que no me abandonará en la distancia.
En el devenir que me depare el tiempo, su compañía mamita querida, continuará
en su persignar, su abrazo y su mirada llorosa al despedirme.