Me falta algo. Un elemento extraño que se fue o que no apareció cuando debía.
Eso explica la desilusión cuando llego de la oficina en las noches.
Me faltan momentos inesperados, tal vez, muecas frente al espejo,
alguna cosa de de esas.
Han faltado fuegos artificiales, metas por cumplir, intentos
por volar muy lejos.
Los errores y malos presentimientos son culpables de esta situación.
Los errores y malos presentimientos son culpables de esta situación.
Preferiría morir a continuar intentando esta mentira forzada
que me da la mañana cuando recién he abierto los ojos.
He fallado.
He fallado.
Pero pensando con claridad o por lo menos con un sustituto
genérico de esta, quizás me esté faltando a mí mismo.
Pensar esto es el destino buscando pelea, queriendo que explote por las ganas de volver atrás.
La ausencia se ha vuelto presencia.
Y me acompaña, me aconseja, intenta que continúe en este desastre.
Aunque del caos también se saca inspiración, lo único que
pido es un poco de paz aunque sea aburrida.
Que se llenen los vacíos que he venido dejando.
Que la carencia sea suplida y la rabia se vaya al fin.
Porque me han faltado muchos detalles chiquitos, esos que no se ven
fácilmente porque voy caminando muy rápido.
He decaído por razones que precisamente generan más faltas,
como el miedo, los complejos y la monotonía.
No me basta este “éxito” insípido que solo me llena de nada.
Tampoco la supuesta ingratitud al aceptarlo.
Me falta aquello que no puedo si quiera definir.
Y todas estas vueltas y todos estos rodeos son para no
admitir que me faltas tú.
Por eso estas ganas insaciables por continuar buscando, por insistir en
que aparecerás.
Hasta que así sea, seguirá este sin más ni menos que
tristemente soy.