Sortilegio temporal


Fotografía obra de Alberto Rojas. Fuente Original: Caracas Shots

La primera vez que pensé en el tiempo tenía 10 años y mi abuelo se moría en un cuarto de hospital. Me enojé mucho por lo vulnerable que resulta la condición humana; se deteriora el cuerpo, se difumina la conciencia. Te alejas del ahora. Llegas al punto en el que es imposible despedirte de tu nieto aunque lo tengas al lado. Escribí algo en aquella ocasión y ya no recuerdo qué habrá sido. El transcurso de la vida, naturalmente, lo va borrando todo.


Ese recuerdo sería el causante de una obsesión. El tiempo pasó a ser un enigma, uno que debía entender, resolver. O una quimera contra la que debía luchar. O un billete de alta denominación que no podía malgastar. Su circularidad, sus  ironías, sus etapas y cómo se van viviendo. Las puestas de sol y madrugadas que traía. Su perfección, sus injusticias. La monotonía como un espectro deforme que nos quita la ilusión.

Comencé a coleccionar relojes y almanaques. Y por fascinación al tiempo también coleccioné recuerdos, felicidades, odios, días buenos y días de mierda. Todos en acontecimientos precisos mientras una vida, la mía, avanzaba, se alejaba.

Mi tiempo tuvo amores y desamores. Sigue pareciendo increíble lo precisa que es la memoria respecto a aquellas personas que llegamos a amar. A los 10 años di mi primer beso. A los 19 me quemaron el corazón con una traición. A los 22 echó raíces el jardín de un romance verdadero. A los 27 me casé. A los 41 me divorcié. A los 52, viejo y aún sin barba, hice el amor en la playa por primera vez. Y en esa noria que daba vueltas y que me hacía ir y venir entre emoción y nostalgia, no me arrepentí de nada. Ni del tiempo que pasó, ni de los besos que robé, ni de los orgasmos en los que perdí un poco de mí mismo diluyéndome en otra persona.

Y probando la existencia del tiempo sentí los días pasar más lento por efectos de la depresión. Sentí cómo eran fugaces los segundos de intensa alegría y cómo las temporadas huelen diferente. El tiempo existe, es un algo. Me hubiese encantado tenerlo, poder tocarlo, guardarlo para mí solo en algún lugar secreto. Así hubiese sacado  un poco de él cuando más lo necesité, cuando quise alejar lo efímero que son los momentos y apreciar más  las etapas, las amistades, los logros. Nunca pasó, no pude tener al tiempo conmigo. Me quedé con las obsesiones, con las dudas, con lo que no hice y una inmensidad de errores.

Ahora estoy viejo y desorientado, mi tiempo se ha ido lejos de mí. Veo una luz que me ciega desde las alturas. Estoy acostado sobre alguna nube de tela y una mano pequeña sostiene la mía. Se deterioró mi cuerpo, se difuminó mi conciencia. Estoy acá sin poder despedirme del que llevará mi legado por este mundo. Y muero. Continúo más allá de lo entendible buscando nuevos tramos que también serán temporales. Como siempre, para siempre.