Este cuento fue publicado
en la versión web de Papel Literario de El Nacional
en Junio del 2016
Al fondo suenan canciones
inverosímiles. Se trata de una fiesta más en un apartamento más. El motivo de
la reunión también raya en lo común: es la despedida de alguien que pasará a
ser emigrante. Otro amigo que se va, algún talento que abrirá las alas en otros
cielos. En la despedida estamos los que tenemos ese privilegio de ser llamados
“gente cercana”. Con la mamá que de vez en cuando se va a la cocina para secarse
lágrimas prófugas; el abuelo que también llegó a esta ciudad yéndose desde otra
tierra; los tíos y tías dando consejos a quien partirá. Los hermanos y los
primos son los únicos que faltan, ellos ya han partido por el lumbral del
aeropuerto internacional con la mente rasgada de incertidumbre, aunque emocionados
por la aventura. Tanta gente celebrando la nostalgia de un “nos vemos” indefinido,
de un “hasta pronto” que en realidad tardará demasiado. Una escena de teatro
que nos acostumbramos a repetir.
La cerveza fría refresca la tristeza,
los pasapalos evaden la razón de por qué esa gente se encuentra allí. Cajas de
libros selladas, se llevará solo unos pocos, otros serán regalados. Los objetos
con recuerdos especiales han sido guardados también, ya casi no quedan vestigios
de su paso en aquel espacio. Maletas desgastadas listas para el viaje, ellas
más que ningún otro objeto anhelan partir hacia los aeropuertos. Es que las maletas
no entienden, por ejemplo, lo difícil que ha sido la ruptura con la pareja que
no se irá, al menos no todavía. A esas maletas egoístas no les interesa la
idílica despedida que ocurre entre dos amantes separados por aquel destino
injusto.
Todos se van, nadie se queda. Unos
a tierras alejadas del calor caribeño de esta nación, a sitios lejanos en donde
nieva cuando llega el invierno y no solo caen aguaceros grises y melancólicos
como acá. De vuelta a la reunión, el papá pide hacer un brindis deseándole a su
retoño que la providencia le guarde, entonces la mamá vuelve a la cocina para
que sus ojos terminen de fundirse porque su criatura ya no estará bajo sus cuidados.
La noche gira en torno a quien partirá con historias graciosas de la niñez, de
la juventud, de cómo logró conocer a cada uno de los otros seres que ahora le
dicen “cuídate”, “no dejes de escribir”, “tráeme algo cuando vengas... Bueno,
si vienes”.
El protagonista de esta escena
mientras tanto procura mantenerse con la frente en alto, esto no se le da muy
bien, pero continúa en su intento por disimular. La idea de irse trajo la
ilusión de una vida mejor pero también la pena del abandono. Recordará por siempre
los paseos por plazas y parques, las idas a la playa, las algarabías con esos
amigos que lo despiden. Se asoma un momento a la ventana del edificio y logra
dar con cada detalle de aquel conjunto de cables y postes, de otros edificios
que necesitan ser pintados y calles con huecos que, en conjunto, representan su
ciudad. Anhelará en la distancia poder regresar. Pasará a ser otro transeúnte solitario
con las manos en los bolsillos vahando por avenidas extrañas. Llevará en lo
alto el pesar del extranjero que también sintió su abuelo en algún momento.
Yo soy el gato de esta familia.
Al conocer las despedidas que se han dado en este edificio, puedo saber cuál
será mi desenlace. Me quedaré solo, es cierto, solo cuando todos se hayan ido
buscando futuro y nadie haya pensado en el presente de este lugar. Me quedaré
por el capricho terco de ser desobediente ante la tragedia. De intentar hacer
algo por este sitio antes de pensar que está perdido. Irónicamente así me crio
mi dueño, ese mismo que ahora guarda un boleto de avión en el morral.
Un par de horas después la fiesta
ha acabado y el hogar está en silencio. No hay tíos, mamás llorando o viejos
compañeros. Lo que no se ha ido aún es la quimera de esta realidad compleja. Finalmente mi dueño se ha dignado
a despedirse de mí y luego de unas palabras sentimentales sentencia con un “te extrañaré”.
¡Ah, joven humano –le respondo entre maullidos–, yo también lo haré! Pero créeme:
lucharé para que esto cambie y tú vuelvas algún día. Esa es una promesa que le
hago a toda tu raza con mi corazón felino.