Lo que no te dije




La última vez que te vi hacía frío y tenía miedo. Después de esperarte, de añorarte, de anhelarte en ese aeropuerto solitario, aterrizaste tan cambiada que apenas te reconocí. Fuimos a mi departamento en Santiago Centro en donde torpemente abrí una botella de espumante para celebrar tu bienvenida, una que no esperabas, que tampoco querías. No me miraste ni una sola vez a los ojos, y aunque sí me besaste un par de veces, tus labios ya no eran mis labios. Era extraño, había perdido algo que apenas me daba cuenta nunca fue mío. 




Vamos a dormir, dijiste cuando nos acostamos. Y si tienes mala memoria, yo te lo recuerdo: nuestro último momento juntos fue uno en el que me diste la espalda. Dormimos en la misma cama, pero nunca estuvimos juntos esa noche. Yo no quería despertar al día siguiente, aunque tampoco podía seguir soñando. Algo se rompió esa vez, una ilusión, un lazo, el ala de un pájaro. No hubiese querido volar tan alto si me ibas a dejar caer. 


Ahora ha pasado el tiempo. Sigo en el mismo trabajo, visito los mismos lugares, escucho la misma música. Pero ya nada es igual, ya me fui de la estación de tren. Esta historia se recordará quizás entre titubeos y neblina, entre silencios y hojas secas. Sea como sea, no volveremos nunca al otoño de esa gran ciudad.